La receta de la guerra
La lucha armada dejó de ser una opción para los colombianos del siglo XXI. La guerra tocó las puertas del 23% de hogares, según datos del Centro Nacional de Memoria Histórica. Después de que el conflicto armado dejara a muchas familias sin un hogar, sin sus tierras, sin un familiar o con la tranquilidad trastocada por una amenaza, hay un compromiso tácito entre las nuevas generaciones, especialmente en las áreas urbanas y con acceso a educación formal: conseguir los cambios que el país necesita mediante el esfuerzo colectivo, la conciliación y el consenso. Las vías de hecho son fuertemente condenadas por la opinión pública, ya que echan sal a las heridas de guerra que aún no cierran.
El panorama era diferente entre los estudiantes de las universidades a mediados del siglo XX. En tiempos del Frente Nacional, la polarización se convertía en radicalización y los sectores sociales, como las centrales obreras, los campesinos y los estudiantes, se sentían constantemente excluidos de las decisiones importantes del país.
Como vale la pena recordar, el Frente Nacional inició en 1958 con el propósito de disolver la polarización del largo periodo conocido como La Violencia, en el que los seguidores de los partidos Liberal y Conservador, así como los comunistas campesinos, se enfrentaban entre ellos y dejaban en medio de su conflicto a la sociedad civil. 170.000 vidas civiles se perdieron en ese conflicto de aproximadamente tres décadas, así como grandes despojos de tierras.
El liberal Alberto Lleras Camargo y el conservador Laureano Gómez firmaron los acuerdos que pondrían fin a la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla y darían inicio a los 16 años del Frente Nacional: durante ese tiempo, liberales y conservadores se turnaron para apoyar a un candidato a la presidencia. También se repartieron los gabinetes ministeriales y el legislativo en partes iguales. Por supuesto, este acuerdo dejaba sin opciones presidenciales a Rojas Pinilla y a cualquier otro agente político.
El segundo turno del Frente Nacional, para el periodo 1962-1966, le correspondió al Partido Conservador Colombiano. El elegido para asumir las riendas del país fue el payanés Guillermo León Valencia, cuya presidencia fue intensa en todo sentido. Su esposa, Susana López, ha sido la única primera dama de Colombia que fallece durante el mandato de su cónyuge.
Además, su ministro de Defensa —la cartera se llamaba “Ministerio de Guerra” y un militar solía estar a la cabeza de ella— fue uno de sus más fuertes críticos. Fue este mismo ministro, el general Alberto Ruiz Novoa, el que lideró la ofensiva contra las repúblicas independientes, territorios ocupados por movimientos agrarios y autodefensas campesinas que estaban vedados para el Ejército Nacional. Sin embargo, expresó públicamente la necesidad de reformas socioeconómicas drásticas y fue removido por miedo a que se sublevara en contra de Valencia. En 1997, El Tiempo reveló la narración de Valencia sobre la última reunión entre presidente y ministro, en la que ambos estuvieron a punto de dispararse mutuamente.
Su mandato también vio el surgimiento de dos guerrillas de corte marxista-leninista: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). La semilla de esta última, que se fundó en 1964, fue un grupo de sindicalistas y estudiantes de las juventudes comunistas. A esta guerrilla se unió Camilo Torres Restrepo en sus últimos meses de vida, pero hizo otras cosas antes de radicalizarse en las montañas de Santander.
Los inicios de Camilo Torres
El padre de Camilo Torres Restrepo fue el médico Calixto Torres Umaña, una eminencia que surgió de una familia distinguida de Tunja, Boyacá. Se hizo bachiller en el Colegio Nuestra Señora del Rosario, cursó Medicina en la Universidad Nacional de Colombia y se especializó en Pediatría en la prestigiosa Universidad de Harvard. Se le reconoció como una de las figuras más importantes del oficio en Colombia.
Su madre era Isabel Restrepo Gaviria, descendiente de José Félix Restrepo. Su primer matrimonio fue con el alemán Kart Westendorp, de quien enviudó tras cinco años de casada y con quien tuvo dos hijos: Édgar y Gerda Westendorp. Esta última fue la primera mujer en ser admitida a una universidad colombiana: estudió Medicina en la Universidad Nacional, igual que su padrastro.
Camilo Torres Restrepo nació en Bogotá el 3 de febrero de 1929 y pasó los primeros años de su vida en los pasillos del lujoso Hotel Ritz, propiedad de sus prestantes padres. Después, Calixto Torres fue nombrado embajador de Colombia en la Liga de las Naciones y la familia tuvo que trasladarse a Bruselas.
Tiempo después, el deterioro del matrimonio hizo que Isabel Restrepo y sus cuatro hijos se fueran a Barcelona, y finalmente toda la familia regresó a Colombia cuando Camilo Torres cumplió cinco años. Entonces, el matrimonio se disolvió e Isabel no volvió a casarse. Calixto todavía respondía económicamente por la familia tras la separación.
El pequeño Camilo Torres entró al prestigioso Colegio Andino, del cual salieron sus tres hermanos, donde tenía la tendencia de usar lo aprendido en sus clases de boxeo para encarar a todo aquel que lo hiciera enojar. Cuando la guerra hizo cerrar ese colegio, se pasó a aquel donde estudió su padre, donde sus calificaciones dejaron mucho que desear. Finalmente culminó los estudios básicos en el Liceo Cervantes.
