Este año, Colombia ha sido testigo de un caso que ha generado controversia y debate en redes sociales y medios de comunicación. Sara, una mujer cuyo nombre se ha vuelto viral, ha sido acusada públicamente por su pareja de ser infiel. Lo que inicialmente podría parecer un drama personal se ha convertido en un ejemplo alarmante de ciberviolencia de género.
El video de Sara en el que, al parecer, es sorprendida dentro de su casa por su pareja — un uniformado de la Policía Nacional— le dio la vuelta al mundo al punto, que esta mujer oriunda del eje cafetero pero que vive en Cumaral (Meta) intento quitarse la vida.
La situación de Sara no es un incidente aislado. La ciberviolencia de género, definida como el uso de las tecnologías de la información y la comunicación para acosar, controlar o denigrar a una persona basada en su género, es un problema creciente y preocupante en nuestra sociedad y detonan en casos graves de feminicidios, como hoy los enfrenta Colombia.
Desde amenazas hasta difamaciones públicas como las que ha enfrentado Sara, estas acciones no solo afectan la integridad y la reputación de las personas, sino que también perpetúan estereotipos dañinos y contribuyen a un entorno de desigualdad y discriminación.
Las consecuencias de la ciberviolencia de género van más allá del impacto individual. Socavan la confianza pública en la justicia y reflejan una falta de conciencia sobre los derechos fundamentales de las mujeres. En el caso de Sara, su nombre y reputación se han visto arrastrados por acusaciones que, en lugar de ser tratadas en un contexto privado y respetuoso, se han convertido en un circo mediático de juicio público.
Hace poco la Procuraduría General de la Nación asumió la investigación disciplinaria en contra de la expareja de Sara por ser un funcionario público. Se determinará si hubo extralimitación de sus funciones al subir un video privado para denigrar mundialmente a una mujer a través de las redes sociales.
Es fundamental entender que la violencia de género no se limita a las agresiones físicas, sino que también incluye formas más sutiles y tecnológicamente mediadas, como el ciberacoso y la difamación en línea. Estas formas de violencia son igualmente dañinas y deben ser abordadas con la misma seriedad y urgencia que cualquier otra forma de violencia basada en el género.
En un país donde la lucha por la igualdad de género es una batalla diaria, es responsabilidad de todos rechazar y denunciar la ciberviolencia en todas sus formas. Instamos a las autoridades competentes a tomar medidas para proteger a las víctimas y educar a la sociedad sobre el impacto devastador de estas acciones.
La historia de Sara nos recuerda la importancia de un uso ético y responsable de las redes sociales, donde no solo informe o entretenga, sino que también promueva el respeto a los derechos humanos y la igualdad de género. Debemos trabajar juntos para construir un futuro donde todas las personas, independientemente de su género, vivan libres de violencia y discriminación.
El verdadero nombre de Sara es Iris Sared Moncaleano y autorizó su identidad para este artículo.