Debido a la situación excepcional de pandemia, los gobiernos de todo el mundo han tomado la decisión de restringir ciertas libertades de los ciudadanos bajo la premisa de preservar la vida, lo que entendemos hay que acatar. Sin embargo, preocupa que para algunas personas estas prohibiciones se están volviendo regla y casi que una nueva forma de vivir de aquí en adelante, satanizando todo rezago de una vida común y corriente como la que llevábamos antes del Covid-19.
Desde el año pasado y comenzando este 2021 cuando estamos cerca de cumplir un año completo en esta nueva normalidad, varias organizaciones internacionales han puesto la lupa en los Estados del mundo, especialmente los autoritarios, que han adoptado y alargado ciertas prohibiciones más allá de la cuenta.
Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con el objetivo de hacer cumplir el distanciamiento social se pueden restringir derechos como el de reunión y la libertad de circulación en ciertos ambientes públicos o comunes que no sean indispensables para el abastecimiento de insumos esenciales o para atención médica. Esto, siempre y cuando sea por tiempo limitado y el único medio para hacer frente a la situación.
Sin embargo, la Organización Directorio Legislativo señala que esta restricción de derechos (libertad de reunión y circulación) ha sido adoptada por casi la totalidad de países de América Latina de una forma sostenida durante este último año. Esto, por supuesto, incluye a Colombia. En Ecuador, según esta misma organización, también se ha restringido la libertad de asociación, mientras que en Perú y Chile se ha prohibido en varias regiones el cambio de domicilio.
Greenpeace Europa y la ONG Liberties señaló en un informe de septiembre pasado que en países de la Unión Europea como Alemania, Holanda, Eslovenia y España se ha “restringido el acceso público a la información y la participación en la toma de decisiones”. Por ejemplo, ya suena descabellado pensar en una marcha en medio del aumento de contagios por Covid. Especialmente, en Hungría y Rumania, señalan, se han tomado medidas drásticas contra la libertad de expresión y en el caso de Bélgica dicen que, aunque permitió la reapertura de tiendas y centros comerciales en mayo, así como de bares y restaurantes en junio, solo revisó la “prohibición absoluta” de las reuniones hasta julio.
Claro, algunos estudios han señalado que los mayores contagios se dan en reuniones familiares o de amigos. Sin embargo, volvemos al mismo punto del principio: ¿nos estamos acostumbrando a que nos restrinjan la libertad de reunión, asociación y circulación de manera permanente?
Hoy en Colombia vivimos un nuevo pico por cuenta de la temporada navideña. Muchos ciudadanos y los mismos gobernantes se han dedicado a culpabilizar y señalar con el dedo a todos esos “irresponsables” que se fueron de vacaciones o se reunieron con sus seres queridos. Aquí, en este espacio, no vamos a incentivar el desorden ni la desobediencia civil, pero ¿de cuándo acá es un pecado trabajar todo el año -si es que no te quedaste sin empleo- para poder pasar unas vacaciones con tu familia?, ¿por qué si estuviste cumpliendo la cuarentena durante más de siete meses, no puedes salir a despejarte por unos días?, ¿cómo así que los alcaldes y gobernadores sí pueden tomar vacaciones porque es su derecho, pero el ciudadano común debe quedarse en casa?, ¿por qué ahora es una aberración que nos veamos y compartamos con nuestra familia o amigos?
Y este otro aspecto. Los niños que están creciendo en este contexto, ¿normalizarán también esta satanización a cualquier muestra de disfrutar la vida? Sólo George Orwell pintaba una sociedad tan gris.
Algunos exclamarán: ¡Es excepcional por el Covid!, pero les digo, ¿no será que sin darnos cuenta le hemos cogido ‘gusto’ a la restricción de nuestras propias libertades individuales y colectivas?