No puedo “culpar al espejo por mi cara”, “al termómetro por mi fiebre”, o a los demás por mis despropósitos. No puedo responsabilizar solo a Messi por una caída, así celebre el resultado aplastante en contra de la soberbia que no es de él, sino de España y su futbol prepotente.
El fútbol ya no admite idolatrías y el mundo rechaza dioses paganos y monarquías.
El fútbol moderno en el que lo individual sucumbe ante lo colectivo, el egoísmo ante la solidaridad, las fantasías presumidas a la aplastante realidad, no hay “jugadores, o equipos, de otro planeta” y se castigan los resultados
puestos.
Fútbol con el premio mayor para los innovadores, que buscan y proponen, con goles hilvanados, precedidos de toques preciosos.
Por eso Leipzig, Bayern, Lyon, PSG, Nigelsman, Flicks, Garcia y Tuchel… por eso la Champions.
Por esos las goleadas que celebran todos, a excepción de los obsesivos de pizarras, que creen que este deporte es una ciencia.
Triunfan en el los jugadores que vinculan la fantasía con el juego asociado, el sacrificio con el arte de danzar conectados por un pase. Que destacan la sociedad de la velocidad física con el pensamiento.
Los que inventan y recrean. Los que celebran y divierten.
¿Seré un soñador?... ESE ES MI FÚTBOL.