Las declaraciones ante la JEP -Justicia Especial para la Paz- han tenido un nuevo capítulo, uno en el que si bien la narrativa confirma los desafortunados hechos en los que los falsos positivos fueron una política de Estado para mantener resultados en términos de seguridad, este tiene un nuevo elemento: el declarante fue un alto mando del Ejército, y este confirmó como por presiones este país derramó litros y litros de sangre.
Por supuesto el hecho de hacer estas declaraciones tiene dos miradas: el importante papel que hace la JEP en la reconstrucción de la verdad, una acción necesaria en un país como este profundamente afectado por el conflicto y en el que las víctimas necesitan respuestas, y la responsabilidad política que atañe tan macabra política de Estado en la que la muerte era la ley.
Y es precisamente en la segunda que me quiero detener hoy pues el expresidente Uribe y todos sus fieles sirvientes del partido han atacado y desprestigiado a la JEP por innumerables razones, pero hoy ante tantos hechos que se repiten y declaraciones que dicen lo mismo han intentado cambiar el discurso y hablar de ser un mecanismo que evita la responsabilidad judicial desconociendo el protocolo que existe en estos casos y que, incluso, da penas con cárcel de hasta ocho años.
Parece ser que el partido y el jefe máximo de dichas ejecuciones extrajudiciales está sintiendo pasos de animal gigante y no encuentra una manera que le permita justificar las atrocidades cometidas en nombre de la seguridad democrática y el daño que le han hecho al país dejando a su paso más de 9 millones de víctimas, más de 8 millones de desplazados, los más de 80 mil desaparecidos y las más de 300 mil personas que han muerto a causa de un conflicto que se enquisto en nuestras dinámicas y que incluso se normalizo.
Es el momento de que como país levantemos la voz contra lo que fue una política de Estado contra el pueblo y que elijamos el camino de la paz, la vida y las oportunidad para reconstruirnos como nación para que juntos y juntas escribamos la página de un país en el que las diferencias no nos cuestan la vida.