Gloria Diaz

Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado; Magíster en Estudios Interdisciplinarios sobre desarrollo; especialista tanto en Gestión Regional del Desarrollo como en Gestión Pública e Instituciones Administrativas de la Universidad de los Andes. Tiene amplio conocimiento y experiencia en agenda legislativa y control fiscal, y un gran interés por la implementación, ejecución y evaluación de políticas públicas. Gerenció la Contraloría General de la República en el departamento de Boyacá. Así mismo, fue Edilesa de la localidad de Santa Fe.

Gloria Diaz

"El Trabajo Digno para las Mujeres: De Llorar a Facturar"

Hace poco, Shakira y Bizarrap sacudieron las redes con la famosa frase "Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan", una expresión que se ha convertido en un himno de empoderamiento y transformación para muchas mujeres en todo el mundo. En una sociedad históricamente machista, donde el papel de la mujer estaba definido entre el hogar y el cuidado de los demás, esta frase se alza como un grito de independencia, de rompimiento de las cadenas que nos mantenían atadas a los espacios invisibles de la casa. 

Ya no es tiempo de que las mujeres se queden en la sombra; hoy, las mujeres exigen ser reconocidas no solo por su capacidad de cuidar, sino también por su habilidad para generar, para facturar, para ocupar espacios en el mercado laboral, en la política, en las empresas y en la cultura. Lo que Shakira está diciéndonos es claro: las mujeres no solo están preparadas para gestionar su vida personal, sino también para ser agentes de cambio económico y social, y ya no estamos dispuestas a seguir relegadas.

Pero, más allá de la ironía que a veces conlleva escuchar esa frase en un contexto que no ha sido tan generoso con las mujeres, hay una realidad que no podemos ignorar. Mientras millones de mujeres siguen luchando por su autonomía económica, muchas continúan siendo las encargadas, sin remuneración alguna, de las tareas de cuidado y las labores domésticas que sostienen a la sociedad. 

Este trabajo no solo es invisible, sino que sigue siendo sistemáticamente desvalorizado. Esas horas interminables que dedicamos a cuidar la casa, a atender a los hijos, a velar por los padres mayores, no se reflejan en las estadísticas de productividad, no se registran en el sistema económico ni nos permiten acceder a pensiones o derechos laborales. Y aunque la sociedad y el mercado laboral hayan empezado a reconocer a las mujeres fuera de los hogares, el trabajo de cuidado sigue siendo una asignatura pendiente, tanto para los gobiernos como para las instituciones sociales y económicas.

El trabajo de cuidado, en toda su magnitud, sigue siendo uno de los aspectos más ignorados en las estadísticas laborales. Según datos de ONU Mujeres, el 71% del trabajo no remunerado de cuidado lo realizan las mujeres a nivel mundial, lo que equivale a alrededor del 16% del Producto Interno Bruto (PIB) global. En Colombia, esta carga es aún más evidente: las mujeres dedican tres veces más tiempo que los hombres al trabajo doméstico y de cuidado, según el informe de Fondo Mujer. 

Pero lo más alarmante es que estas actividades no se reconocen como trabajo formal, ni se remuneran de ninguna manera. Lo que tenemos es una división desigual de tareas en la que las mujeres, además de cargar con una jornada laboral formal, asumen de manera casi exclusiva la responsabilidad de las labores de cuidado, un trabajo indispensable para el funcionamiento de la sociedad, pero que sigue siendo invisibilizado por las políticas públicas.

Este desajuste no solo tiene un impacto en la vida cotidiana de las mujeres, sino que también afecta su autonomía económica y su capacidad para generar ingresos o acumular recursos. Según la Defensoría del Pueblo, las mujeres colombianas dedican, en promedio, 3,6 horas diarias al trabajo doméstico, mientras que los hombres solo dedican 1,3 horas. Esto no es solo una cuestión de desbalance en las tareas del hogar, sino también de una desigualdad económica profunda, ya que las mujeres que se dedican mayormente al cuidado del hogar no tienen acceso a pensiones, seguridad social o beneficios laborales que les permitan generar ingresos estables o pensiones para su futuro. 

