El título de esta columna, de autor desconocido, me pega que es pura sabiduría popular. En el ambiente que reina en Colombia desde que llegó Gustavo Petro a la Presidencia, y particularmente su ministra de Sanidad, hablar de cambiar el sistema sanitario es sencillamente un disparate. Ojo, que el hecho de no cambiarlo no quiere decir que no haya que hacerle ajustes, mejorarlo. Pero es de sobra conocido que cuando las cosas funcionan, no se cambian.
¿Y cómo sabemos que la sanidad en Colombia, quizá renqueante en muchos aspectos, funciona? Vengan a Europa. Ustedes perdonarán la referencia personal pero no tengo más remedio que echar mano de ella: tuve el 6 de noviembre y días sucesivos un insoportable dolor en el pie derecho que me paralizo y me llevó a visitar cinco centros médicos en Madrid, ser tratado por igual número de profesionales de la sanidad pública y privada y, aunque el dolor ha remitido, en el momento de escribir esta columna, veinte días después, no sé cuál es el origen del mal, y la cita más cercana de una resonancia magnética se me programó para un mes más tarde.
Una de las muchas cosas que se han visto afectadas en el mundo por la pandemia ha sido la sanidad. Los profesionales del gremio quedaron agotados y frustrados; los medios resultaron escasos, faltó personal y en ese ambiente de penuria un aspecto fundamental para el funcionamiento de la sociedad, quedó seriamente tocado. Eso fue un mal universal.
España concretamente, desde donde escribo, tiene un sistema sanitario bastante aceptable. Valga decir que aquí nadie que tenga una urgencia médica, sea nacional, residente extranjero, turista o residente ilegal, deja de ser atendido si asiste a un centro sanitario. Y en este país, como en todas partes, la pandemia ha hecho estragos en el sector; con el grave añadido de que aquí todo se politiza y se convierte en arma arrojadiza contra el enemigo ideológico.
Mi peregrinaje por los centros asistenciales madrileños coincidió con una manifestación de protesta por la situación sanitaria en la región en la que se encuadra la capital española. Y, aunque mis amigos médicos lo niegan, fue muy evidente que un acto, que pudo haber sido reivindicativo de la sanidad pública, se convirtió en un mitin contra la presidente (sí, han leído bien, escribo presidente, no presidenta) de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, verdadera bestia negra de la izquierda española. Al día siguiente de la tal manifestación, los responsables sanitarios de la señora Ayuso se sentaron a dialogar con los representantes de los sanitarios y a buscar soluciones.
Pero el sabor de la protesta política quedó en el ambiente, y la manifestación referida dejó imágenes que serán esgrimidas de aquí en adelante contra la señora Ayuso en un año electoral que está a punto de comenzar. En ese contexto --y con mi pie ya famoso en las salas de rayos X madrileñas, descartado un ataque de gota tras los exámenes correspondientes-- pregunté a dos médicos amigos cuál era entonces para ellos el sistema de medicina modélico. ¿Francia? ¿Gran Bretaña? ¿Estados Unidos? No hubo consenso y la respuesta se diluyó en una conversación que tomó otros derroteros. Sencillamente porque nadie se atreve en este momento, a poner a ningún país como ejemplo.
Si algún lector tiene dudas de cómo andan las cosas en Europa en ese aspecto lo invito a que guglée sobre la situación sanitaria, pongamos por caso, de Gran Bretaña, y verá que la sanidad colombiana le va a parecer modélica. En medio de la angustia que me producía un mal ignoto y dolorosísimo, y aun sabiendo que la cosa no era de origen traumático, en uno de los centros visitados al que acuden los deportistas de élite, pregunté el precio de una simple resonancia magnética de urgencia: 500 euros.