El ego tiene una capacidad tan destructiva, que es capaz de liquidar en el menor tiempo posible, la esencia de una persona cuando ostenta poder. Hay que controlar el ego, pero generalmente el ego toma el control. Y se genera un divorcio con la realidad.
El ego es un enemigo cotidiano. Es mucho más conflictivo que cualquier opositor, pues en la combinación con el poder, abunda la ambición, se pierde el horizonte, se abandona la humildad, aparece la distorsión de la realidad y creen que dominan el entorno a su antojo.
La idea clara del poder se pierde con una exagerada carga de prepotencia. Se toman malas decisiones, se olvidan los verdaderos amigos, la altivez se apodera de todo y la deslealtad se pierde hasta consigo mismo. Se estimula el egocentrismo.
Debí para esta columna consultar a un psiquiatra, pues los estragos que produce la alianza ego y poder, no pueden explicarse con el sesgo de un análisis. Sin duda esto debe ser una condición enfermiza de la mente. Solo se cura cuando se pierde el poder.
La excesiva figuración es uno de los síntomas de una enfermedad llamada ego. Y no solo me refiero a tener impactantes titulares en la prensa, también a desconocer trayectorias de otras figuras. Lo que consiguen es una sucesión de desastres, que conllevan a sucumbir de forma inevitable. Es un autoengaño.
No saber usar el poder, es una consecuencia directa de perder la noción de la realidad, esquivar los consejos, presumir que la sola posición de privilegio es en sí misma, la posibilidad de ejercerlo sin autocontrol, de pensar el paso siguiente. La gran mayoría entra a este laberinto y nunca sale.
El poder multiplica las ambiciones humanas. Esto conduce a las personas a convertirse adictos al manejo absoluto de todo y cuando creen que manipulan el escenario, el poder termina dominándolos a ellos. Es allí donde la grandeza que acumulan puede explotar en mil pedazos. Aplican la supervivencia del yo.
Gabriel García Márquez lo decía mejor: “Siempre he creído que el poder absoluto es la realización más alta y más compleja del ser humano, y que por eso resume a la vez toda su grandeza y toda su miseria”
Hay que usar el poder para mejorar vidas, creer en una causa y plantear las alternativas que lo hagan posible, encontrar soluciones a múltiples problemáticas sociales. Si se accede para fines distintos, se equivocará el rumbo.
Los juegos de poder y sus correspondientes tomas de decisiones se soportan en una gran responsabilidad, cualquier movimiento en falso hace la diferencia entre ganar o perder, pero con una prepotencia salida de control, no hay destino diferente: El ego tumba intocables.