Esta dependencia económica las coloca en una posición de vulnerabilidad, especialmente en tiempos de crisis económica, como la que vivimos durante la pandemia del COVID-19, cuando las mujeres no solo soportaron una sobrecarga de trabajo, sino que además vieron reducidos sus ingresos y su acceso a oportunidades laborales formales.

Además, este trabajo no remunerado no se limita al ámbito doméstico. En muchas regiones de Colombia, las mujeres también asumen la mayor parte del trabajo de cuidado en sus comunidades. Esta tarea, que debería estar respaldada por políticas públicas, sigue siendo invisibilizada. 

En países como España y algunos del norte de Europa, ya existen sistemas que remuneran este trabajo, implementando políticas públicas que incluyen la creación de servicios públicos de cuidado y licencias remuneradas para el cuidado familiar. En Colombia, sin embargo, a pesar de los esfuerzos como la Ley 1257 de 2008 (Por la cual se dictan normas de sensibilización, prevención y sanción de formas de violencia y discriminación contra las mujeres, se reforman los Códigos Penal, de Procedimiento Penal, la Ley 294 de 1996 y se dictan otras disposiciones), aún existe una deuda histórica que debe ser saldada. La falta de políticas efectivas para el trabajo de cuidado sigue condenando a las mujeres a vivir en un ciclo de precariedad.

La inequidad en la distribución del trabajo de cuidado tiene un impacto directo en la pobreza y en la desigualdad económica de las mujeres. De acuerdo con ONU-Hábitat, el trabajo no remunerado de las mujeres equivale a un 23% del PIB de Colombia, pero esta valiosa contribución no se refleja en las estadísticas económicas ni genera ningún tipo de retribución económica. Esto contribuye a la invisibilización de las mujeres en el mercado laboral formal, las mantiene en una situación de subordinación económica y limita su capacidad de acceder a derechos fundamentales como la seguridad social, el salario justo y las pensiones.

Es aquí donde, una vez más, la frase de Shakira resuena con fuerza: “Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”. No se trata solo de una provocación; es una declaración de independencia económica, de revalorización del trabajo que históricamente se les ha asignado a las mujeres sin un salario a cambio. 

Si queremos garantizar un trabajo digno para las mujeres, debemos comenzar por reconocer y remunerar esas horas invisibles que dedicamos al cuidado de la vida misma. La sociedad debe reconocer que el trabajo de cuidado no es un acto gratuito, sino una contribución fundamental al funcionamiento de la economía. Y no solo las mujeres deben ser vistas como responsables de esa carga; es un trabajo que debe ser compartido, redistribuido y apoyado por políticas públicas que incluyan servicios de cuidado accesibles y asequibles.

Pero la lucha por la equidad en el trabajo también exige que nos cuestionemos la forma en que entendemos el mercado laboral en general. El trabajo digno para las mujeres no debe limitarse al reconocimiento de sus labores fuera del hogar, sino que debe incluir una revisión profunda de cómo se organiza el trabajo en la sociedad. 

La responsabilidad de cuidar debe ser una tarea compartida entre todos los miembros de la familia y la comunidad, y el Estado debe garantizar que todas las personas tengan acceso a los recursos necesarios para hacerlo de manera equitativa. Las políticas públicas deben ser claras y eficaces en el reconocimiento y remuneración del trabajo de cuidado, y la sociedad debe empezar a cuestionar las estructuras que han permitido la perpetuación de esta desigualdad.

Es hora de que el gobierno actúe con responsabilidad y visibilice el trabajo que las mujeres realizan cada día. El Día Internacional del Trabajo debe ser un recordatorio no solo de los avances conseguidos, sino también de las deudas pendientes. Es un llamado a reconocer la labor invisible de las mujeres, pero también a cambiar las estructuras que perpetúan la desigualdad y la pobreza. Las mujeres merecen un trabajo digno en todos los ámbitos, ya sea en el hogar, en el mercado laboral o en cualquier espacio de la sociedad. Porque cuando las mujeres facturan, no solo están contribuyendo a la economía, sino también al bienestar colectivo.

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Gloria Diaz
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