Cayó en mis manos en estos días una revista francesa de moda y carísimos artículos de lujo, en cuyo interior encontré unas imágenes que me llevan una reflexión sobre el mundo que nos rodea. Vaya por delante que en este tipo de publicaciones hay anuncios de ropa y complementos de vestir que no solo no están al alcance de cualquier mortal sino que se acercan al disparate. Ejemplo: una visera o gorra de beisbolista con el logo de una conocida marca francesa, costaba 600 euros, según el precio que por curiosidad quise saber hace algún tiempo. Traduzco para un colombiano de la calle que pueda estar leyendo esto: una sencilla y vulgar cachucha, se vende un una tienda de lujo europea por 2.700.000 pesos.
Bien, soy consciente, pues, que lo que me llamó la atención se encontraba en un magazine más propio de extraterrestres que de los millones de seres humanos que a diario madrugan, toman un incomodísimo medio de transporte público y se desplazan hasta sus lugares de labor para ganar, después de ocho horas trabajo, el sustento suyo y de sus familias. Pero el contenido de la revista en cuestión, no deja de ser sintomático de la evolución de los usos y costumbres de nuestro tiempo…, y sus posibles consecuencias.
Bajo el título “Le look Bazaar” —las cosas venían en Harper’s Bazaar— había diez páginas dedicadas a moda de vestir masculina más propia de Marilyn Monroe que de Humphrey Bogart, dicho para que me entiendan personas de mi edad. Con uno de los modelitos que me llamó la atención, había un caballero sentado en una parada de autobús con las piernas cruzadas, envuelto en unos ropajes de tweed, con las piernas cruzadas. Vestía unas botas de media caña y enseñaba el depiladísimo muslo. Presumo que llevaba una falda bastante corta. Ninguna sorpresa, llevo viendo este tipo de modelos para hombre hace ya algún tiempo en publicaciones por el estilo.
Lo que pasa es que, coincidiendo con ese encuentro visual, encontré en un diario europeo, también esta semana, una entrevista a la escritora y líder feminista alemana Alice Schwarzer que nos alerta: “Estamos ante cambios profundos en la relación entre sexos” y que esto es “peligroso”. La toma de posición de la señora Schwarzer, una mujer que supera los ochenta años, diferente a la tendencia que hoy se lleva particularmente en Europa y Estados Unidos, la ha marginado de foros y charlas sobre derechos de género a los que normalmente era invitada.
Su exclusión de los medios, debido a sus opiniones controvertidas sobre la ley de autodeterminación de género en Alemania y otros temas relacionados con el asunto, refleja la polarización creciente en torno a esta cuestión. Una de sus mayores críticas es porque se trata de una ley que permite a los jóvenes cambiar de identidad de género que es un mero trámite burocrático, yo agregaría que no es solo en Alemania y que dicho cambio se hace hoy con los mismas gestiones e inquietudes que supone un cambio de billete de viaje en avión.
La señora Schwarzer afirma que no se puede realmente cambiar de sexo, ya que los cromosomas XX y XY permanecen inalterables Describe la idea de cambiar de sexo como "la locura de creer que todo es factible, propia de una sociedad capitalista que sugiere que todo puede comprarse" Expresa preocupación por jóvenes que están "destruyendo sus cuerpos y sus psiques con hormonas, haciéndose extirpar los pechos y quizás incluso mutilando sus genitales". Sugiere que solo la industria farmacéutica y médicos sin escrúpulos se benefician de esto, mencionando que implica "miles de millones de dólares" Esta ley, dice, es una “pura burla”.
En los países que hoy pugnan por desplazar la hegemonía del mundo que hasta ahora han tenido Estados Unidos y Europa —Rusia, Irán y China— resultan inimaginables unos modelos de vestir para caballeros como los arriba descritos y que encontré en Harper’s Bazaar (excluyo a la India tradicionalmente más “imaginativa” en el vestir). Y yo diría que a los dirigentes de esas tres naciones les hace muy felices ver a los occidentales vestidos de esa guisa y a las familias occidentales lidiando con la desorientación en la identidad de género de sus hijos.
En pocos días se despejará la incógnita de quién será el nuevo presidente de Estados Unidos, y si será él o ella. Donald Trump tiene grandes posibilidades de alzarse con el triunfo y si eso ocurre, a lo mejor haríamos bien en reflexionar por qué tal cosa. Quizá hemos frivolizado más de la cuenta sobre el personaje y el hecho de que haya ochenta millones de votantes felices con el resultado se deba en buena medida al malestar de una sociedad con la doctrina woke que en tanta perplejidades ha sumido a Occidente y su pretendida “lucha contra las desigualdades sistémicas…y la identidad género”.
Si el hombre resulta ganador con todas sus consecuencias, no nos extrañe, pues cuál puede ser una de las razones de ese triunfo.