¿Debe el papa Francisco volver a la Argentina?

¿Quieres conocer la vida de Jorge Bergoglio en “el fin del mundo” antes de convertirse en el papa Francisco? En tres horas, varios tours recorren el barrio de Flores en Buenos Aires, el antiguo estadio del club San Lorenzo de Almagro —del que Bergoglio es fanático— y la catedral en el centro porteño donde ofició durante sus años como arzobispo.

Son lugares a los que el propio papa no ha vuelto desde su llegada el trono de San Pedro hace ocho años este mes, ni planea volver a ver en lo inmediato.

Francisco sabe que la popularidad global que se ha ganado desde el comienzo de su papado está en parte asociada al hecho de que viniese “del fin del mundo”, sinónimo de que era mayormente desconocido. Ese no sería el caso si aterrizara en Buenos Aires, donde ningún porteño necesita hacer el tour papal para saber quién es Bergoglio, con sus luces y sus sombras. Pero aunque venir a su casa lo pudiese confrontar con un pasado de politiquería doméstica, Francisco también se pierde la oportunidad de hacer una contribución moral importante para la solución de los problemas que, según dice, “le afligen” en un país que por momentos parece haber perdido el rumbo.

En Argentina la discusión política y económica es tan apasionada y popular como el fútbol. El papa parece no querer verse arrastrado en disputas locales que ha querido dejar atrás desde el momento en que se convirtió en un ícono del progresismo global.

La más evidente de esas tensiones es la conflictiva relación que, como arzobispo de Buenos Aires, sostuvo con las dos figuras más dominantes de la vida pública nacional, la ahora vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y el expresidente Mauricio Macri. Con ambos, uno de los temas de tensión fue el matrimonio igualitario, que el Vaticano acaba de confirmar como ilícito para los cánones de la Iglesia católica.

Estos dos líderes simbolizan lo que en Argentina se conoce como “la grieta”, una división política hasta ahora irreconciliable en torno a valores y visiones sobre el presente y el futuro del país. Casi ningún tema escapa a la grieta, ni siquiera el papa. Incluso el velorio en noviembre de Diego Maradona, la estrella del fútbol que para muchos es tan o más divino que el propio Francisco, terminó en caos a las puertas de la Casa Rosada y con los políticos echándose la culpa los unos a los otros.

En un libro publicado recientemente por el periodista argentino Nelson Castro sobre la salud de los pontífices, Francisco dice que planea morir en Roma como papa, sea en ejercicio o emérito. “A la Argentina no vuelvo”, dijo, abriendo de nuevo una herida que toca el ego de muchos argentinos, quienes no terminan de entender por qué uno de los compatriotas más importantes de la historia no haya vuelto todavía a pisar suelo patrio. Luego de la repercusión de esa declaración, Francisco aclaró que vendrá a la Argentina “cuando se dé la oportunidad” y que se equivocan quienes piensa que sufre de “patriafobia”.

Estas últimas declaraciones fueron realizadas en el vuelo de regreso de una visita de alto perfil a Irak. Francisco ha sido un papa movedizo durante estos ocho años: su lista de 33 viajes al exterior incluyó 10 países del continente americano, entre ellos Brasil, Paraguay, Bolivia y Chile, todos los vecinos argentinos con la sola excepción de Uruguay. En enero de 2018 incluso sobrevoló por territorio argentino en ruta a Chile y envió desde el avión un telegrama, en inglés, con “cálidos saludos” y “buenos deseos a toda la gente de mi patria”.

La actitud de Francisco con su país natal parece contrastar notoriamente con la de sus dos inmediatos antecesores, que tampoco fueron italianos. Juan Pablo II visitó Polonia en 1979, menos de un año luego de su designación como papa; Benedicto XVI viajó a Alemania en su primer viaje al exterior en 2005.

Antes de convertirse en papa, Bergoglio vivía los problemas de Argentina desde adentro como líder de la Iglesia católica, y era parte de ellos. Es conocida la polémica sobre su presunto papel durante la última dictadura militar en torno a la detención de dos seminaristas jesuitas, la orden de la que era superior provincial. Pero más recientemente, Bergoglio tuvo relaciones difíciles tanto con Fernández de Kirchner como con Macri.

En el caso de Fernández de Kirchner, Bergoglio se opuso al estilo de confrontación que impusieron ella y su marido Néstor Kirchner, quien la antecedió en la presidencia. La tensión escaló en 2010, cuando los Kirchner impulsaron la aprobación en el Congreso de la legalización del matrimonio igualitario a pesar de una fuerte resistencia de la iglesia.

Bergoglio, quien en su juventud tuvo afinidades con el Partido Peronista, tampoco se llevó bien con Macri en términos personales ni políticos. El entonces arzobispo, que como jesuita siempre hizo culto de la humildad y la cercanía con los pobres, no ocultó su rechazo al costado de clase alta y antiperonista del partido de Macri, el PRO, que llegaría a la presidencia (como parte de la coalición con Cambiemos) algo más de una década después de su creación en 2003. También se enfrentó con Macri en 2009, cuando el entonces jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires declinó apelar un fallo judicial que habilitó el matrimonio igualitario en la capital argentina.

El escenario parecía cambiar cuando Alberto Fernández llegó a la presidencia a fines de 2019, al derrotar el intento de reelección de Macri. Fernández es un peronista que llegó al poder con una promesa de mayor moderación y una agenda de centro. De hecho, su designación como candidato fue una aceptación implícita por parte de la expresidenta Fernández de Kirchner de que el país quería votar por una opción más alejada de los extremos.

Fernández dijo en varias oportunidades que el papa había ayudado al país en la reestructuración de su deuda de 66.000 millones de dólares con acreedores privados y en la negociación, todavía en curso, con el Fondo Monetario Internacional. Ha habido varias conversaciones entre ellos pero en ningún caso se informó que hayan hablado de una visita al país. En diciembre de 2020, la legalización del aborto por parte del Congreso argentino, una de las promesas de campaña de Fernández, se convirtió en un nuevo elemento de disuasión para la diplomacia vaticana. Argentina se convirtió en el cuarto país y el más grande de América Latina en avanzar con una legalización sin restricciones del aborto en el embarazo temprano.

Más allá de los temas puntuales, Fernández no ha logrado suturar la grieta política argentina. El papa todavía está a tiempo de dejar de lado sus propios fantasmas y hacer una contribución importante a esa causa, que además del presidente tiene otros promotores a ambos lados de la fractura, como el titular de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, o el jefe de gobierno de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta.

Aunque venir a Argentina transforme por un rato al divino Francisco en el más terrenal Bergoglio y lo exponga a algunas críticas que preferiría obviar, su presencia y sus palabras actuarían como una fuerza unificadora necesaria en un país donde predomina la división. Aún si él tampoco lograra cerrar la brecha, nadie podrá reprocharle no haberlo intentado.

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