Para quienes amamos el fútbol, el desastre de la reciente final de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors es mucho más que papelón global. Detrás de lo acontecido en el plano deportivo, está la demostración, una vez más, de lo atrasada que está Latinoamérica en todos los temas.
Es cierto que la rivalidad entre estos dos equipos tiene más de cien años. También lo es que los argentinos viven el fútbol con un grado de apasionamiento que no es normal. Pero una cosa es que las cosas tengan un potencial de salirse de control y otra muy diferente es que todo se maneje de la peor forma.
Argentina es un país en una larga y profunda decadencia en todos los aspectos. De ser una de las naciones más prósperas del mundo hace un siglo, ha pasado a convertirse en un remedo de país que fluctúa entre el populismo y la crisis económica sin lograr salir de su estancamiento ni recuperar su dinámica de crecimiento. La corrupción ha llegado a niveles mexicanos o colombianos mientras el liderazgo político es incapaz de ofrecer estabilidad.
La crisis es tan profunda que los equipos de fútbol han caído en manos de verdaderas mafias. No es un problema de unos cuantos barras bravas. Desde la Asociación Argentina de Fútbol hasta los equipos de divisiones inferiores están dominados por unos intereses oscuros donde se mezcla dinero, política, corrupción y violencia. El cuento de que son un pequeño grupo de desadaptados que perturban los eventos deportivos y lanzan piedras a los buses de los equipos contrincantes es sólo la fachada. La realidad es mucho más sórdida como lo confirman los que se atreven a denunciar la podredumbre del deporte y de sus instituciones en Argentina.
Es cierto, lo mismo podría decirse del fútbol en Colombia y en muchos países de la región. Pues eso es lo que resulta más grave. La barras bravas, esa horrible realidad de las sociedades modernas, que se las inventaron los argentinos y que popularizaron los famosos hooligans británicos, son algo del pasado en el Viejo continente. Los europeos, con policía eficiente, cooperación internacional y un sistema judicial operativo, lograron desterrar a los violentos de los estadios. El fútbol europeo ya no es el espectáculo de miedo y violencia de los años ochenta y noventa del siglo pasado.
La patanería, la captura del deporte por los corruptos, la suciedad de lo que acontece en los clubes, es propio de estas sociedades latinoamericanas en profundo estado de descomposición institucional. Lo ideal sería no entregar el título de la Libertadores este año y declarar desierta esta edición. De paso sería bueno multar a estos dos grandes equipos con varios años de ausencia en los torneos internacionales. Tal vez de esa forma los gobiernos entiendan que la crisis del deporte no es más que otra faceta del derrumbe moral de nuestras sociedades.
La patanería
Mar, 27/11/2018 - 05:24
Para quienes amamos el fútbol, el desastre de la reciente final de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors es mucho más que papelón global. Detrás de lo acontecido en el plano deport