Se rasgan las vestiduras gabistas, gabólogos, gabófilos y hasta gabomaniacos a tal punto que prácticamente condenan al purgatorio a la exacerbada parlamentaria derechista, Maria Fernanda Cabal, porque trinó con los hígados cuando se enteró de la muerte del premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez, y trató de aprovechar el momento para manifestar su descontento con el apoyo a la dictadura cubana del escritor colombiano más reconocido del mundo. Los fans de Gabo, los letrados, los ilustrados, los izquierdistas y aún los ciudadanos de a pie que creen ciegamente en la expresión popular de que todos los muertos son buenos, o que no se puede disentir de quien pasa a mejor vida, sin previamente decir alma bendita o tocar madera en señal de respeto, han puesto el grito en el cielo ante la sentencia de infierno proferida por la exasperada congresista electa. Por la intolerancia que exhibe a cabalidad al trinar, sin ningún protocolo, una foto de Gabo con Fidel Castro, acompañada de una frase literalmente lapidaria: "Pronto estarán juntos en el infierno".
Los colombianos, acostumbrados a llorar, venerar y dar cristiana sepultura a sus muertos no pudieron sentir algo menos que un insulto a la memoria del Nobel, su familia, los muertos y la literatura universal. No hubo nadie que no sintiera que por lo menos se le fueron las luces a la congresista o que mínimo la iluminó Satanás en plena Semana Santa, que es cuando se alborota. Pero las reacciones no han sido menos intolerantes. Periodistas famosos que trinan con la sorna de que esa curulcita se perdió, parlamentarios neopacifistas que piden que se le impida posesionarse y exderechistas escribidores de paramilitares que salieron a acusarla hasta de promover el neonazismo, hacen parte de ese mosaico de descalificaciones y cobros por ventanilla que refleja el deplorable escenario revanchista en el que ha caído la coyuntura política colombiana, que bien parece aprendido de un manual de J.J. Rendón, según el cual oportunidad que deje el adversario hay que aprovecharla a muerte.
Pero la mala hora de la congresista y su cabeza caliente y las reacciones de sus desalmados contradictores debe dar paso a la sensatez. Lo que se vuelve un impertativo es entender qué hay detrás de estas explosiones calenturientas destinandas a empañar un momento de luto nacional y, como dicen las señoras, a no dejar descansar en paz al prestigioso escritor colombiano. Se debe poner en plata blanca lo que los vestidos negros no permiten ver en este episodio. Y aunque parezca inoportuno hay que saber que los dolores del duelo existen pero que los dolores de los actos erráticos del Nobel también sobreviven. Hay que ser enfáticos en que no porque lo diga una uribista o una persona con inclinaciones de derecha se puede ignorar un fenómeno que han soportado muchos colombianos. Que al lado de la gloria literaria que vivió el escritor más destacado de Colombia, sus posturas políticas les han hecho vivir un verdadero infierno a quienes nunca comprendieron su cercanía y justificación a la dictadura cubana de Fidel Castro, o a su complacencia con el régimen venezolano de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Muchas de las víctimas de la violencia no entienden cómo Gabo podría ignorar que sus apoyos a estos regímenes dictatoriales tendrían en Colombia implicaciones, ya que estos dictadores daban apoyo incondicional a las acciones terroristas de las FARC, ELN y otras guerrillas que durante medio siglo han azotado al país con el secuestro, las minas quiebrapatas, los cilindros bombas, el reclutamiento de menores, el ajusticimaiento de indígenas y campesinos, el asalto a poblaciones indefensas y toda clase de vejámenes cometidos a nombre de la revolución y con la bendición de Fidel Castro o el subsido de Hugo Chávez. Resulta difícil para la gente corriente entender cómo Gabriel García Márquez con toda la influencia que podía ejercer no hizo rompimientos contundentes con las prácticas terroristas, con los regímenes que las apoyaban y con los jefes de Estado que aupaban las guerrillas, que más temprano que tarde se lumpenizaron y terminaron corrompiendo las causas populares y malgastando el fervor revolucionario de transformación y cambio con que soñaban los pueblos latinoamericanos.
