Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Espartaco, quédate en casa

El otro día hablaba yo aquí de un tipo —el que gobierna hoy en Gran Bretaña—que cree que las normas no están escritas para él. Por cierto, que fue de los primeros en negar que la covid-19 fuera un asunto serio, y cuando le vio las orejas al lobo porque estuvo a punto de irse al otro barrio por el virus, cambió de opinión.

Pues esta semana, muy a mi pesar porque mi intención era hablarles de Tintín, un colega de ficción con el que tengo gran amistad, me decido por el tenista Novak Djokovic, otro repelente mundial. Mal comienzo de año, pero vamos allá.

El muchacho es un estupendo deportista, de eso no hay ninguna duda: en Australia, a donde llegó a luchar su particular batalla contra la vacuna, ha ganado nueve de sus veinte trofeos Grand Slam, y con el de este año pretendía superar en grandes títulos a Federer y Nadal.

Por lo visto, un misterioso comité de expertos lo ha declarado exento de aplicarse la vacuna anticovid. Aquí tenemos pues a otro que, como Boris Johnson, seguramente ha querido diferenciarse de la masa desde chiquito. Inalienable su derecho a rechazar un tratamiento médico, no lo discuto. Como el de Australia a no dejarlo jugar.

Un documento judicial, proporcionado por abogados del jugador, apunta a que el pasado mes de diciembre estuvo “contagiado con el SARS-CoV-2” pero se recuperó. De ser así, Djokovic, por las informaciones de prensa, asistió el 17 de diciembre a una ceremonia con jugadores jóvenes en Belgrado (Serbia), sin usar mascarilla y sabiendo que podía contagiar. Los muchachos que recibieron los diplomas tampoco llevaban tapabocas, dicen las agencias EFE y AFP. De donde uno deduciría que el tipo es, como mínimo, un irresponsable.

Al padre del deportista no se le ha ocurrido un mejor ejemplo que compararlo con el gladiador Espartaco, que según vimos hace años en la película de Stanley Kubrick, encarnado en Kirk Douglas, era un tipo muy bueno que luchó contra los malvados romanos. Parece que históricamente el asunto tampoco fue exactamente así y que los tracios, que tal cosa era el tal Espartaco, tampoco eran monjitas ursulinas

Pero eso es harina de otro costal; ya se sabe que el amor de padre puede llevar a esa y a otras exageraciones. Un tipo sensato como Rafael Nadal (éste si que me cae bien) ha estado sembrado cuando dijo el otro día que “el mundo ya ha sufrido bastante. Cada uno es libre de tomar sus decisiones, pero tienen sus consecuencias”. 

Si hay personajes públicos llamados a dar ejemplo son los deportistas, espejo en el que se suelen mirar las nuevas generaciones. Así que Djokovic haría bien en quedarse en su chalet disfrutando de sus millones y que nos permita a los lacayos del nuevo orden mediático mundial, como dicen los antivacunas, seguir yendo a ciegas por el mundo.

En estos días, recibí de un amigo una de esas epístolas anónimas que a veces (pocas, la verdad sea dicha) suelen venir cargadas de sensatez, que decía: “Estoy completamente vacunado y, no, no sé qué contiene, ni esta vacuna, ni las que me pusieron de niño. Ni sé cuáles son las once hierbas y especias secretas de la ensalada de KFC, ni lo que tienen los hot dogs, ni la receta secreta de Coca-Cola u otras bebidas o tratamientos... ya sea para el cáncer, el sida, la poliartritis o las vacunas para bebés o niños".

No sé qué hay en la tinta para tatuajes, vapeo, botox y rellenos, o todos los ingredientes de mi jabón o champú e incluso desodorantes. No sé el efecto a largo plazo del uso del teléfono móvil o si ese restaurante en el que acabo de comer realmente usó alimentos limpios y se lavó las manos.”

No lo sabemos, ni el comunicante anónimo ni yo ni Novak Djokovic.

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