Para la mayoría de los migrantes que salen de Centroamérica, como los del municipio de Comitancillo que está ubicado en las montañas del occidente de Guatemala, el objetivo es llegar a Estados Unidos para trabajar, ahorrar, enviar algo de dinero a casa y echar raíces, tal vez incluso encontrar el amor y formar una familia.
Por lo general, el mayor obstáculo es cruzar la frontera de Estados Unidos, cada vez más fortificada, sin ser atrapados.
En enero, un grupo de 13 migrantes que salió de Comitancillo ni siquiera tuvo la oportunidad. Sus cuerpos fueron encontrados, junto con los de otras seis víctimas, baleados y quemados; los cadáveres estaban amontonados en la parte trasera de una camioneta que fue incendiada y abandonada en el estado mexicano de Tamaulipas, cerca de la frontera estadounidense. Una decena de agentes de la policía estatal han sido detenidos por la masacre.
Los restos de los migrantes fueron repatriados el viernes 12 de marzo, cada uno en un ataúd envuelto con la bandera guatemalteca, y llegaron a un aeropuerto militar en Ciudad de Guatemala. Allí se efectuó una sombría ceremonia de repatriación, con un discurso del presidente Alejandro Giammattei, que fue transmitida en vivo por la televisión nacional. Familiares, amigos y vecinos de Comitancillo vieron la transmisión en sus casas, mientras realizaban los últimos preparativos para la llegada de los cuerpos y realizar los velatorios y entierros posteriores.
Al anochecer, luego de subir por las curvas que atraviesan el altiplano occidental de Guatemala, un cortejo de vehículos que transportaba 12 ataúdes llegó a Comitancillo. Líderes comunitarios y familiares de las víctimas recibieron los restos en una ceremonia celebrada en la cancha de fútbol de la localidad.
Arriba, los vecinos permanecían de pie viendo la ceremonia de bienvenida en una cancha de fútbol en Comitancillo. Abajo, los asientos estaban limitados a miembros cercanos de las familias.
Algunos lloraban detrás de una valla, a la luz de las luces de emergencia de una ambulancia.
En Comitancillo la gente suele lamentarse porque no tiene trabajo, y no hay posibilidades de salir adelante. La agricultura es la fuente principal de ingresos locales para las personas, en su mayoría indígenas que hablan un dialecto maya, pero los campos de trigo, maíz y papas que cubren las laderas cercanas solo logran producir con mucho esfuerzo.
Como resultado, algunos jóvenes residentes buscan trabajo en la capital. Sin embargo, muchos otros pusieron su mirada más lejos, en Estados Unidos. Mónica Aguilón, una lideresa comunitaria que se desempeña como directora del centro cultural del municipio, estimó que alrededor del 80 % de los jóvenes de Comitancillo emigran, “porque no hay oportunidades de empleo, ni en el municipio ni en el país”.
Una parte importante de la diáspora del municipio se ha asentado en Mississippi, particularmente en la ciudad de Carthage y sus alrededores, donde algunos han encontrado trabajo en las plantas procesadoras de aves de corral. Otras concentraciones de comitecos, como se les dice a los nativos del municipio, se han ubicado en Nueva York, Oklahoma y otros lugares. Envían remesas que apoyan a las familias, pagan la construcción de nuevas viviendas y sostienen los negocios locales.
Pero llegar allí nunca ha sido fácil, especialmente la navegación a través de un México sin ley. Los delincuentes, a veces trabajando mano a mano con funcionarios corruptos, acechan las rutas migratorias, robando, extorsionando, secuestrando y en ocasiones asesinando a los migrantes.
Aunque muchos migrantes de Comitancillo han sufrido agresiones durante su camino hacia Estados Unidos, el municipio nunca había experimentado nada cercano al horror de la masacre perpetrada en enero.
“Este fue el caso peor”, dijo Aguilón.
Durante la ceremonia realizada en la cancha de fútbol de Comitancillo, el padre Mario Aguilón Cardona, párroco de la localidad, exigió el fin de la violencia contra los migrantes en México. “¡Nunca más!”, dijo en una homilía, según The Associated Press. “Nunca más a la violencia a los migrantes”.
Arriba, las monjas asistían a la ceremonia de bienvenida. Abajo, un cortejo con los féretros de 12 de las víctimas llegaba a la cancha de fútbol de Comitancillo.
Irma Yolanda Ximena Pérez, tía de Rivaldo Danilo Jiménez, de 18 años, quien fue una de las víctimas, era consolada por un familiar.
Cuando terminó la ceremonia del viernes por la noche, las familias de las víctimas, que viajaban en pequeñas procesiones, llevaron los ataúdes a sus casas. Algunos transitaron por los caminos accidentados y polvorientos que se ramifican desde el centro de la ciudad y conducen a las aldeas de las laderas donde los migrantes partieron hace solo unas semanas.
Se reunían con amigos en pequeñas casas hechas con ladrillos de adobe o bloques de concreto para los velorios que se prolongaron hasta altas horas de la noche. Algunos de los fallecidos fueron enterrados el sábado, otros el domingo.
