En el camino largo y recto que conduce a la aldea agrícola de Bhond (India), después de los campos de tomates, de berenjenas y de trigo color ocre, había una barricada de la policía, una escena rara en un poblado tan pequeño y remoto.
Además de los sudorosos oficiales de la policía, había una segunda línea de defensa: aldeanos armados con palos y con el rostro cubierto con paliacates deshilachados que obstruían el camino. Temerosos por la propagación del coronavirus, estaban decididos a hacer respetar la orden de permanecer en casa emitida por el gobierno y evitar que entraran a la aldea personas ajenas a ella.
Nadie les paga a estos hombres. Están apostados, todos los días, bajo el sol abrasador aunque las granjas ubicadas detrás de ellos caen en la bancarrota por las deudas.
“Con la policía o sin la policía, nosotros seguiremos”, comentó Mubarik Khan, un productor de tomates que durante las tres últimas semanas ha estado haciendo guardia a la entrada de Bhond, a unos 80 kilómetros de Nueva Delhi. “Estoy preocupado y todos lo estamos, pero siento que es mi deber estar ahí”.
A pesar de ser un país rebelde de 1300 millones de habitantes donde desde hace mucho tiempo ha sido difícil hacer que las personas y las comunidades sigan las reglas, India ha aplicado su cuarentena por el coronavirus —la más grande del mundo— con un celo sobresaliente.
La gente no solo obedece las órdenes de manera responsable, sino que muchos hacen esfuerzos adicionales. Por todas partes están surgiendo brigadas de voluntarios para patrullar y luchar contra el virus que brindan una red adicional de vigilancia en todo el país. Los vecindarios están imponiendo reglas suplementarias y se están aislando.
La labor de los voluntarios podría ayudar a que el país proteja a su pueblo de la pandemia, dado el estado de la mayoría de los hospitales, la población tan grande y las condiciones de vida de los hacinados barrios marginales que hacen que la gente sea especialmente susceptible a los brotes.
India ha informado sobre aproximadamente 16.000 casos confirmados y 500 fallecimientos, una cifra per cápita bastante menor que la de muchos países más ricos. Pero su número de pruebas también es más bajo y algunos expertos en salud creen que tal vez el virus se esté diseminando sin ser detectado.
Muchos indios obedecen porque temen enfermarse en un país que tiene un sistema de salud deficiente que ofrece tratamientos que ellos no pueden costear. Pero la popularidad del primer ministro de India, Narendra Modi, explica parte de esa obediencia. Para muchas personas, es la cuarentena de Modi, y se hace lo que él dice. Su gobierno ha sido el más poderoso del país en décadas, así que a muchos indios les da miedo desacatar sus reglas.
Al elogiar a sus compatriotas por comportarse “con la disciplina de un soldado”, Modi ha intentado promover un espíritu de fraternidad en la cuarentena. Hace poco, les pidió a todos los indios que se pararan en la entrada de su casa a cierta hora, que aplaudieran y que hicieran ruido. Lo mismo hizo para realizar una ceremonia de encendido de velas a nivel nacional. En ambos casos, millones de personas obedecieron.
La cuarentena de India lleva ya casi un mes y, en fechas recientes, Modi la amplió hasta el 3 de mayo. Conforme se extiende ha despertado elogios, pero también genera inquietud por su aplicación tan ferviente, en especial cuando se dirige a los pobres y a las minorías.
Las castas bajas están siendo más rechazadas. El término “distanciamiento social” se parece directamente al ostracismo de siglos que han sufrido ciertos grupos que hasta hace poco eran denominados como “los intocables”.
Los musulmanes, que son una minoría muy grande en una tierra donde predomina el hinduismo, también enfrentan un brote de discriminación y ataques. El gobierno indio no deja de señalar que un seminario islámico en Nueva Delhi fue el responsable del contagio de miles de personas. Ahora, muchos indios creen que todos los musulmanes tienen el riesgo de propagar el coronavirus.
“Ese es uno de los problemas del celo exagerado”, señaló Adarsh Shastri, un político del Congreso Nacional Indio, el principal partido de oposición. “La gente tiene la oportunidad de hacer cumplir la ley por sus propios prejuicios personales”.
Al igual que en Estados Unidos y otros países, la cuarentena ha paralizado la cadena de suministros. Los agricultores no han podido llevar sus productos a los mercados y la gente hambrienta no tiene acceso a los alimentos.
Algunos de estos problemas se han agravado por la forma en que se interpretan las reglas de la cuarentena. Por ejemplo, las camionetas que transportan mercancía deben poder pasar por los puestos de control. Pero ahora, a muchos indios les da miedo que los conductores de las camionetas porten el virus. Los oficiales de la policía y los guardias voluntarios no han dejado pasar a las camionetas cargadas de verduras.
Al reconocer que la cuarentena ha sido demasiado estricta, tal vez el gobierno planea promover de manera oficial la liberación de industrias como la agricultura, las plantaciones de caucho y de té, el transporte de mercancía y los proyectos de conservación del agua, algunas de las cuales deberían de estar funcionando de todas maneras. La nueva directriz solo se aplicará a las regiones donde no hay muchos contagios.
Los indios de todo el país han seguido las instrucciones de permanecer en casa, sin importar lo reducido que sea el espacio donde viven. Solo sale una persona a la vez para conseguir alimento, lo cual por lo general no sucede todos los días, y siempre usa un cubrebocas.
No obstante, el temor sigue aumentando. Cada vez más comunidades están imponiendo sus propias medidas para endurecer la cuarentena y detener la circulación de la gente.
En una ocasión, en Nueva Delhi, un chico entregó a su propio padre por haber salido. En otra, en el estado de Bengala Occidental, algunas familias que querían mantener el distanciamiento social les pidieron a sus seres queridos que durmieran en los árboles.
En las zonas rurales, las brigadas de voluntarios patrullan los caminos noche y día. Algunos llevan palos, hoces y bolsas llenas de clavos para perforar las llantas de los autos que consideran sospechosos.
“Podríamos llamarnos defensa civil”, comentó Monu Manesar, el jefe de protección de su aldea en el estado de Haryana.
Manesar es un coordinador de distrito de la organización Bajrang Dal, un grupo nacionalista hindú al que durante años han acusado de atacar a las personas que no son hindúes. El hecho de que algunas de estas brigadas de patrullaje incluyan a las mismas personas que con anterioridad han atacado a las minorías podría explicar los recientes crímenes de odio relacionados con el coronavirus.
Hace casi dos semanas, Sahimuddin, un oficial musulmán de la policía de reserva —que, al igual que muchas personas en India, usa un solo nombre— iba conduciendo su motocicleta en un camino rural a unos 60 kilómetros al sur de Nueva Delhi. Un grupo de agricultores que reforzaban una barricada en una aldea lo interrogaron y luego se comunicaron con la siguiente aldea para que estuviera alerta.
Cuando Sahimuddin se acercó a la otra aldea, varios agricultores hindúes que estaban en una barricada le lanzaron una cuerda alrededor del cuello y lo tiraron de la moto. Luego lo golpearon despiadadamente y, según la familia de Sahimuddin, casi le destruyeron la tráquea. Los oficiales de la policía corroboraron su historia.
Sahimuddin se encuentra en el hospital, sin voz y con dificultades para respirar.
Por: Jeffrey Gettleman y Suhasini Raj