Gabo es un grande de la literatura y sus funerales deben ser de papá grande. Pero por grande merece su crítica grande. Su conocimiento, su prestigio y su poder bien se habría podido poner al servicio de la democracia y eso solo se lograba deslindando campos con las dictaduras fueran de izquierda o de derecha, y rompiendo con amistades personales como lo hizo su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, o lo hicieron escritores de talla mundial como el Mejicano Octavio Paz, o el escritor peruano Mario Vargas Llosa, o el sueco Jan Mirdal; como lo hicieron periodistas de la estatura del frances Jean Francois Ravel, que a tiempo se dieron cuenta que tras la cortina de hierro se fraguaba era el socialimperialismo soviético, que significaba socialismo de palabra pero imperialismo de hecho. Se decidieron a enfrentarlo y a denunciar que los comunistas estaban lejos de querer un mundo mejor y que lo que se venía era algo peor de lo que había vivido el mundo con la osadía de Hitler. Ellos rompieron con las dictaduras de izquierda pero Gabo no. Y estas, quiérase ocultar o no, eran una amenaza permanente para la tranquilidad de los colombianos.
Lo cierto es que personas heridas con las posturas de Gabo frente a la invasión soviética a Checoeslovaquia o a Afganistán, o frente las tropas cubanas en Angola, o las ayudas de Fidel y Raul Castro al comandante Hugo Chávez y a Nicolás Maduro, y lo que eso sirvió a las FARC, deben existir y no se requiere ser derechista o fanático para no lamentar ese lunar político en nuestro genio de la literatura. No es para crucificar al Nobel pero los demócratas tienen que distinguir entre su aporte a la literatura universal y sus errores políticos. Además, si sirve como consuelo de tontos, esto de los intelectuales casados con tiranos es algo que ha ocurrido en el mundo.
El gran filósofo alemán Martín Heidegger terminó afiliado al partido Nazi y prestó sus servicios al nacional-socialismo de Hitler. En Italia, el fundador del futurismo, Filippo Tommaso Marinetti, fue el poeta oficial de Mussolini. El noruego Knut Hansum, celebró la ocupación alemana de Noruega, se unió a Hitler y le regaló a Goebbels su medalla del Nobel de Literatura. Pierre Drieu La Rochelle apoyó la ocupación nazi de Francia y se suicidó tras la liberación de París. Ezra Pound aprovechó su prestigio en Italia para socavar la moral de los aliados, luego fue declarado demente y se le internó en un manicomio en Estados Unidos. Ernst Junger preparó el ascenso del nazismo en publicaciones derechistas y fue oficial de las fuerzas armadas alemanas. Richard Strauss dirigió las obras de Wagner en el Festival de Bayreuth y la Filarmónica de Berlín. En las Olimpiadas de Hitler en Berlín compuso el himno del evento.
La lista de intelectuales con veleidades hacia regímenes totalitarios es larga y para no ir tan lejos hay que ver a Jorge Luis Borges, cuando visitó a Pinochet y dijo: “Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita. Creo que merecemos salir de la ciénaga en que estuvimos. Ya estamos saliendo por obra de las espadas, precisamente". Y recibió una medalla de Pinochet. Luego Borges almorzó con el dictador Jorge Videla y dijo sin rubor: "Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia, y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado las responsabilidades del gobierno.” En fín, es posible que algunos intelectuales hayan faltado a su elemental deber solidario con la humanidad en situaciones de crisis. Lo curioso es que se olvidan todos a una de que esto no es Fuenteovejuna sino Macondo.
Gabo, mamerto a carta Cabal
Mar, 22/04/2014 - 13:47
Se rasgan las vestiduras gabistas, gabólogos, gabófilos y hasta gabomaniacos a tal punto que prácticamente condenan al purgatorio a la exacerbada parlamentaria derechista, Maria Fernanda Cabal, por