Objetivo básico, alejar a la selección de las angustias de la tabla de clasificación al mundial. También, darle armonía al vestuario, reactivar los sentimientos de los aficionados, rescatar el estilo de juego y elegir futbolistas por convicciones, rendimiento y no por influencias o presiones.
No hacer distinción de torneo ni partidos porque todos son importantes para los aficionados que no transigen con las derrotas. Establecer respetuosos canales de comunicación con la prensa, con un discurso coherente, sin doble vía.
Restablecer la confianza perdida en los técnicos colombianos, rechazados por extraños caprichos a la hora de elegir, con prejuicios que por años han dinamitado sus hojas de vida.
Su llegada significa un saludable cambio de dirección, avalado por su pasado, sus logros, su preparación y su calidad personal, que nadie discute.
Su predicamento no tiene rigidez táctica ni severidad estratégica. La espontaneidad del jugador tiene cabida porque sus fórmulas no son ni científicas ni inflexibles. Para él, primero el equipo lo que le abre perspectivas.
La complacencia con las figuras es nociva en todas partes y termina en desastre. Ningún jugador es más importante que otro, o que el equipo; ni tiene un derecho adquirido por su pasado, para jugar de titular o ser convocado.
Se gana una plaza en la selección, con responsabilidad, compromiso y rendimiento.
La mano dura para apagar el incendio suscitado tras la última derrota que dejó la selección en llamas, aplicada por él o su preparador físico, no puede tener extralimitaciones. Al ídolo se le respeta, sin empoderarlo a la hora de las decisiones.
Un llamado de atención pondrá en su sitio a James, a Falcao y hasta a Quintero, quien pide ser titular, sin estar activo. Todos con calidad, exceptuando al goleador, quien ya hace recorrido hacia la despedida.
Solo que, para él, como para todos, este es un mundo de resultados. EJO