Conozco gente que adora la inteligencia artificial. Según ellos es lo inevitable, el no va más, el futuro, y quien no se adapte allá él. Una de las enseñanzas más sabias que he tenido sobre este avance de la humanidad, se lo oí al filósofo Fernando Savater cuando, al final de una conferencia, un muchachito en el aula del colegio Cervantes de Bogotá, lo llamó viejo y desfasado; y le dijo que los jóvenes solo debían preocuparse por la inteligencia artificial.
Savater, con mucha calma, le dio la razón; pero le advirtió que las máquinas inteligentes creadas por el hombre, por más perfectas que fueran, jamás tendrían infancia ni conciencia de la muerte. Mucho me temo que el muchachito pedante no entendió la cosa, pero quien tenga dos dedos de frente haría bien en quedarse con esta reflexión.
Y harían bien sobre todo los programadores y creadores de aplicaciones para empresas. Voy a señalar una en concreto en Colombia: TIGO. Yo llevo desde el mes de octubre del pasado año tratando de darme de baja, de cancelar un servicio contratado con esta compañía de telefonía celular, y me ha sido imposible. Pido perdón por ponerme de ejemplo. Pero es que la jeringonza incomprensible, la falta de lógica, el diseño de un portal destinado a atender a todo tipo de clientes; incluso los que ya hemos dejado hace mucho tiempo de ser veinteañeros, es exasperante.
Sí, ya lo sé, me dirá alguno que lo que hay detrás es un sistema que pretende disuadirte de prescindir de los servicios de esa compañía. Pero pregunto: ¿Qué parte de “no lo necesito” no entenderán? Puede que haya mucho de política empresarial, otra parte es de pésimo diseño. Y si los informáticos creen que soy tonto por no saber manejar sus programas, tengo derecho a pensar que ellos no son muy buenos, y que los mejores ya han sido contratados por empresas de la India para trabajar telemáticamente. Como de hecho está ocurriendo.
El problema no es la tecnología, el problema son esos portales y páginas web diseñadas por unos lelos ensimismados con una jerga incomprensible, para quienes los demás deberíamos tener conocimiento informático por ciencia infusa. Y esto ocurre a todos los niveles: en los bancos, en las páginas gubernamentales, en las de organismos y entidades públicas donde el público tiene necesidad de acudir por información, a realizar toda suerte de gestiones telemáticas. Y cada vez con mayor frecuencia.
El problema no es exclusivo de Colombia. El mes pasado, un médico español llamado Carlos San Juan daba las gracias en un portal de internet a las cincuenta personas que habían secundado su idea de pedir a los bancos que dieran un trato humano a las personas mayores. Hoy el doctor San Juan tiene casi medio millón de firmantes pidiendo humanidad a las instituciones bancarias. Y como consecuencia de su iniciativa, el gobernador de Banco de España prometió reunirse con representantes de los principales bancos del país para que sus oficinas tengan un trato humano; para que acaben con el espectáculo patético de una persona perpleja ante aparatos que no saben manejar o con el humillante “vaya a que un nieto le ayude a entrar a nuestra página”.
También el gobierno portugués —lo leo en la prensa de esta semana— ha decidido tomar cartas en el asunto. Ha puesto en marcha, a través del ministerio de Economía y Transición Digital, el programa Eu sou digital (Yo soy digital) un programa de capacitación digital de adultos que pretende acercar al mundo virtual a un millón de portugueses considerados “infoexcluídos”. Un grupo de 30.000 voluntarios tiene el encargo de llevar el conocimiento a los beneficiarios del programa. Pero se entiende que del otro lado, el gobierno pone el mismo empeño en que los informáticos diseñen unos programas cada vez más asequibles a toda la población, no solo a las nuevas generaciones, que hoy tienen los rudimentos del mundo digital desde que dan sus primeros pasos.
En ese sentido es de justicia reconocer que en Colombia la iniciativa de los corresponsales bancarios de Bancolombia que al menos en Antioquia, se encuentran por todas partes, facilita las cosas a los usuarios. En centros comerciales, pequeños establecimientos y hasta tiendas de barrio, la gente puede realizar operaciones sencillas con la intermediación de un ser humano al otro lado de una ventanilla o un mostrador, cosa que es muy de agradecer.
Otra cosa será si este banco cae en manos de quienes pretenden ahora entrar a su accionariado con el músculo financiero de inversionistas árabes. Me atrevo a pronosticar la desaparición de estas facilidades. Tiempo al tiempo.