Desde que las redes sociales se convirtieron en parte esencial de nuestras vidas, hemos celebrado su capacidad de conectar, informar y entretener. Sin embargo, también se han convertido en un espacio peligroso para quienes aún no tienen las herramientas para navegarlo con seguridad: nuestros niños y adolescentes. El caso de Jennifer Fernanda Camacho, la niña de 15 años desaparecida en Tijuana tras ser manipulada por un adulto a través de redes sociales, nos recuerda la urgencia de hablar de este tema sin rodeos ni eufemismos.
Me preocupa la falta de conciencia sobre lo que realmente ocurre en estos entornos digitales. Los niños y adolescentes, en su búsqueda de afecto y validación, son blanco fácil para personas que aprovechan su vulnerabilidad para manipularlos. No es paranoia ni exageración: los testimonios, investigaciones y casos como el de Jennifer lo demuestran. Un simple mensaje como “Quiero quitarte todos esos miedos” puede parecer inofensivo, pero en realidad es el inicio de una red de engaños y falsas promesas que pueden terminar en tragedia.
No podemos seguir creyendo que con advertencias superficiales como “no hables con extraños en internet” estamos protegiendo a nuestros hijos. Es necesario un enfoque más profundo y crítico. ¿Sabemos realmente con quién están hablando nuestros niños? ¿Les hemos enseñado a identificar señales de manipulación? La tecnología avanza, pero muchas familias aún no han actualizado su manera de educar sobre los riesgos en internet. Aquí no se trata de prohibir el uso de redes sociales, sino de enseñar a usarlas con criterio y precaución.
Hay quienes argumentan que la responsabilidad es solo de los padres. Y sí, ellos juegan un rol crucial, pero no podemos eximirnos como sociedad. Desde las instituciones educativas hay que asumir una función activa en la alfabetización digital, promoviendo espacios de diálogo y formación. Las plataformas digitales, por su parte, deben asumir su parte en la protección infantil, reforzando sus políticas de seguridad y control sobre cuentas sospechosas.
También debemos hablar sobre el papel del Estado. La legislación sobre delitos cibernéticos y explotación infantil debe ser más robusta y efectiva. No basta con reaccionar cuando el daño está hecho; necesitamos medidas preventivas que protejan a nuestros niños antes de que caigan en redes de engaño. La impunidad de los agresores es un reflejo de la falta de atención que aún se le da a este problema.
A los padres y cuidadores, les digo: la confianza y la comunicación con sus hijos es su mejor herramienta. No se trata de espiar o invadir su privacidad, sino de acompañarlos en su crecimiento digital. Preguntarles con quién hablan, qué contenidos consumen y qué les hace sentir incómodos es un acto de amor y protección.
Y a los niños y adolescentes que me leen, quiero decirles algo: no tienen que aceptar todo lo que ven o leen en internet. Si alguien les dice cosas que los hacen sentir inseguros o incómodos, si los presionan para hacer algo que no quieren, hablen con un adulto de confianza. Ustedes merecen estar seguros y protegidos.
No podemos permitir que más casos como el de Jennifer sigan ocurriendo. No podemos seguir ignorando el peligro que acecha detrás de una pantalla. La prevención no es alarmismo; es responsabilidad. Proteger a nuestros niños en redes sociales es, hoy más que nunca, una necesidad urgente.