El alma brasileña

Vie, 24/01/2020 - 11:18
Viví cuarenta días en Brasil, especialmente en Rio de Janeiro, donde aproveché una serie de amistades y familiaridades colombo-cariocas para acercarme un poco al alma de ese gran país, que tiene m
Viví cuarenta días en Brasil, especialmente en Rio de Janeiro, donde aproveché una serie de amistades y familiaridades colombo-cariocas para acercarme un poco al alma de ese gran país, que tiene muchas cosas que es necesario conocer y estudiar para el bien de nuestra nación. Brasil es como un continente. Su inmensa extensión lo ubica entre las naciones más grande del mundo. Ocupa el tercer puesto en América, después de Canadá y los Estados Unidos. y el quinto en el mundo. Ha sido el único país de América que tuvo Rey, Juan Sexto de Portugal. Cuando Napoleón Bonaparte llegó con sus ejércitos franceses hasta Madrid y depuso a la monarquía española, el rey de Portugal entendió que sus días estaban contados y realizando una inteligente maniobra, con el apoyo de Inglaterra que dispuso una escuadra marinera, que entró al puerto de Lisboa (Portugal) con una fuerza de 7000 hombres y escoltó, cruzando el océano Atlántico, al Rey hasta Brasil. En esta forma el Rey logró burlar a Napoleón y trasladarse con toda su nobleza a Río de Janeiro, donde instaló la monarquía portuguesa y reconstituyó el Imperio portugués, con rey y reina en Brasil, constituyendo oficialmente el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve. Este traslado intempestivo de la corte real portuguesa a Rio de Janeiro, que no contaba con ninguna infraestructura de vivienda real y que debía albergar de la noche a la mañana más de 15.000 personas, significó por muchos años la acelerada construcción de palacios y castillos para ubicar toda la nobleza y que hoy en día es un orgullo nacional que uno encuentra a los largo y ancho de Río de Janeiro. El Rey creó en Brasil muy importantes instituciones y diversos servicios que fueron la base de la autonomía nacional y por eso se considera como el verdadero mentor del Estado Brasileño. La presencia del Rey en Brasil infundió una fuerza de integración que lo recorrió a todo lo largo y ancho de su inmenso territorio. No se presentaron en Brasil las luchas de independencia nacional que tantos estragos hizo en las demás naciones. No tuvo Brasil, siendo tan grande, ninguna separación de Estado o provincia, situación muy diferente a la vivida por nosotros en la Gran Colombia, que muy pronto luego de la expulsión de los españoles y de la prematura muerte del Libertador Simón Bolívar, voló en pedazos y el sueño de una gran nación fuerte y poderosa se redujo a tres naciones diferentes: Colombia, Venezuela y Ecuador. Tardíamente y como resultado de esa vocación patológica por la violencia, la fragmentación y el poder se dio la separación injusta y estimulada por los intereses norteamericanos de Panamá. Por este camino América Latina entró en una fase de pequeñas y minúsculas republicas fácilmente esquilmadas y manoseadas por el imperio norteamericano. Honrosa excepción hay que hacer de Méjico y Argentina. Otro aspecto muy importante para tener en cuenta en este relato histórico y más ahora que el mundo necesita con urgencia extrema de la Paz si no quiere volar en mil pedazos como resultado de una tercera guerra mundial, es el hecho que cuando el Rey de Portugal abandonó a Lisboa dejo sendas recomendaciones y edictos reales pidiéndole a la población no resistir a la llegada de las tropas francesas y españolas y esperar las nuevas circunstancias que deparaba el futuro. En esta forma les ahorró a sus gentes el inmenso sacrificio de una guerra con miles de muertos y cuantiosos daños materiales en muchos casos irreparables. Esas son las paradojas de la vida. El Rey pudo regresar, años después, a Portugal y continuar allá su azarosa vida de Monarca, muriendo años después envenenado por sus enemigos. Ya ad portas de regresarnos a Colombia tuve la grata oportunidad de conversar con amigos brasileros, profesores universitarios, investigadores de la inagotable flora amazónica y ya en la confianza que permite la convivencia diaria me manifestaron su preocupación académica sobre la violencia y las guerras fratricidas en Colombia y me manifestaron no entender por qué los colombianos rechazaban los Acuerdos de Paz,  cuando ya es una verdad de a puño que ninguna nación puede realizar sus sueños de desarrollo social e inclusión en medio de una guerra. Les manifesté que yo también compartía esa preocupación y con un grupo de profesionales amigos planteamos, hasta donde este pasado dramático de violencia se ha venido convirtiendo en un marcador genético que determina el manejo de nuestras complejas emociones. A diferencia del Brasil, donde cada día se están planteando salidas nuevas y democráticas a sus acuciosos problemas políticos y sociales, los colombianos damos la idea de volver a creer que la violencia y la lucha armada son la única salida. He allí nuestro profundo dilema. Con “muita saudade” (mucha nostalgia) me despedí de Brasil y Rio de Janeiro pidiéndole al gran Cristo Redentor del Corcovado la ansiada Paz que requerimos con urgencia los colombianos y prometiéndoles volver para que me acojan, nuevamente, en su hermosa bahía de Guanabara.
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