Tres meses estuvo Daniela hospitalizada en la clínica, donde se le practicaron treinta cirugías para limpiarle y reconstruirle el muñón de su pierna derecha. Al principio para ella todo era confuso, hasta que sucumbió a su realidad con decisión, y con resiliencia vivió su proceso para salir adelante. No recuerda cuántas veces se deprimió, lloró o lamentó su mala suerte. Pero para estar viva —de verdad viva—, necesitaba de toda su fuerza interior. A veces sentía que sus oraciones no eran escuchadas, pero acaso recibía el eco y en ocasiones sí una respuesta, y entonces avanzaba. Alcanzó a entrar en estado crítico, pero se superó.
Los días en la clínica fueron difíciles, sin excepción. Las religiosas y las enfermeras, de actitud agradable, estuvieron muy pendientes de ella. Sin embargo, un gesto desprevenido de alguna lograba molestarla. Sabía, sin embargo, que ella era quien debía cambiar. Lo hizo. Recordó una sentencia que había escuchado en cierta oportunidad, según la cual el peor negocio de un paciente es pelear con una enfermera. No pudo recordar en cambio cuál era hasta el momento la cirugía más difícil o las más complicada por la que había pasado —algo habitual en el paciente crítico—. Para Daniela, todas eran pésimas. La persistencia de la infección y esos gérmenes parásitos que aparecían dificultaban el tránsito hacia la mejoría. Un día escuchó algo alentador: «Después de este injerto se va para la casa». Pero mantenía ciertas cifras en la cabeza, en relación con el comportamiento de los pacientes amputados hospitalizados: el 60 por ciento tenía problemas para adaptarse, y el 20 por ciento presentaba, además, depresión. Daniela pasaba por ambas circunstancias.
Llegar a la casa (en enero de 2022), y sentir que no era ese su hogar, fue lo primero que experimentó Daniela luego de su trauma. Triste, frustrada, deprimida… Pero a su vez con enormes deseos de superar esos primeros días, y empujar el muñón para recuperarse. La dieta, los cuidados y la rehabilitación: aprender a manejar la silla de ruedas, el bastón y el caminador. El apoyo que encontró en el calor de su hogar junto a su madre y familiares no tiene nombre: fueron los fisiatras espirituales que esta paciente necesitó.
El dolor en el muñón comporta características neuropáticas. Por lo general ocurre diez días después de la cirugía y se describe intenso, ardiente y encaminado a convertirse en crónico. Los masajes, los golpes suaves y elevar el muñón lo alivian. Hacerlo con frecuencia evita que venga la complicación mayor: el dolor del miembro fantasma, que le pone límites a la rehabilitación del enfermo. Está bien tomar analgésicos suaves.
Hay cuidados especiales del muñón que el paciente aprende por la experiencia. Mantenerlo derecho y nivelado, acostarse boca abajo para igualarlo y evitar cruzar las piernas para no dañar su circulación. No debe ponerse una almohada debajo de la extremidad amputada, y hay que evitar a toda costa que la herida se infecte. Seguir estas recomendaciones previene complicaciones fuertes, como lo es el dolor postamputación.
Como buena estudiante, Daniela aprendió con facilidad estas lecciones, y pudo evolucionar con rapidez. En diciembre de 2022 recibió un regalo sorpresa: un carro para desplazarse. No lo podía creer: ahora tenía su propio vehículo. Los primeros meses lo manejaba solo con la pierna derecha y llegaba puntualmente a cumplir su programa de rehabilitación. El primer semestre de 2023 estuvo lleno de experiencias, la inmensa mayoría, gratas. Ingresó al programa de prótesis y a aprender a caminar. Recuerdo las imágenes que enviaba, y cómo su progreso sostenido la estimulaban para seguir adelante. Nunca presentó atrasos. Hubo tiempo para estudiar, y con mérito obtuvo el título de Especialista en Gerencia en Salud.
En abril de 2023 recibió la prótesis e inició el entrenamiento para aprender a usarla. En mayo volvió a su trabajo virtual en la clínica. Y desde agosto, su presencia nos alegró. Siempre puntual, primero se dedicó a ejecutar tareas administrativas y paulatinamente ingresó a las salas de cirugía. Una tarde, durante una cirugía que debí practicar de emergencia, fue mi instrumentadora quirúrgica: cálida, responsable y eficiente; de manos ágiles y pasos firmes. Su cerebro sereno y cumpliendo las señales de comunicación al pie de la letra. ¿Y su corazón después de estos dos años y medio? Lo imagino: agradecido por la segunda oportunidad, y de vez en cuando nostálgico. Le amputaron una extremidad, no el corazón, ni la firmeza o la voluntad.