A Sofía no la mató solo un individuo. La mató un sistema. Un aparato institucional que, con todos sus protocolos, rutas de atención y discursos de protección, no fue capaz de hacer lo más básico: evitar que una niña, con nombre y rostro, muriera sabiendo que su agresor ya había sido denunciado años antes.
Brayan Campo fue capturado, juzgado y condenado a 58 años de prisión. La justicia actuó, sí. Pero lo hizo después de la tragedia. Cuando ya no había nada que proteger. Cuando la infancia de Sofía había sido arrancada de cuajo, y con ella, nuestra última excusa como sociedad. Porque no podemos seguir llamando justicia a lo que llega con el cadáver encima.
¿Qué dice esto de nosotros como país? Que naturalizamos el abandono. Que hemos convertido la vulnerabilidad infantil en una estadística más. Que preferimos reaccionar con indignación momentánea a construir mecanismos reales de protección. Que el dolor de una niña debe ser amplificado por los medios para que el Estado decida moverse.
Esto no es un hecho aislado. Es un síntoma crónico de una institucionalidad que, aunque habla de enfoque diferencial, sigue respondiendo con lentitud, descoordinación y negligencia. Una institucionalidad que necesita más que leyes escritas: necesita voluntad política, capacidad operativa, y, sobre todo, sensibilidad humana.
No se trata de exigir castigos ejemplarizantes para calmar conciencias. Se trata de exigir que el derecho penal no sea la única respuesta del Estado ante los horrores que su omisión permite. Porque una sentencia, por justa que sea, no revive. No repara. No transforma.
Sofía no debía morir. Pero lo hizo. Y esa muerte nos interpela. Nos exige revisar cada eslabón del sistema: la forma en que se investigan las denuncias, la manera como se protege a las víctimas, y la cultura institucional que normaliza el riesgo hasta que es demasiado tarde.
Si algo debemos a Sofía, no es venganza ni lástima. Es el compromiso serio de no permitir que ninguna otra niña deba pagar con su vida la ineficiencia del Estado. Porque cuando una infancia es silenciada por la violencia, todos quedamos condenados.