La generación nacida después de 1995, la denominada generación Z y las siguientes, esas que transitaron la pubertad con un smartphone en sus bolsillos, que su adolescencia y juventud no la vivieron en la calle, ni en los parques, ni jugando boliche, ni trompo sino que crecieron en el mundo virtual de las redes, en el interior de sus casas, en las apps, en ese universo paralelo, quizás alternativo, quizás de refugio o de escape, encadenados a sus celulares, tabletas o computadores, adictos, solitarios, están sufriendo de ansiedad y depresión.
La juventud, y de hecho, toda la sociedad es impaciente -hay un libro que se llama así, lo escribió Eugenio Tironi- pero en esa generación, la del mundo virtual y on line, fue expuesta, sin control alguno, a la omnipresencia y velocidad de las redes sociales, a la opacidad y manipulación de los algoritmos y a cambios culturales nunca antes vistos. Esas generaciones crecieron con la dopamina del clic y los me gusta, a no tener pausas ni silencios y sus efectos se están viendo hoy, adolescentes y jóvenes más ansiosos y más depresivos
Actualmente, la sociedad esta transitado, con la Inteligencia Artificial, de un estado a otro en metamorfosis. No está cambiando, se está metamorfoseando. El cambio implica una senda evolutiva mientras que la metamorfosis es un cambio abrupto y repentino.
Hay, eso es palpable, una sociedad hiperconectada, tóxica en redes, con mucho ruido mental, contándose, creyéndose historias y futuros catastróficos y preocupándose por cosas que ni siquiera ocurrirán y que es incapaz de crear vínculos estrechos o cercanía. No hay roce corporal. Ya casi ni voz, las personan no hablan, textean.
En el mundo de hoy lo que prevalece, es lo que dice ,Chul-Han, comunicación sin comunidad. La comunicación que se impuso -y particularmente a esa generación y las vendieras- es la digital, la que se surte a través de redes, emoticones y WhatsApp. La sin contacto físico, ni cruce de miradas, las no sensoriales. Sin experiencias sociales y deambulando por el mundo virtual consumiendo pantallas.
Esa generación, la Z, creció sin juegos reales. Coartados y supervigilados en el mundo real, con mamá helicóptero, pero desprotegidos en el mundo virtual ante bulos, fake news, depravadores, suplantadores, boots y otras raleas virtuales.
Esa generación, las otras también, viven en el mundo de sus pensamientos -y los pensamientos son eso, pensamientos; no son realidades, no son hechos, no están sucediendo aquí y ahora y más del 94% no llegan a convertirse en realidades- y para peor, son pensamientos mayoritariamente catastróficos en un mundo caótico y en transición, en pleno reacomodo.
Esa juventud vive en el parloteo incesante de la mente. Esa es su cárcel. No está entrenado en la atención plena, en el mindfulness. En vivir lo que tiene, que no es otra cosa que el presente.
Es hora para algo imposible pero que ya da muestras de ello; la gente se está desconectando o poniendo límites, por salud mental, a las redes. Bienvenida esa tendencia.