La perversa encuestocracia

Jue, 26/04/2018 - 03:33
Las variaciones en los resultados de las encuestas han sido una de las principales características de esta campaña presidencial. En diciembre de 2017, Sergio Fajardo punteaba con un 18,7%, seguido p
Las variaciones en los resultados de las encuestas han sido una de las principales características de esta campaña presidencial. En diciembre de 2017, Sergio Fajardo punteaba con un 18,7%, seguido por Gustavo Petro (14,3%), Germán Vargas (12%), mientras que Iván Duque solo marcaba un 8,4%. En febrero de este año, Petro subió al primer lugar con un 23,5%, Fajardo de segundo con el 22,2%, Vargas se mantuvo de tercero con 15,6% y Duque registró un 9,2%. Pero el cambio más abrupto lo mostraron las encuestas de marzo, posteriores a las elecciones de Congreso y las consultas presidenciales. En esa ocasión, y como si se tratara de un acto de magia, Duque escaló a la primera posición con un 45,9% de intención de voto, seguido por Petro (26,7%, Fajardo (10,7%) y Vargas (6,3%). Pero como se dice popularmente “para un estudio, otro estudio”. Desde inicios de abril los medios de comunicación han venido difundiendo unos “modelos de pronóstico” –como si se tratara de un Oráculo de Delfos– que han sumado más dudas y desconfianza a la carrera presidencial con unos resultados muy diferentes a lo que proyectan las encuestas.  En su más reciente versión señalaron que Duque alcanzaría entre el 36,4% y el 35,6% de la votación, seguido por Vargas (entre 23,8% y 20,9%) y Petro (entre 18,9% y 17%). Y es aquí donde han aparecido nuevas críticas a los intentos por anticipar quiénes pasarán a la segunda vuelta: la exclusión de al menos dos tipos de votantes (carismático y disciplinado), la sobrevaloración de la capacidad de endoso de votos sin importar el candidato y el olvido de los fracasos de las encuestadoras en el pasado. Sin embargo, este asunto va más allá de las críticas a las metodologías de las encuestadoras. Desde hace décadas la psicología social y la psicología política han evidenciado cómo las encuestas logran influir y persuadir a las personas para que se inclinen favorablemente y sumen su opinión positiva al candidato que supuestamente concentra el apoyo mayoritario. Estamos hablando de un fenómeno conocido como el "Efecto Bandwagon", que muestra que quienes inicialmente no tienen una opinión clara o esta es contraria, se ven arrastrados por la percepción de la mayoría. Así las cosas, esos resultados que mensualmente reproducen los medios y que generan desconfianza en la ciudadanía, además sugestionan, crean tendencia y condicionan a nuevos encuestados a sumarse a quien va liderando. Es normal que en una contienda electoral las personas prefieran apoyar la candidatura supuestamente ganadora, o la menos vergonzante –así como sucede en un partido de fútbol–. Lo perverso es que los resultados de las consultas presidenciales del 11 de marzo y las encuestas de la semana siguiente confundan a la opinión nacional, haciéndoles creer que los apoyos recibidos por los candidatos Duque y Petro son suficientes y van ganando las elecciones. Así que claramente estamos ante un Efecto Bandwagon a favor de estos dos candidatos, pero no olvidemos el voto oculto. Ese que nos hizo pensar que en el plebiscito ganaría el “sí”, que en Estados Unidos Hillary Clinton sería presidente y que proclamó a las encuestadoras como las grandes derrotadas en ambos comicios. Una encuesta de opinión electoral dista mucho de ser una manera objetiva de medir las verdaderas preferencias de los ciudadanos sobre los candidatos y, por el contrario, es un instrumento eficaz de manipulación de los votantes. No es con encuestas, entrevistas, teorías de la muestra, tabulaciones, indicadores probabilísticos, sesgos desde el cuestionario, el entrevistado o quien costee la indagación, como sabremos qué piensa la opinión pública, cuáles son sus preferencias políticas y el por qué de las mismas. Desde el Congreso estamos en mora de reglamentar el trabajo que hacen las encuestadoras, principalmente en términos de trazabilidad, tamaño de muestra, su diseño y métodos de recolección de datos, e inhabilitando a los dueños de estas empresas para ocupar cargos públicos –por lo menos durante el primer año del próximo gobierno–, como hoy es el deseo de varios.
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