Todas las empresas son imperfectas, partamos de ahí. Eso no significa, necesariamente, que sean malas. Son así porque son humanas. Si aceptamos que las organizaciones pueden equivocarse, podremos entender que, en el agregado, le representan a las sociedades bondades exponencialmente superiores en contraste con sus deficiencias.
Cualquier historia de progreso humano tiene a una empresa como parte de su relato. Me atrevo a afirmar esto porque esa movilización favorable es impulsada por personas que trabajan a partir de un objetivo compartido. Una empresa es, al fin y al cabo, la extensión del ingenio y el sudor colectivo.
¿Que lo pueden hacer mejor? Por supuesto. ¿Que fallan eventualmente en su gestión? No hay duda. ¿Que hay elementos que no nos gustan? Como todo en la vida. Pero la gratitud por abrirnos la puerta y permitirnos desarrollar nuestro potencial debería ser mayor a esas críticas coyunturales. También es nuestro deber contribuir, desde una visión constructiva, a lograr que sean mejores, pues si algo está fallando, nosotros, como parte de esa institución, también podemos estarlo haciendo.
Las empresas son un camino, nunca están terminadas. Esa es otra realidad. Su supervivencia radica, precisamente, en la condición de mantenerse joven, esto es, que sea dinámica, activa, innovadora y que busque moverse permanentemente. En el segundo congreso de Procentrismo que se llevó a cabo hace unos días en la ciudad de Medellín, uno de los ponentes del evento pedía tres cosas al Estado: rule of law (seguridad jurídica), seguridad física (de las personas, los bienes, etc.) y un manejo técnico de las finanzas públicas. Muchas organizaciones no quieren subsidios, ni beneficios irrisorios, quieren contar con las condiciones esenciales que les permitan competir con tranquilidad, enfocándose en sus negocios y no sorteando vicisitudes permanentes, producto de la imaginación de los gobiernos.
Hoy los colombianos deberíamos reafirmar el orgullo por las empresas y los empresarios, sean grandes-medianos-pequeños. Nuestra mentalidad como país, así como la narrativa, no deben inclinarse hacia un Estado anti empresa, sino hacia un Estado pro empresa, que trabaja para que haya cada vez más competencia, más oportunidades, más formalidad, más bienestar. No puede existir empresas exitosas en sociedades fracasadas, así como no puede existir sociedades exitosas con empresas fracasadas.
En su libro Reimagining capitalism in a world on fire, Rebecca Henderson afirma que “Las organizaciones pueden marcar una enorme diferencia, pero sólo si trabajan con otras para construir gobiernos saludables y bien administrados, democracias vibrantes y sociedades civiles fuertes que serán esenciales para lograr un progreso real”. Por eso visiones como la de la ‘Tercera Vía’ son tan valiosas, pues reconocen la importancia de aunar esfuerzos entre la sociedad civil, las empresas, la academia y los gobiernos en función del desarrollo armónico de los territorios.
Si hacer empresa en Colombia es realmente difícil, lo mínimo que deberíamos sentir es orgullo por todos quienes se levantan un día a poner en acción una idea, buscando con ello su bienestar, pero también el de otros. Señalar siempre será más fácil que hacer. Por eso admiro a los que actúan, así fracasen una, dos o tres veces. No importa, alguna resultará. Hay quien dice que hacer las cosas es mejor que decirlas, porque al hacerlas se dicen solas. Esa es la forma en que las organizaciones responden a diario a quienes buscan disminuirlas. Por eso hoy y siempre estaré en favor de las empresas.