El presidente estadounidense, Donald Trump, a menudo ha descrito a esta pandemia como nuestra “guerra” contra un “enemigo invisible”: el coronavirus. Esa metáfora de guerra es incorrecta y engañosa.
Los seres humanos pelean y ganan guerras. Así que pudimos movilizarnos más que los nazis y los japoneses para ganar la Segunda Guerra Mundial. Pudimos gastar e innovar más que la Unión Soviética para ganar la Guerra Fría. Pero cuando nos enfrentamos a un desafío de la Madre Naturaleza (como un virus o el cambio climático), el objetivo no es vencerla. Nadie puede hacerlo. Ella solo se compone de química, biología y física. La meta es adaptarse.
La Madre Naturaleza no premia al más fuerte ni al más inteligente. Premia a las especies que se adaptan mejor al transformar la química, la biología y la física con las que las ha dotado para desarrollarse, sin importar lo que ella les ponga.
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Por eso creo que una de las preguntas más importantes que tenemos que responder, a medida que terminen estos confinamientos, es: ¿nos vamos a adaptar al coronavirus de manera natural —como está tratando de hacerlo Suecia— o vamos a ir en la misma dirección de Suecia, en forma predeterminada desordenada o solo vamos a decir “al demonio con los confinamientos” y actuar de 50 formas diferentes?
En caso de que no estén al tanto, Suecia ha aplicado un método radicalmente distinto para enfrentar el coronavirus. En esencia, ha optado por una estrategia de “inmunidad colectiva” mediante la exposición.
Esta estrategia plantea que la mayor parte de las personas menores de 65 años que contraigan el coronavirus —si no tienen enfermedades preexistentes importantes— lo vivan como una gripe normal o fuerte, o de manera totalmente asintomática, y las que se enfermen al grado de requerir hospitalización o cuidados de urgencia sean con seguridad menos que la cantidad de camas para atenderlas.
De tal forma que si hacen lo posible por proteger y resguardar a las personas mayores de 65 años y a quienes tienen enfermedades preexistentes importantes —principalmente enfermedades pulmonares, cardiacas y diabetes— y dejan que gran parte de la población circule y se exponga para desarrollar inmunidad de manera natural, ya que alrededor del 60 por ciento de la población lo haya hecho, habrá inmunidad colectiva y se impedirá la transmisión del virus. (Esto prevé que la inmunidad temporal sea el resultado de la exposición, como la mayoría de los expertos creen que será).
Después de todo, nuestro objetivo es la inmunidad colectiva, ya sea por medio de una vacuna o debido a que suficientes personas hayan desarrollado una inmunidad natural. Esas son las únicas formas de lograrlo.
La ventaja de la estrategia de Suecia —si funciona— es que la economía no se ve tan afectada por los confinamientos. No es como la estrategia de contención que están implementando ahora todas las ciudades de Estados Unidos —al igual que las de todo el mundo— donde, cuando termine la cuarentena, la población en su mayoría no habrá desarrollado inmunidad y entonces casi toda la gente seguirá siendo vulnerable al virus y a un segundo brote en el otoño.
Pensemos en el reto de la ciudad de Nueva York. Sus hospitales hubieran sido desbordados por el torrente repentino de pacientes, así que los meses de confinamiento de millones de personas con seguridad y de manera crucial habrán salvado vidas. Pero esto ha significado costos enormes en términos de empleos y negocios y no se ha avanzado mucho en lograr la inmunidad colectiva, además, existe la posibilidad de que el virus vuelva a azotar en cuanto se liberen las restricciones, a menos de que haya un nivel de pruebas como el de China para identificar, rastrear y poner en cuarentena a quienes están infectados. Y tal vez ni siquiera eso funcione.
Ahora veamos el caso de Estocolmo. Anders Tegnell, epidemiólogo jefe de la Agencia de Salud Pública de Suecia —el principal funcionario del país a cargo de las enfermedades infecciosas y artífice de la respuesta de Suecia al coronavirus— dijo en una entrevista a USA Today publicada el martes: “Creemos que hasta el 25 por ciento de las personas de Estocolmo han estado expuestas al coronavirus y es posible que sean inmunes. En una encuesta reciente de uno de nuestros hospitales de Estocolmo se vio que el 27 por ciento del personal es inmune. Creemos que la mayoría de ellos desarrollaron inmunidad por la transmisión en la comunidad, no en el lugar de trabajo. En unas semanas podríamos tener una inmunidad colectiva en Estocolmo”.
Tegnell explica que Suecia no está dejando de manera despreocupada que todos los suecos contraigan la enfermedad para lograr la inmunidad colectiva, sino que está siguiendo una estrategia diseñada para transitar por esta pandemia de la manera más sustentable. Así que las universidades y otras instituciones de educación superior están cerradas, pero están abiertas las escuelas desde preescolar hasta el noveno grado, así como muchos restaurantes, tiendas y empresas.
