Curiosamente quien tiene hoy en su mano la llave para sacar a Bogotá de la tragedia social que vive y que se refleja en la barahúnda electoral que respira, en la cual la perspectiva ciudadana no es para nada clara, es el candidato liberal Rafael Pardo. No tanto porque sea el aspirante que ya las amplias mayorías bogotanas quieran como alcalde, sino porque tiene la posibilidad de consolidar un proceso gana- gana por Bogotá, si decide participar en la medición previa que le proponen los dirigentes Carlos Fernando Galán y David Luna, que mas allá de sus matices, es convocante y tiene como propósito colectivo salvar a Bogotá. La idea de medirse principalmente con Enrique Peñalosa aparentemente mostraría una debilidad, que sus avezados asesores no le aconsejarían, porque al haber arrancado bien su candidatura, con mesura y sin estruendos ha logrado el apoyo del Partido Liberal y el de la U, para qué igualarse, dirían con aire sobrador. Pero precisamente Pardo es de esos políticos tranquilos que sabe que no se gana sí no se superan los errores del pasado y que no basta ser buen candidato para asegurar la victoria. Por temperamento no se carga de ánimos triunfalistas, lo cual le permite ver que el futuro de Bogotá pasa por no caer en las tentaciones de quienes han facilitado el camino a propuestas minoritarias por no haber sido capaces de unir esfuerzos o no haber sabido aplazar el triunfo personal en aras del resultado en beneficio común.
Pardo es quien está en mejores condiciones de mostrar grandeza sí se la juega con humildad para hacer causa común por la ciudad en crisis. Solo así permitiría una fórmula que lograra el mayor consenso posible entre los que no quieren mas de lo mismo con la mamertocracia bogotana pero que tampoco desean aventurarse en un ejercicio revanchista contra todas las formas de izquierda, así sean las que de una u otra manera hayan colocado a Bogotá a un paso del despeñadero. La Bogotá de hoy no resiste luchas ideológicas. El miedo a la derecha y el culto a la izquierda, por progresista que parezca, es la principal causa de que la ciudad haya retrocedido en calidad de vida y vaya en un camino acelerado hacia la inviabilidad. No puede ser ni emocional ni cortoplacista la salida de un caos causado por las administraciones que no han tenido como agenda principal los problemas de la capital. Bogotá hoy necesita soluciones inspiradas en la premisa de poner urgente las cosas al día en las materias que durante los gobiernos de izquierda se han rezagado notoriamente. En seguridad, infraestructura y movilidad. Para eso se necesita un liderazgo gerencial y administrativo y no un liderazgo ideológico ni una jefatura política. Bogotá no necesita una revolución social que reivindique a los pobres, necesita una revolución cultural en la que logren convivir ricos y pobres, en la que se beneficien ricos y pobres y en la que se comprometan ricos y pobres con el desarrollo, la equidad y el bienestar común.
Bogotá necesita una revolución ciudadana, cívica y urbana, que habían empezado líderes ciudadanos, cívicos y urbanos como Antanas Mockus y Enrique Peñalosa o incluso desde lo administrativo con Jaime Castro. Lucho Garzón, que se supo deslindar al máximo del mamertismo y sus infantilismos, pretendió seguir la linea de sus antecesores, pero al final cedió a sus veleidades izquierdistas y lo que no hizo durante su gobierno, lo sembró al final al promover como sucesor a alguien de su partido, ignorando que ya para ese momento las camarillas corruptas se lo habían tomado. Y justo en ese momento con el gran papayazo de los corruptos mamertos encabezados por Samuel Moreno emergió de la misma bancada izquierdista Gustavo Petro, una voz acreditada en la lucha contra la corrupción, que cabalgaba en su pasado guerrillero pero que gracias a la división de los sectores democráticos bogotanos terminó elegido. Pero como su carrera es por la toma del poder terminó usando la alcaldía para su campaña presidencial. Por eso ha sido un pésimo administrador que acabó de sacar a Bogotá del cauce para arrastrarla al camino del populismo y la irresponsabilidad con el futuro de la ciudad y la ha llevado al borde del colapso. Petro tiene vocación social y un pasado revolucionario, pero ese ya no es su leitmotiv. O mejor, aunque es lo central de su discurso no es la prioridad de su vida. Su aspiración principal es el poder total en Colombia y por eso desde un principio tomó la alcaldía como una tarima presidencial. Su gestión se concentró en ganar adeptos fuera de Bogotá y polarizar los sentimientos de los pobres de la capital, hacia su aspiración presidencial en 2018.
Hoy los bogotanos sensatos saben que la revolución social como tarea de un alcalde es mera palabrería. Las transformaciones sociales en una ciudad terminan siendo mentira porque por más que el gobernante local quiera hacer la revolución socialista jamás lo podrá lograr en un país capitalista, así en el mejor de los casos el gobierno nacional sea reformista. Es postulado elemental de la teoría revolucionaria que la revolución social se hace imposible desde un gobierno local, porque no es autónomo y porque está inscrito en un contexto nacional. Para eso se requiere tener el control total del gobierno nacional. Y eso lo sabe Petro porque ya su sueño no es la redención de los pobres como pudo ser el del Che Guevara o el del cura Camilo Torres, que se fueron al monte y se hicieron matar por proyectos socialistas. Gustavo Petro tiene el alma de caudillo, el temperamento de dictadorzuelo y la ambición de emperador. Para eso tiene que manejar un discurso que seduzca a los más desarrapados porque de allí saca sus cuadros para enardecer las hordas populares y lograr el grueso de sus votos emocionales. Con esa táctica, de paso, arrastran por inercia facilista a los intelectuales y pequeñoburgueses con complejos de derecha para que jueguen a aplicar su solidaridad como si se tratara de un gran transformador social. Por ese camino de la desidia bogotana y el facilismo de los izquierdosos no se abona sino el camino que ya ha recorrido el pueblo venezolano.
Petro no pudo gerenciar a Bogotá pero como se dedicó a fomentar el odio de clases entonces los facilistas izquierdosos dicen que la oligarquía no lo dejó gobernar y por eso se alistan para coronar a Clara López, sin importar cuánto la cobijan las sombras de los carruseles. Petro no pudo formar equipo ni con el propio Antonio Navarro, quien debiera ser quien estuviera en esta contienda por Bogotá, por experiencia administrativa y porque siendo del mismo grupo y del mismo origen se diferencia de cabo a rabo con el Alcalde. Su vocación es más social y mucho más democrática que la de su exjefe en la Secretaría de Gobierno. Es en medio de esta nueva amenaza contra la sensatez y en medio de estos riesgos suicidas de la clase media mamertoide que hay que seguir insistiéndole a Pardo, que acepte el reto, que sí tiene fuerza será el que gane la encuesta o consulta o como se llame la medición. Y que sí no fuera así, que se comprometa con el que gane que igual gana. Hoy es el único que tiene todas las de ganar y el que puede hacer que Bogotá retome las de ganar. No importa que parezca otro Pantano de Vargas, Pardo salve usted a Bogotá.
Rafael Pardo: Salve usted la patria chica!
Jue, 19/03/2015 - 11:59
Curiosamente quien tiene hoy en su mano la llave para sacar a Bogotá de la tragedia social que vive y que se refleja en la barahúnda electoral que respira, en la cual la perspectiva ciudadana no es