Carlos Salas
Carlos Salas

Lo correcto y la corrección política

Tanto la revolución política como la cultural, artística o científica se caracterizan por un cambio de paradigma. La que se vivió en Europa en 1968 es una muestra de esto afectando todo occidente y buena parte de oriente. Sin ella el proceso demundialización, que se ha vuelto frenético en el siglo XXI, no tendría un impacto tan fuerte. 

Un paradigma se entiende como algo que se acepta por una mayoría de manera inconsciente, dando las pautas como modelo ejemplar. De ahí, lo que se considera correcto puede transformarse en incorrecto luego de un cambio de paradigma, generando perplejidad entre muchos.
 
El cambio no se da de manera súbita, tiene su devenir y se hace más pronunciado cada vez. Considerar el matrimonio entre personas del mismo sexo era impensable antes de la revolución de los años sesenta del siglo pasado, por poner un ejemplo, y de ahí surge un módelo de sociedad cada vez más alejado del que se tenía como inalterable. Una herramienta fundamental para la implantación de este nuevo paradigma es la corrección política. Corrección que indica corregir o amonestar, en su acepción más acertada. Lo correcto se impone corrigiendo, alterando y suprimiendo lo incorrecto que se consideraba correcto en su momento.
 
No es coincidencia que en los años sesenta se implantara la corrección política justo cuando se producía la revolución cultural. Al contrario, ha sido una herramienta de represión cultural muy eficaz permitiendo que se impongan planes sistemáticos promovidos por organizaciones internacionales como la ONU, que proponen legislaciones que van a ser implantadas en muchos países, bajo
pretextos como el “discurso del odio”.
 
El ejemplo del arte puede darnos algunas pistas. El nuevo paradigma se estableció con el mote de “arte contemporáneo” desde los mismos años sesenta y su estrategía se ha hecho notoria por las características de visibilidad de lo que se entiende como “mundo del arte”. En nuestro país se ha venido implantando con cierto retraso, como era de esperar, pero de manera muy agresiva. Quienes
defienden el “arte moderno” y el “arte clásico”, se muestran confundidos en el momento de tomar la defensa de los viejos paradigmas y, en lugar de argumentar a favor de sus posiciones, se dedican a criticar las distintas manifestaciones del “arte contemporáneo” sin llegar al fondo del asunto. Por su parte los defensores del “arte contemporáneo” califican de reaccionarios a quienes no estén dispuestos a alabarlos y seguirles el juego. En política ocurre algo similar. El “progresismo” de izquierda sería el equivalente a lo contemporáneo y la derecha democrática a lo moderno y clásico.
 
Como artista me he visto “degradado” a la categoría de “moderno”, con sus consecuencias de rechazo y desprecio, aunque considero mi acción artística entre lo “contemporáneo”. Y como ciudadano de un país polarizado, se me ha “degradado” a la categoría de retrógrado de derecha, aunque mi manera de actuar y de pensar la considero progresista en el verdadero sentido del término.
 
La globalización propicia que la manera en que se desenvuelven las cuestiones políticas y culturales de un país se asemejen a las de muchos otros. La corrección política surge en Europa, se exporta primero a América, especialmente al medio académico, y se ha venido propagando por el mundo entero como si fuera un virus. Lo que se consideraba correcto es ahora calificado de incorrecto y lo
incorrecto de correcto en todos los campos de la acción humana desde la lengua, el comportamiento social, el arte y la política.
 
Este tipo de manipulación es aprovechada en coyunturas como la actual cuando estamos en plena campaña política. El sainete armado con el cuento de las coaliciones es un fruto de eso y quienes participan de ellas se consideran con el derecho de pontificar. Óscar Iván Zuluaga se encuentra por fuera de esa controversia y por ello no es bienvenido en esas alianzas en las que los más mediocres se envalentonan haciéndose portadores del “dogma de la corrección política” -parafraseando al Papa Benedicto que calificaba de “dogma anticristiano” los principios con los que se ataca al catolicismo-. Son fundamentalistas y dogmáticos aquellos que se consideran con el derecho de condenar a quienes no les siga el juego de lo políticamente correcto.
 
¿Qué hacer? 
Hacer lo correcto por encima de lo políticamente correcto.

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Carlos Salas
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