Don Joaquín lleva 50 años estudiando la naturaleza de este valle; sabe mucho de biodiversidad, educación ambiental y conservación, por eso lo buscan de otros lugares cercanos y lejanos para pedir sus sabios consejos. Todos lo conocen y él hace de todo. Un día lo ves curando el viejo cámbulo de la misma calle que está ayudando a rediseñar, al día siguiente te lo encuentras con unos niños investigando sobre plantas prehistóricas o especies tropicales y el fin de semana está dictando un taller de agricultura urbana. Sabe trabajar con todos y es un jardinero reputado al que le encanta compartir su conocimiento, de ahí su linda costumbre de contar historias: te habla de mariposas, te cuenta las leyendas de las orquídeas, los mitos de la flora. Por eso todos lo quieren.
Por eso y porque Don Joaquín tiene una casa con un jardín enorme y fantástico al que siempre nos invita; tiene lagos y herbarios y hacemos picnics y fotos. Uno puede sentarse a leer o a mirar los patos o echarse un sueño o andar descalzo. Se ven iguanas y ardillas y locos y enamorados. Tiene numerosas plantas que visitan miles de pájaros y nosotros también podemos ir cuando queramos. Donde el buen jardinero se hacen las mejores fiestas de la ciudad; las hay de artesanos, de libros y flores y se hacen conciertos y se graban canciones. Todos estuvimos allá alguna vez, por eso lo ayudamos cuando tuvo problemas. No le dimos plata, le dimos trabajo: hace más de diez años se dedica a cuidar los jardines de la ciudad de las flores y siempre nos ha cumplido. Aquí se habla con orgullo de Don Joaquín.
Hace poco llegó a la ciudad una nueva gerencia, con tono altivo y caminado raro, a la que le dio por contratar a un jardinero diferente, uno de otra parte, dizque porque salía más barato. No tiene experiencia, no estudia, no educa, no nos cuenta historias, no nos deja jugar en su jardín y al parecer no trabaja bien, pero es dizque más barato. Don Joaquín siente que se queda sin trabajo. La gerencia le dice que se jubile, que arriende la casa; que muchas gracias pero que el otro es más barato y es amigo de un amigo. También le promete vender empanadas para ayudarlo, pero por ahora sólo le manda picante y del malo.
Hoy, en la puerta de su casa, la que fue el orgullo de la tierra, hay un sombrero que recoge monedas y un letrero que dice “se alquila por horas”. Se dice que pronto tendremos que pagar por entrar al jardín. Algunos no podrán volver. También hay muchos que, como Don Joaquín, se quedarán sin trabajo. Ayer lo vimos leyendo los clasificados; sí, parece la letra de una mala canción.
Creímos que siempre tendríamos a Don Joaquín contando historias, que siempre gozaríamos de su jardín, pero la nueva gerencia dice que encontró a alguien más barato. Yo digo que nos tumbaron.
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Esto no es un cuento. La situación del Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe Villegas es delicada. La alcaldía le quitó el contrato de mantenimiento de los jardines de Medellín para entregarlo, a través de Metroparques, a un privado de inferior calidad y mínimo impacto; esto tiene al Jardín con un déficit de varios miles de millones de pesos, mientras más de cuatrocientas personas han quedado sin empleo. Hoy el Jardín Botánico está pidiendo plata para no cerrar y piensa cobrar la entrada. Esto aquí no pasaba.
Nuestro Jardín Botánico, segundo en importancia en Colombia, es más que un gran parque: es una institución histórica, un museo vivo, un espacio de investigación científica y divulgación académica, un escenario de contacto con la rica biodiversidad que nos caracteriza y un juicioso cuidador de los jardines de nuestra ciudad. Es un actor clave en la construcción de una Medellín sostenible, esa que algunos crédulos llamamos hace poco “Ecociudad”.
Lejos de representar un ahorro para la ciudad, el actuar de la alcaldía está dejando al Jardín sin sostenibilidad financiera, poniendo en riesgo su futuro como institución y como espacio. ¿Quién gana? No sé. Alguien está ganando y no es Medellín