Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

“Solo se trató de dinero”

El domingo 24 de noviembre de 1985, Sam Kardonski compareció en una rueda de prensa para hablar del secuestro del que acababa de ser liberado; parecía tranquilo, estaba relajado. Vestía elegante, recién afeitado, y nadie diría que había estado un año y ocho meses en manos de sus captores. Todos los indicios apuntaban al M-19 como responsable de la odisea que acababa de vivir el presidente del Tower Bank. Pero los periodistas convocados a la casa de Kardonski en Colón, el puerto panameño que mira al mar Caribe, se llevaron una sorpresa. Lo contó puntualmente La Estrella de Panamá.

 “No puedo decir quiénes son, pero me hicieron saber que no tenían nada contra mí ni contra mi familia”, dijo, cuando le preguntaron por sus carceleros. Y en un español que delataba ligeramente su origen del este europeo, aquel hombre de 64 años, miembro destacado de la colonia judía, añadió algo que dejó a todos con la boca abierta: “Fue simplemente un negocio. Solo se trató de dinero”.

Con aquellas dos frases frías y pragmáticas Kardonski definió perfectamente el entramado político y financiero que lo privó de la libertad en una celda en Quito, adonde fue llevado después de que la Guardia Nacional lo secuestrase, por instrucciones de Manuel Antonio Noriega para entregárselo al M-19, en una compleja operación coordinada desde La Habana por Manuel Piñero, enlace de los grupos guerrilleros latinoamericanos y la ETA española. 

El grupo guerrillero colombiano tenía depositado en el Tower Bank el producto de su actividad extorsiva y solo dos personas tenían acceso a aquella cuenta: el fundador y líder del M-19 Jaime Bateman, y el exparlamentario Antonio Escobar Bravo.  Ambos habían muerto al precipitarse el avión en el que viajaban sobre la selva del Darién, y los herederos de Bateman —de su política y de su dinero— no tuvieron más remedio que secuestrar al presidente del banco custodio de aquel tesoro. 

Siete millones de dólares dijo entonces la agencia EFE que pagó Kardonski en Suiza al M-19 por su rescate. Y como en la cuenta del EME se dice que habría más de veinte millones, el negocio le salió redondo al banquero. Con la molestia de veinte meses de encierro, pero ya se sabe que en operaciones de gran calado los tiburones financieros a veces se dejan tiras de piel y trozos de su vida. 

Días antes de que comenzase aquella “operación financiera”, había tenido lugar un feliz acontecimiento social. Raquel Kardonski, sobrina del exitoso banquero, contrajo matrimonio con Jaime Gilinski, retoño de Isaac, el fundador de otro clan familiar judío en Cali; como todo mundo sabe, la sucursal del cielo. Así que, al conocerse la desaparición de su recién emparetado tío político a manos de un grupo guerrillero colombiano, nadie más indicado que Jaime para intermediar en aquella transacción financiera. 

Recuérdese que según las palabras de Kardonski, solo se trataba de un negocio. Y es ahí en donde aparece un capitán de empresa llamado Gustavo Petro a allanar el camino y hacer que las conversaciones lleguen a buen puerto. Es fácil deducir que Gustavo y Jaime se entendieron y habrán cerrado el negocio con un apretón de manos. Y quién sabe si no con un abrazo, aquel gesto tan humano que nos hurtó la actual pandemia. Amigos for ever.

Al cabo de los años, las vueltas que da la vida, el antiguo guerrillero del M-19 acaricia la presidencia de Colombia, y aquel joven alevín de banquero, que aprendió los rudimentos del oficio de manos de su tío político, vuela sobre los predios del Grupo Empresarial Antioqueño con ojo ambicioso y ánimo de revancha. En los años 90, intentó inútilmente hacerse con la joya de la corona de los antioqueños, con su banco.

Jaime Gilinski no habría convencido al jeque Mohamed bin Zayed, heredero del trono de Abu Dhabi, para que invirtiese cientos de millones de dólares en un lejano e ignoto país llamado Colombia, en vísperas de la posible llegada al poder de un gobierno de corte populista, si no le hubiese asegurado que sus inversiones serían respetadas. Los viejos negocios crean lazos.

Y Álvaro Uribe, el hombre hasta hoy más poderoso de Colombia, debe estar mordiéndose los codos de ira al ver cómo declina su estrella. Y cómo, de la mano de su protegido, Iván Duque, entran los Gilinski en el Grupo Empresarial Antioqueño.

Los empresarios paisas deberían aplicarse en este momento el viejo aforismo según el cual no hay peor cuña que la del propio palo. Y Jaime Gilinski, aquel que dice que el plato de la venganza se come frío.

Y cuando las galletas Noel terminen fabricándose en India, a Gilinski, un señor que vive hace muchos años en Londres y solo tiene de colombiano un pasaporte, el asunto le importará muy poco. Solo se habrá tratado de dinero. 

Otra cosa será la humareda de desempleo y orfandad en la relación empresa-cátedra, que suba hacia el cielo desde las cenizas que queden de lo que un día fuera el imperio paisa.

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