Una “esperanza firme en que algo suceda” es lo que entendemos por confianza siempre y cuando ese algo “sea o funcione de una forma determinada” y no de cualquier manera. Para que suceda como lo dicta mi esperanza tiene que corresponder lo que he imaginado con el mundo real y “actúe tal y como esperamos conociendo sus capacidades”, lo que puede aplicarse a nosotros mismos si tenemos “seguridad al emprender una acción difícil o comprometida”.
La desconfianza surge no de que actuemos de tal o tal otra manera sino de la no correspondencia entre nuestros actos y lo que se espera de nosotros, ya sea por incapacidad o por mala fe. ¿Qué tan seguro podemos estar de que las cosas sucedan como quisiéramos si no hay en quien depositar nuestra confianza? Cuando surge el anhelo de un futuro mejor es porque vemos en alguien o en nosotros mismos la capacidad y el deseo de construirlo. Sin esa confianza no podríamos escapar de un presente desesperanzador.
La confianza que nos llena de optimismo puede trocarse en desconfianza cuando se notan signos de engaño y traición; lo que veíamos con el lente de la esperanza de repente se ve nublado por la duda. Al desconfiar se aniquila la esperanza y se pierde la seguridad. Otra cosa ocurre cuando no ha existido esperanza alguna porque se tiene certeza de que nada bueno se puede esperar de una persona o de un suceso. Ahí no existe desconfianza porque no ha existido una confianza previa.
La gran aspiración de un candidato a la presidencia de un país es contar con la suficiente confianza de los ciudadanos que los anime a votar a su favor. En un mundo de expectativas donde lo real se confunde con lo soñado el voto constituye, por el contrario, un acto presente que configura un futuro. No es una apuesta, cada voto por nuestro candidato es un escalón hacía la conquista del poder en donde nos veremos representados si superamos los de los otros, no es una cuestión de juego de azar.
Un candidato como Óscar Iván Zuluaga cumple con los requisitos para despertar la confianza de sus compatriotas. Sin jugar al poker como un tahúr. Sin shows mediáticos. Sin falsas promesas. Sin alardear de su valentía, sin cazar peleas inútiles con cualquiera y menos con periodistas de cuarta categoría, sin victimizarse, sin mostrarse como el mesías, ha demostrado que en Colombia se puede hacer una campaña seria como en muy pocos países lo han venido haciendo sus políticos.
Quienes le juegan a la política espectáculo deben entender que la sociedad del espectáculo nos tiene hasta la coronilla. Ha pretendido tomarse tanto la cultura como la política cuando su lugar es el circo.
Confío en Óscar Iván Zuluaga. Ya hemos sido testigos del desastre, nos llegó la hora de ser constructores de la victoria.