El cura rebelde
Bogotá siempre ha sido una ciudad de abismales diferencias sociales y económicas. Camilo Torres había aterrizado en el lado cómodo de la sociedad capitalina: sus padres vivían entre prestigio y comodidades que indudablemente heredarían sus hijos, pero al hijo pequeño le importaba muy poco conservar sus privilegios. Según contó su mamá al medio cubano Prensa Latina, desde siempre sintió simpatía hacia los niños y grandes en situación de calle.
Fue admitido a la carrera de Derecho en la Universidad Nacional, pero solo completó allí un semestre porque se le atravesaron los frailes dominicos, que para esas épocas se acercaron mucho a los jóvenes de las familias más acomodadas de la ciudad. Estos acabaron por convencer a Camilo Torres de convertirse en sacerdote. A pesar de la opinión de su familia —en especial de su padre, que quería convencerlo de irse a estudiar a Europa si es que la universidad local lo aburría tanto—, ingresó al Seminario Conciliar de Bogotá.
En ese lugar permaneció hasta los 25 años, cuando se ordenó como sacerdote. Además de destacar entre los seminaristas por su inteligencia, accedió a lecturas que lo sensibilizaron más con la situación de los menos favorecidos. El seminario le ofreció una beca para irse a estudiar Sociología en la Universidad de Lovaina (Bélgica) y viajó hasta allá con su madre en 1954.
Durante esos años en Bélgica se reunió con colombianos y latinoamericanos, estudiantes también, para analizar los problemas de los oprimidos desde una perspectiva académica. Su monografía de grado, Aproximación estadística a la realidad socioeconómica de la ciudad de Bogotá, es considerado el primer trabajo sobre la sociedad urbana colombiana. También comenzó a sentirse contrariado con la institución a la que representaba: la doctrina no le impedía a la Iglesia ofrecer apoyo a los desvalidos, además del emocional y espiritual, pero él sentía que por alguna razón preferían mirar hacia un lado.
A su regreso a Colombia, en marzo de 1959, Camilo Torres ya tenía varios seguidores en la comunidad académica local. Al volver, después de una multitudinaria acogida, fue nombrado capellán de la Universidad Nacional —cuya capilla hoy lleva su nombre—. También fundó la Facultad de Sociología junto con Orlando Fals Borda y fue profesor de esa área del conocimiento.
Despertaba gran simpatía entre los estudiantes, a quienes predicaba un discurso de unidad entre todas las posturas —no solamente las que habían cuadrado el chico del Frente Nacional sin preguntar a nadie más—. Siempre involucró al cristianismo en sus ideas porque le parecía congruente ser cristiano y poner en primer lugar a los pobres. Fue uno de los pioneros de la teología de la liberación.
Según su madre, también les pedía mostrar solidaridad de clase con los policías: los uniformados estaban convencidos de que con su labor prestaban servicio a la patria y no tenían la culpa de las decisiones tomadas por sus superiores. Los invitaba a armarse con palabras y no con piedras para conseguir los objetivos.
Entre tanto, también se desempeñó como docente y decano en la Escuela Superior de Administración Pública y miembro directivo del Instituto Colombiano para la Reforma Agraria (Incora), donde hizo oposición frontal a los representantes de los dos partidos tradicionales. También fundó el movimiento Frente Unido del Pueblo, con el que invitaba a los habitantes de la Colombia rural a no votar y a organizarse para eliminar definitivamente el Frente Nacional.
Cuatro meses en armas
Sin embargo, sus ideas no eran precisamente acogidas por el clero. De hecho, comenzó a ser hostigado por el cardenal Luis Concha Córdoba, quien al principio lo hizo retirarse de su trabajo en la Universidad Nacional, sino que presionó hasta el punto de hacerlo renunciar al sacerdocio.
La postura no violenta de Camilo Torres cambió ante el hostigamiento de la Iglesia, las amenazas que recibía y los constantes encontronazos con la Policía Militar. Con miedo por su seguridad y desilusionado de la lucha cívica, y tras ser invitado por Fabio Vásquez Castaño, decidió marcharse a las montañas de Santander en octubre de 1965 para unirse al Ejército de Liberación Nacional (ELN). Se incorporó como guerrillero de bajo rango y asumió el alias de Argemiro.
Los altos mandos del ELN consideraban que la llegada de Camilo Torres los ayudaría a proyectarse como ejército revolucionario. Sin embargo, el ahora exsacerdote y guerrillero solo pasó cuatro meses en las filas. Su madre lo describía como una persona frágil, que enfermó mucho cuando era pequeño, y no se hizo más fuerte antes de su primer combate contra la V Brigada del Ejército Nacional. Fue abatido en el Combate de Patio Cemento, que tuvo lugar en San Vicente de Chucurí el 15 de febrero de 1966. Fue la primera baja sensible de esa guerrilla, que estuvo disminuida desde entonces hasta cuando a ella se incorporó el Cura Pérez.
El paradero exacto del cuerpo de Camilo Torres es desconocido, pero la teoría más fuerte es que está en poder del Estado. Su madre, quien se exilió en Cuba tras la muerte de su hijo, reclamó su cuerpo hasta el último día de su vida para darle cristiana sepultura y que los pobres tuvieran un lugar para llorarlo. Su hermano mayor, el médico Fernando Torres, era más crítico con el camino de vida de Camilo: consideraba que se había equivocado al alzarse en armas y que era mejor dejar que el cuerpo descansara en paz, donde sea que estuviera, para que su tumba no alimentara un culto de amores y odios.