El futbol, esta repetida, interminable y seductora historia de artistas, aplausos, conciencias y títulos.
Arrebatador, con el encanto del triunfo, la pasión desbordada de los hinchas, sin el cinismo de las trampas.
Siempre incierto a pesar de los vaticinios favorables, con Nacional campeón por la calidad técnica de sus jugadores, sus objetivos claros, con ideas y músculos, sin remolques arbitrales, con figuras predominantes de inigualable cotización.
Históricamente en cada título tuvo, el galardonado club, un referente. “El tino”, Zuñiga, Alexis García, Higuita, Giovanni Moreno, “La chancha” Fernández, Cesar Cuetto, Raúl Navarro Paviato, Aldo Ramírez, Alexis Henríquez, “Turrón” Alvarez y “Aristi”. En el recuerdo hay muchos más.
Esta vez fue el turno para Edwin Cardona, “el gordo trotón”, con su fino dominio del balón. O para David Ospina seguro y recursivo en su camino otoñal. Para, Andrés Román, robocop, con sus veloces arremetidas por la banda y el interior, un defensa con dotes de goleador.
Razón tuvo Oswaldo Zubeldia, el inolvidable entrenador campeón, ya fallecido, con su frase contundente: “deme dos laterales con marca, ataque y gol y haré un equipo ganador.”
Nacional jugó y ganó sin alucinar como en otros tiempos. Hoy es otro futbol. Con la propuesta simple de su entrenador Juárez, sin pinta, sin experiencia, sin currículo, sin rebusques tácticos, con sentido común al exprimir las habilidades de sus jugadores y su destreza en el manejo del vestuario, donde proliferaron los escándalos.
Produjo el verde momentos bellos e inolvidables para sus seguidores, especialmente cuando atacó con superioridad, con dominio a los rivales desde la fluidez con la pelota, la velocidad de sus delanteros, la eficacia en zonas de remate, el liderazgo en sus bloques y el oficio en general, aunque sufrió cuando se defendió en profundidad.
Tolima, siempre protagonista, no fue esta vez rival de quilates. Caminó sobre vidrio en la final. Por ello su desventura. Por su nómina insuficiente, caminó por mundos opuestos al campeón.
Sus jugadores, especialmente aquellos que alguna vez se enfundaron la casaca de Nacional, como Lucumí, Marlón Torres, Jeison Guzmán, Nieto y Rovira, decepcionaron, con extrañeza ante la percepción general.
Algo de Alex Castro hubo en el cierre, insuficiente como las habilidades de Brayan Gil quien mucho tiempo jugó en soledad.
La pelota caprichosa no entró. Tolima tuvo las oportunidades y las malogró, como en el cobro irreverente en el penalti de Guzmán, similar por el arrebato de suficiencia al de Cataño en 2022, telegrafiado ante Mier.
O el de Javier Araujo, “picado” ante Gastón Pezzuti, para el título de Nacional en 2011, cuando Equidad, irreverente, a punto estuvo de arrebatarle el triunfo.
Siempre serán impredecibles las finales, a pesar de que esta vez todo apuntó a favor de Nacional.
La calidad técnica y la experiencia de los jugadores marcan las pautas en estos cierres delirantes, en los que se acumulan las emociones que durante el año la liga poco disfrutó, negadas por los escándalos arbitrales, el cinismo de las trampas, las simulaciones y la desconfianza por las apuestas.
Por fortuna a Carlos Ortega, el juez central, esta vez pitó bien.
¡salud campeón!
P.D. Válido es recordar que “la felicidad del caballo muchas veces es la tristeza del jinete”. Hace muchos años alguien me lo enseñó. En este caso, la felicidad de Nacional es la tristeza de sus rivales, especialmente Millonarios y América. Así es el futbol de hoy.