Uno de los muchos mitos urbanos que circulan sobre el origen del logo de Apple, el gigante norteamericano de software y equipos electrónicos —una manzana mordida— es que se trata de un homenaje a Alan Turing, padre de la computación. Se dice que Steve Jobs, el fundador de la compañía, profesaba gran admiración por el genial matemático británico.
Turing, que murió después de haber mordido una manzana envenenada con cianuro, había sido sometido a castración química por el gobierno de Londres debido a su homosexualidad. Y muchos creen que fue asesinado por el servicio secreto británico, a pesar de haber conseguido romper el código cifrado de comunicaciones de los alemanes, algo que fue decisivo para la victoria de los aliados en la Segunda Guerra mundial.
La empresa de Cupertino nunca ha admitido ese vínculo entre Turing y su logo, pero el hecho de haber tenido su famosa manzana mordida envuelta en la bandera arco iris, enseña de la comunidad LGTB durante más de veinte años, ha alimentado la especulación sobre su origen.
Todo esto viene a cuento por la lectura de un gran libro que quiero recomendar a quienes se topen con esta columna: Un verdor terrible de Benjamín Labatut, un escritor chileno que está produciendo, dicen quienes conocen ésta y otras obras suyas, una literatura inclasificable. Inclasificable pero fascinante. Labatut por supuesto no habla de Apple, pero sí de Turing, de Napoleón, de Einstein; y de personajes menos conocidos como el astrónomo Karl Shawarzschild, el matemático Alexander Grothendieck o el químico alemán Fritz Haber.
Haber, premio Nobel de Química en 1918 de origen judío, muerto en 1934, creó un pesticida que luego sería utilizado en los campos de concentración de Hitler. Es decir, murió sin enterarse que su invento había servido a los nazis “en sus cámaras de gas para asesinar a su media hermana, su cuñado, a sus sobrinos, y a tantos otros judíos”.
A Fritz Haber, cuya mujer se suicidó como consecuencia de los trabajos del marido, puede atribuírsele el nombre de padre de la guerra química; y la lectura del libro de Labatut nos hace pensar en ello como una posibilidad, algo nada descartable en el mundo de locura que hoy vivimos.
“Bastaría que la población mundial disminuyera a un nivel premoderno durante tan solo un par de décadas para que ellas (las plantas) fueran libres de crecer sin freno, aprovechando el exceso de nutrientes que la humanidad les había legado para esparcirse sobre la faz de la tierra hasta cubrirla por completo, ahogando todas las formas de vida bajo un verdor terrible”.
El libro de Benjamín Labatut en realidad se compone de cinco cuentos sobre científicos y es ahí en donde se produce casi un milagro, en el hecho de que con tales mimbres se fabrique un cesto tan atractivo: hacer literatura con la ciencia. Los relatos resultan tan fantásticos que uno debe ir a consultar con Mr. Google que sabe tantas cosas, a ver si es realidad o son fantasías del escritor chileno.
“Para bien y para mal —dice Benjamín Labatut en una entrevista con la BBC—, hoy la ciencia es la forma en que el ser humano interactúa con el misterio. A mí, lo que me atrae es la amplitud de su mirada, porque no solo estudia lo trascendental, sino también lo nimio, lo ridículo, lo imperceptible”.
Y unas acotaciones al margen. Por las declaraciones que uno lee de este escritor, parece que nos encontramos ante un personaje diferente a lo que estamos acostumbrados a ver en nuestro medio: autores de obritas más bien insustanciales que no caminan, levitan; envanecidos como si estuvieran a las puertas del Nobel de Literatura.
Labatut es un hombre de 42 años que era desconocido hasta hace unos meses. De repente se ha visto lanzado a la fama con este libro, cuya traducción al inglés lo ha hecho finalista del Man Booker y el National Book Award, los premios más importantes de la literatura anglosajona, y a ser recomendado por Barack Obama, pero él le quita importancia a estas cosas: “La literatura no es un concurso de popularidad, es una caminata alrededor de un enorme agujero que se lo traga todo”. Y en cuanto a la inclusión en una lista de preferencias que hizo de su libro el expresidente norteamericano, dice: “Por sanidad mental, prefiero pensar que esa lista la redactó una de sus asesoras”.
Acaba de publicar una nueva obra, La piedra de la locura, y cuando le preguntaron por el futuro ha dicho: “El proyecto más serio que tengo en este momento es morir con dignidad y sin molestar demasiado”. Que no es poca cosa.