El 1.° de noviembre de 2018, a las 11:00 a. m., unos 20.000 empleados de Google, junto con empleados de Waymo, Verily y otras empresas de Alphabet, dejaron de trabajar y salieron de sus oficinas en ciudades de todo el mundo. Una semana antes, The New York Times informó que la empresa les había pagado decenas de millones de dólares a dos ejecutivos que habían sido acusados de conducta sexual inapropiada en contra de nuestras colegas, había permanecido en silencio sobre el supuesto abuso y les había permitido irse sin consecuencias.
La gente que habló en las protestas de esa mañana relató sus propias experiencias de acoso y discriminación en la empresa. En San Francisco, una mujer sostuvo en alto un letrero que decía: “Yo denuncié y a él lo ascendieron”. Otros decían: “Con gusto renuncio por 90 millones de dólares, sin necesidad de acoso sexual” y “Los lugares de trabajo injustos crean plataformas injustas”.
Nos habíamos hartado.
Nosotros dos somos ingenieros de software y hace poco nos eligieron presidenta ejecutiva y vicepresidente del Sindicato de Trabajadores de Alphabet, un grupo de más de 200 empleados en Estados Unidos que cree en la necesidad de un cambio en la estructura de nuestra empresa.
Durante demasiado tiempo, los ejecutivos han desestimado los problemas que miles de nosotros hemos sufrido en el lugar de trabajo, tanto en Google como en otras filiales de Alphabet, la empresa matriz de Google. Nuestros jefes han colaborado con gobiernos represivos de todo el mundo. Han desarrollado tecnología de inteligencia artificial para que la use el Departamento de Defensa y han obtenido ganancias de anuncios de un grupo que promueve el odio. No han logrado hacer los cambios necesarios para abordar de manera significativa nuestros problemas de retención de gente de color.
Hace poco, Timnit Gebru, destacada investigadora de inteligencia artificial y una de las pocas mujeres negras en el campo, denunció que había sido despedida a causa de su trabajo para combatir los prejuicios. ¿Su delito? Llevar a cabo una investigación que criticaba los modelos de inteligencia artificial a gran escala y los esfuerzos existentes de diversidad e inclusión. En respuesta, miles de nuestros colegas se organizaron y exigieron una explicación. Los dos hemos escuchado a colegas —algunos nuevos, algunos con más de una década en la empresa— que han llegado a la conclusión de que trabajar en Alphabet ya no es una decisión que puedan tomar con la consciencia tranquila.
Los trabajadores ya se han movilizado en contra de estos abusos en ocasiones anteriores. Los empleados organizados de la empresa obligaron a los ejecutivos a abandonar el proyecto Maven, el programa de inteligencia artificial de la empresa con el Pentágono, y el proyecto Dragonfly, su plan para lanzar un motor de búsqueda censurado en China. Después del reclamo de los empleados, algunos de los subcontratistas de Alphabet obtuvieron un salario mínimo de 15 dólares por hora, incapacidad por maternidad o paternidad y seguro médico. Además, la práctica del arbitraje obligado en casos de acusaciones de acoso sexual terminó después del paro de noviembre de 2018, aunque tan solo para empleados de tiempo completo, no contratistas. Unos meses después, Google anunció que iba a ponerle fin al arbitraje obligatorio para los empleados en todas las quejas.
Para quienes son escépticos en torno a los sindicatos o creen que las empresas tecnológicas son más innovadoras sin ellos, queremos señalar que estos problemas y otros más graves persisten. La discriminación y el acoso continúan. Alphabet sigue castigando a quienes osan alzar la voz y obliga a sus trabajadores a no manifestarse en temas delicados o de importancia para el público, como las prácticas anticompetitivas y el poder monopólico. Para un puñado de ejecutivos acaudalados, esta discriminación y este entorno laboral poco ético están funcionando según lo planeado, a costa de los trabajadores con menos poder institucional, en especial las mujeres, los negros, los morenos, la gente queer y trans, así como las personas con discapacidad. Cada vez que los trabajadores se organizan para exigir un cambio, los ejecutivos de Alphabet realizan promesas simbólicas y hacen lo mínimo con la esperanza de aplacar a los trabajadores.
No es suficiente. En la actualidad, en Google nos estamos basando en años de iniciativas de organización para crear una estructura formal para los trabajadores. Hasta el momento, 226 de nosotros hemos firmado credenciales sindicales con Communications Workers of America, el primer paso para obtener un grupo negociador reconocido conforme la ley estadounidense. En otras palabras, estamos formando un sindicato.
Somos los trabajadores que creamos Alphabet. Escribimos código, limpiamos oficinas, servimos alimentos, conducimos autobuses, probamos vehículos autónomos y hacemos lo necesario para mantener este gigante en funcionamiento. Nos unimos a Alphabet porque queríamos crear tecnología que mejorara el mundo. No obstante, una y otra vez, los líderes de la empresa han puesto las ganancias antes de nuestras inquietudes. Nos estamos uniendo —trabajadores temporales, proveedores, contratistas y empleados de tiempo completo— para crear una voz unificada de los trabajadores. Queremos que Alphabet sea una empresa en la que sus empleados tengan una participación significativa en las decisiones que nos afectan y a las sociedades en las que vivimos.
Como miembros sindicalizados, hemos creado una estructura representativa y de elección de liderazgo con cuotas de membresía. Nuestro sindicato estará abierto para todos los trabajadores de Alphabet, sin importar su clasificación. Más o menos la mitad de los trabajadores de Google son temporales, proveedores o contratistas. Reciben salarios bajos, menos beneficios y tienen poca estabilidad laboral en comparación con los empleados de tiempo completo, aunque a menudo hacen el mismo trabajo. También es más probable que sean negros o morenos, un sistema de empleo segregado que mantiene a la mitad de la fuerza laboral de la empresa en papeles de segunda clase. Nuestro sindicato buscará deshacer esta grave desigualdad.
Todos en Alphabet —desde los choferes de autobús hasta los programadores, desde los vendedores hasta los conserjes— tienen un papel crucial en el desarrollo de nuestra tecnología. Sin embargo, en este momento, unos pocos ejecutivos ricos definen qué produce la empresa y cómo son tratados sus trabajadores. Esta no es la compañía para la que queremos trabajar. Nos importa profundamente lo que estamos creando y para qué se usa. Somos responsables de la tecnología que llevamos al mundo. Y reconocemos que sus consecuencias van más allá de los muros de Alphabet.
Nuestro sindicato velará para garantizar que los empleados sepan en qué están trabajando y puedan hacer su trabajo con un sueldo justo, sin temor a sufrir abusos, represalias o discriminación. En 2004, cuando Google comenzó a cotizar en los mercados públicos, dijo que iba a ser una empresa que “hace cosas buenas para el mundo aunque renunciemos a ganancias a corto plazo”. Su lema solía ser “No seas malvado”.
Nos guiaremos según ese lema. Alphabet es una empresa poderosa, responsable de grandes sectores del internet. Lo usan miles de millones de personas en todo el mundo. Tiene una responsabilidad de priorizar el bien público. Tiene una responsabilidad con sus miles de trabajadores y miles de millones de usuarios de hacer del mundo un mejor lugar. Como trabajadores de Alphabet, podemos ayudar a crear ese mundo.
Por: Parul Koul and Chewy Shaw / The New York Times