Como todos los años, uno de mis propósitos es aumentar las horas de lectura. Lo hago especialmente porque, para mi, es una gran terapia anti-estrés, luego de jornadas laborales extensas, frustraciones y el agite diario con las cosas personales. En mi búsqueda por encontrar libros (digitales) que me satisfagan y me hagan mejor persona a través de sus historias, me propuse leer uno por mes, para empezar con el hábito, y no abandonarlo a mitad de camino -como otras tantas cosas que se van olvidando y se dejan de hacer- entre esos que encontré, di con un audiolibro que recientemente fue publicado por el Papa Francisco, y que lleva por nombre ‘Soñemos Juntos’; allí el Sumo Pontífice aborda una realidad que, incluso, tiene mucha más relevancia que la propia pandemia. Nos habla de una realidad en la que, advierte, reinan la “globalización de la indiferencia y la hiperinflación del individuo”.
Me impactó demasiado, porque el común denominador de las personas vivimos sumergidas en los intereses personales, en cómo alcanzamos el éxito más rápido, cómo me hago más reconocido, quién gana más que el otro, porqué la otra persona y no yo que soy mejor, entre otras competencias superfluas.
La pandemia del COVID-19 puso al descubierto el virus de la indiferencia, y las ‘pandemias’ que, en ocasiones, se vuelven ocultas como la hambruna, la desigualdad, el cambio climático, la deserción escolar, la pobreza extrema y otras tantas realidades de las que nos olvidamos por obsesionarnos con lo personal.
Mientras nosotros, en medio de las pocas o muchas comodidades que tenemos, nos quejamos porque “otra vez la alcaldesa o el alcalde nos mandó a encerrar”, me pregunto ¿Cómo sobreviven quienes enfrentan el virus en campos de refugiados? Sin vivienda, sin agua limpia, sin acceso a internet para por lo menos prepararse con la información más básica para prevenir el virus, y el distanciamiento social que parece un chiste cruel para los más de un millón de refugiados en Bangladés, por ejemplo.
La oficina de las Naciones Unidas estimó que América Latina y el caribe verán un aumento del 269% en el número de personas en situación de inseguridad alimentaria, lo que quiere decir que “durante los próximos meses, 16 millones de personas en la región no tendrán la certeza de comer al día siguiente, esto con mayor preocupación en poblaciones vulnerables como Haití o venezolanos que han migrado a Colombia, Ecuador y Perú”.
Pensemos en las personas que viven hacinadas en barrios y ciudades de nuestro país, y otros tantos condenados a las injusticias, A quienes constantemente se les niegan los derechos fundamentales como la higiene, la alimentación o la vida digna. ¿Cómo una familia que vive en la miseria va a guardar la distancia para no contagiarse?, ¿Con qué agua van a lavarse frecuentemente las manos, si carecen de lo más preciado?, entonces: ¿Qué estamos haciendo nosotros al respecto?
La invitación, tal como lo dice el Papa es a dejarnos tocar por el dolor de los demás, a que no nos afecten las noticias malas solo cuando nos perjudican a nosotros, a mirar el mundo tal cual es, pero desde la periferia, porque nunca se sale igual de una crisis, siempre se sale mejor o peor, pero nunca igual