Pero el gobierno también ha emitido lineamientos de distanciamiento social que mucha gente está cumpliendo, ha promovido el trabajo desde casa y ha desalentado los viajes no esenciales. Y lo más importante es que ha exhortado a todas las personas mayores de 70 años a que se queden en casa y ha prohibido las congregaciones de más de 50 personas y las visitas a los asilos de ancianos.
Hasta ahora, el resultado ha sido una generación gradual de inmunidad colectiva entre las personas menos vulnerables al mismo tiempo que se ha evitado el desempleo masivo y una sobrecarga del sistema hospitalario.
No obstante, ha implicado un alto costo. Como señaló USA Today: “Suecia tiene una población de diez millones de habitantes, casi el doble que la de los países escandinavos vecinos. Hasta el 28 de abril, el número de fallecimientos por COVID-19 en este país llegó a 2274, alrededor de cinco veces más que en Dinamarca y once veces más que en Noruega”. Los residentes de los asilos representan más de una tercera parte de todas las defunciones.
Tegnell dijo: “Desde hace mucho tiempo, siempre ha habido problemas en la gestión segura de estos asilos en Suecia. Es algo que estamos observando ahora y que pretendemos mejorar de ahora en adelante”.
Con respecto a los expertos que advierten que no se ha probado de manera concluyente que las personas que han tenido COVID-19, debido a la presencia de anticuerpos, sean inmunes a volver a contraer el virus, Tegnell le dijo a USA Today que ese razonamiento desalienta la intención de querer encontrar una vacuna: “Si no podemos crear inmunidad en la población, entonces, ¿cómo podemos pensar que una vacuna nos protegerá?”.
Tegnell concluyó: “Lo que está sucediendo ahora es que muchos países están comenzando a adoptar el método de Suecia. Están abriendo las escuelas y tratando de encontrar una estrategia para solucionarlo. Todo se reduce a la sustentabilidad. Debemos tener medidas que podamos seguir aplicando a largo plazo, no solo por algunos meses o durante varias semanas”.
Cuando le preguntaron sobre el enfoque de Estados Unidos, señaló: “Me parece que los estadounidenses dejaron avanzar demasiado al coronavirus antes de plantear una verdadera estrategia”.
Esta es la cruda verdad: solo hay diversas formas espantosas de adaptarse a la pandemia y salvar tanto las vidas como los medios de sustento. Hablo de Suecia no porque piense que ha encontrado el equilibrio mágico —es demasiado pronto para saberlo—, sino porque creo que deberíamos estar debatiendo acerca de todos los diferentes modelos y los costos que implica adquirir inmunidad.
Sin embargo, cuando analizo a Estados Unidos y veo que los gobernadores están levantando las restricciones de manera parcial —porque sienten que su gente ya no puede soportarlas por razones económicas o psicológicas, a pesar de que su población no ha desarrollado inmunidad o ha adquirido muy poca—, me preocupa que podamos terminar generando más inmunidad colectiva, pero de una manera dolorosa, mortal, costosa y descoordinada que de todas formas dé lugar a que el coronavirus vuelva a azotar y sature los hospitales.
Uno de los informáticos más reconocidos de Israel, Amnon Shashua, fundador de Mobileye, durante semanas ha estado recomendando para Israel una ruta a la inmunidad parecida a la de los suecos. “El modelo de cuarentena con base en los riesgos no solo es ventajoso desde el punto de vista de la sustentabilidad económica”, sino también porque “cuando se libere del confinamiento al grupo de alto riesgo, se tendrá una población inmune en su mayoría y de manera natural habrá una propagación muy lenta de la infección con buenas posibilidades de alejar la tormenta hasta que haya una cura o una vacuna”, escribió en Medium el mes pasado.
Michael Osterholm, director del Centro de Investigación y Política de Enfermedades Infecciosas en la Universidad de Minnesota, señaló en una entrevista con WCCO radio el lunes: “Creo que Suecia tiene un modelo al que debemos prestar atención y, aunque no es el único modelo, sí debemos tener estos debates”. Debido a que no habrá pronto una vacuna milagrosa, dijo Osterholm, “este virus no dejará de enfermar a la gente hasta que lo contraigamos al menos a un nivel del 60 o el 70 por ciento”.
La inmunidad colectiva “ha sido, a lo largo de la historia, la forma que tiene la naturaleza de acabar con las pandemias”, añadió David Katz, el médico de salud pública que contribuyó a iniciar este debate en un ensayo que escribió en The New York Times el 20 de marzo y en una entrevista posterior que sostuvimos.
“Tenemos que someternos a su fuerza, aunque nosotros como especie seamos responsables de desatarla”, comentó Katz. Eso implica el diseño de una estrategia, basada en perfiles de riesgo, para hacer que regresen a trabajar de manera escalonada las personas menos vulnerables, de tal modo que gradualmente generemos la protección de la inmunidad colectiva, “al tiempo que concentramos nuestros servicios sanitarios y sociales en la protección de los más vulnerables” hasta que podamos anunciar que ya no hay peligro.
Por: Thomas L. Friedman