Cuando en nuestra vida no hay amor, vivimos encapsulados dentro de un ego ávido de adquisiciones y complacencias. Un camino que convierte la vida en algo más parecido a una lucha entre hermanos que a una oportunidad de compartir la aventura de la existencia.
Cuando no hay amor, se instala un yo superviviente que deambula febril en la selva de las vallas publicitarias. Un yo que se ve obligado a perder su inocencia y aprender a depredar, mientras que, sorteando obstáculos, muerde y escapa. Se trata de una vida que discurre entre el miedo y el deseo, huyendo hacia delante, al tiempo que se intuye la llegada de un mundo nuevo en el que el corazón se abre y calienta.
A mayor presencia del miedo, menor presencia del amor nos asalta. El miedo busca seguridad y nos impulsa calmar una sed ansiosa, aunque sea con agua salada. Un agua que, al igual que el dinero, por más que se gane, nunca basta.
La seguridad que uno busca no se encuentra en refugio atómicos, ni en los grandes hospitales, ni en las cuentas bancarias. Muchas personas con patrimonios inabarcables que no pueden gastar en toda una vida, padecen el programa neurótico de soledad y carencia.
La seguridad es un estado de conciencia que se alcanza en la medida que cultivamos el jardín de nuestra mente y ejercemos la acción justa y generosa. Acciones que priman el servicio desinteresado que, sin pretenderlo, nos hace merecedores de la paz en el alma.
“El amor desde la inteligencia del alma” en la voz del Terapeuta y Coach de Vida Armando Martí© (una adaptación del libro Inteligencia del Alma de José María Doria), para la sección Konciencia de KienyKe.com. Escúchalo, disfrútalo y compártelo:
El amor es un manantial de vida que se cultiva, tanto en los espacios de silencio como en el compartir nuestra intimidad sincera. El amor es un estado de atención sostenida que se despierta viviendo el presente, contemplando la belleza y permitiendo aflorar la compasión que abraza.
Un estado en el que, cada mañana, al levantar el alba y sin dejar todavía la cama, uno se pregunta: ¿Quién soy? Y en respuesta, el Testigo emerge, el Observador del pensamiento se revela y, desde este momento, el propio ego “tocado por la conciencia” busca sentido a las vivencias de la jornada.
¿Para qué estoy vivo? ¿cuál es el propósito de mi existencia? Buscando las respuestas, uno realiza que la forma más estable de goce llega cuando damos vida a la vida y ejercitamos el respeto, allí donde ésta señala. Unas veces será un rostro contraído que está pidiendo paz y calma, otras será alguien que nada pide, tan solo compañía, y basta.
Amor es el pasaporte que tiene la existencia para trascender el egoísmo y soltar la prisión de manipuladora máscara. No se trata de anular el ego, ni de negar el poder y utilidad de su eficacia. Se trata simplemente, de observarlo, conocerlo y alinearlo dócilmente a los propósitos globales del alma.
- ¿Qué puede hacerse para sentir amor? – Se pregunta uno, sabiéndose colonizado y contraído por el prosaico discurso de la supervivencia. ¿Por qué, al parecer, unos pocos lo sientes y en cambio otros viven tensos y endurecidos, apretando sus mandíbulas ante supuestas amenazas? Ante tales preguntas, uno respira … siente cómo fluye el aire en sus pulmones, entorna los ojos y espera. Al poco, un lúcido sosiego llega y nos abraza.
Unos piensan que es amor lo que sienten por sus hijos; otros llaman amor a la pasión alborozada, y algunos lo experimentan también ante emociones estéticas sublimadas. Pero todos intuyen que el amor es una opción de lo Profundo que llegó en alguna noche estrellada en la que uno decidió mirar y …, de pronto, sintió que la elección estaba consumada.