Las 13 víctimas de Comitancillo incluyeron a diez hombres y niños y tres mujeres, casi todos en la adolescencia y principios de la veintena.
Entre ellos, Edgar López era una especie de anomalía. A los 49 años, no solo era significativamente mayor que los demás, su caso era distinto porque no se estaba yendo de su casa sino que se dirigía a su hogar: López estaba tratando de reunirse con su esposa y sus tres hijos en Estados Unidos, donde había vivido durante más de dos décadas.
Una banda tocaba afuera de la casa que López había construido en Chicajalaj, una aldea en el municipio de Comitancillo, con remesas que envió desde Estados Unidos.
Un cortejo fúnebre llevó el ataúd de López desde su residencia hasta la casa de sus padres.
A fines de la década de 1990, López entró por primera vez a Estados Unidos de manera ilegal y se radicó en Carthage con su esposa e hija. Fue deportado poco después, pero rápidamente regresó con éxito a Estados Unidos y logró reunirse con su familia.
En Carthage, López encontró trabajo en las plantas avícolas de la zona, y él y su esposa tuvieron dos hijos más, ambos nacidos en Estados Unidos, dijo el padre Odel Medina, sacerdote católico de la iglesia St. Anne en Carthage, donde López era un líder parroquial.
Pero en 2019, López volvió a ser detenido por funcionarios de inmigración durante una redada en la fábrica donde trabajaba. Estuvo detenido durante la mayor parte de un año, tratando de luchar contra la deportación.
Se mantuvo en contacto con el padre Medina. “Siempre estaba tratando de organizar grupos para rezar y tener fe y mantenerse fuerte”, recordó el sacerdote.
Sin embargo, López finalmente perdió su batalla legal y fue deportado a Guatemala en 2020, dijo Medina. En enero, como extrañaba desesperadamente a su familia, decidió volver a probar suerte y emigrar al norte por tercera vez, dijo el sacerdote.
El sábado pasado, los familiares asistieron al velorio de López en la casa de sus padres. El funeral se llevó a cabo en una iglesia en el pueblo de Chicajalaj, cuya construcción había ayudado a financiar recaudando fondos entre la diáspora guatemalteca en Mississippi.
Arriba, los familiares velaban a López. Abajo, en la procesión que llevó sus restos a la iglesia y luego a un cementerio, su primo, Sebastián López, de 75 años, sostenía un retrato enmarcado de su pariente asesinado.
Evelin, hija de López, dejó una lata de Coca-Cola, una de sus bebidas favoritas, como tributo en su tumba. Fue su primer viaje a Guatemala.
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En la casa de Santa Cristina García Pérez, de 20 años, otra víctima de la masacre, sus familiares adornaron un altar con fotos, flores y una botella de agua para que su espíritu no sufriera de sed en su viaje hacia la próxima vida, explicó su padre, Ricardo García Pérez.
Antes de emigrar, dijo García, su hija había vivido durante tres años en la ciudad de Zacapa, al otro lado del país, haciendo una serie de trabajos mal pagados como limpiadora y vendedora en tiendas.
García tiene 11 hermanos y esperaba ganar suficiente dinero en Estados Unidos para cubrir el costo de una operación de su hermana de un año, Ángela Idalia, quien nació con labio leporino, dijo su padre.
Quería salvar a Ángela Idalia de lo que pensó que sería una vida de burlas, dijeron sus familiares.
García esperaba llegar a Miami, donde vivía una amiga, “pero desafortunadamente su vida se truncó en el camino”, dijo su padre.
“Lo más triste de la vida”, continuó. “No hay explicación”.
Los familiares se reunieron en la misa por García y otras dos víctimas, Iván Gudiel Pablo Tomás y Rivaldo Danilo Jiménez. Todos eran de la aldea de Tuilelén.
Abajo, Ricardo García Pérez y Olga Pérez Guzmán de García, padres de Santa Cristina, asistieron a su velatorio.
Los asesinatos han asombrado a la comunidad, además de generar una ola de atención de los medios internacionales sobre Comitancillo y una gran cantidad de apoyo financiero para las familias de las víctimas. Entre otros actos de generosidad, donaciones de comunidades cercanas de la región y de la diáspora guatemalteca han pagado la primera cirugía de Ángela Idalia para tratar su labio leporino y han permitido que la familia García pueda construir una nueva vivienda.
Sin embargo, los residentes locales predicen que, a pesar de la masacre, la migración de Comitancillo hacia Estados Unidos no disminuirá.
Los residentes dijeron que la elección del presidente Joe Biden y su promesa de un enfoque más humano de la política migratoria habían inspirado a muchos jóvenes a partir hacia Estados Unidos en los últimos meses. Muchos otros están pensando en irse pronto, dijeron los vecinos del lugar.
Las opciones de empleo en Guatemala son demasiado escasas, dijo Aguilón, y el atractivo de tener una posibilidad en Estados Unidos es demasiado grande.
“Para nosotros, fue un golpe muy grande”, dijo sobre la masacre. “Pero esto no evitará que la gente migre”.
Por: Daniele Volpe y Kirk Semple, The New York Times