Desde la publicación en 1971 de los “Los papeles del Pentágono”, nombre con el que se conoció el documento entregado al New York Times por Daniel Ellsberg, analista del grupo de estudios (Think Tank) Rand Corporation —organización contratada por el Pentágono para realizar una serie de análisis secretos sobre la guerra de Vietnam—, no se registraba un escándalo de las dimensiones del Wikileaks, donde el australiano Julian Assange accedió a información confidencial del Pentágono para divulgarla a cuentagotas, lucrándose de ello.
Los papeles del Pentágono evidenciaron cómo, tanto la Administración Kennedy como la de Johnson, engañaron a la opinión pública sobre la guerra de Vietnam, desde los ataques del Golfo de Tonkin hasta el bombardeo de Camboya y Laos. En 1964, mientras el expresidente Johnson aseguraba buscar una salida del conflicto, en realidad se involucraba aún más. Se trató de un montaje para comprometer la participación de EE. UU. en un conflicto que lo llevaría a una vergonzosa derrota.
En el caso de Wikileaks, inicialmente se trató de una masiva filtración de archivos secretos que sacaron a la luz pública las verdades de la guerra en Afganistán. Quedó en evidencia la ayuda de Pakistán a los talibanes que encendió la furia de las autoridades norteamericanas, pues entre otras salieron a la luz pública los poco ortodoxos métodos de Estados Unidos cuando creó escuadrones de la muerte destinados a la cacería de los talibanes más buscados para ser entregados vivos o muertos. Assange reveló cerca de 800.000 documentos secretos, no solo sobre la guerra de Irak, sino también sobre la relación de EE. UU. con sus aliados y otras naciones.
A pocos le caben dudas que la persecución hacia Julian Assange obedece a castigar la osadía de quien se atrevió a desafiar al Reino Unido y a Estados Unidos vulnerando los canales habituales de flujo de información para hacer pública información confidencial —secretos de Estado— hasta ese momento indescifrables, que dejaron en evidencia ante el planeta a las dos potencias. Otras filtraciones sobre dudosos comportamientos de otros gobiernos, Colombia entre ellos, pasaron a segundo plano. La inversión de Fidel Cano, director de El Espectador, quien se apuntó a adquirir los derechos exclusivos de estos leaks sobre nuestro país, terminó en la caneca. Hablando en colombiano: “Esa platica se perdió”.
En el verano de 2010 cuando Assange se consagraba como el hombre del año en el mundo fue invitado a facilitar una conferencia en el marco de un seminario en Suecia. Anna Ardin, jefe de prensa del evento, cubana sin compromiso, admiradora suya y reconocida activista política,quien a la sazón frisaba los 30 años, le hospedó en su casa con el beneplácito de los organizadores. Allí le organizaría un ágape que rematarían durmiendo juntos. Entretanto, en el seminario conocería a Sofia Wilen, de 20 años, novia del pintor estadounidense Seth Benson; con ella también terminaría celebrando en la cuja, el momento culmen de su vida.
Dicen que al enterarse de que Julian se había encatrado con ambas, las cornudas se enfrascaron en una pelea que las llevaría a urdir un complot donde acusaban a Assange de violación y de sexo sin condón y con el preservativo roto. Detrás del burladero se aprestaban a embestir a la mejor manera de un cornúpeta de Victorino. De este modo, fue detenido en el Reino Unido después de que Suecia ordenara su arresto como sospechoso de un delito de acoso sexual y otro de violación, en encuentros con mujeres que él asegura fueron consentidos. Fuentes consideradas fiables aseguran que la feminista cubana Ardin trabaja para la Agencia Central de Inteligencia y que las aventuras sexuales habrían llevado a Julian Assange a una trampa, con acusación sexual incluida.
Un exsargento de inteligencia, Bradley Manning, fue condenado en EE. UU. a cadena perpetua en el marco de este escándalo. Por su parte, Suecia procedió a solicitar a las autoridades británicas la extradición del australiano. Assange estaba espantado ante la posibilidad de ser extraditado a Estados Unidos, lo cual coincidía con la necesidad de Rafael Correa, presidente de Ecuador, de lavar su imagen ante el mundo como persecutor de la libertad de prensa. So pretexto de que su vida corre peligro ante una eventual comparecencia ante los tribunales norteamericanos, Correa anuncia esta semana el otorgamiento de asilo, tiempo después de que cursara en Londres la petición de asilo de Emilio Palacio, director de El Universal de Quito, a quien las autoridades judiciales de Ecuador habían impuesto una multa de 40 millones de dólares por injurias a Correa."Todos los sábados (en las cadenas presidenciales) se producen ataques, a eso hay que sumarle el proceso que se inició contra el diario El Universo y contra los autores del libro El Gran Hermano (sobre el hermano del mandatario, Fabricio Correa)", opinó el editor general del Hoy, diario ecuatoriano.
Dados sus vínculos con el tema de los derechos humanos, entra en escena Baltazar Garzón, en calidad de defensor de Assange. Nada podría mejorar el caso que un acercamiento a la Declaración Universal de los Derechos Humanos que reconoce en su artículo 14 el derecho de buscar asilo. Empero, ese mismo capítulo establece que este derecho no podrá ser invocado “…contra una acción judicial realmente originada por delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.”Suecia califica la decisión de Ecuador de otorgar asilo como decisión inaceptable. Para los británicos, Assange acabó posibilidades para acceder a un asilo político.
Ecuador sostiene que Assange no tendría un juicio justo y podría enfrentar la pena de muerte en una eventual deportación a Estados Unidos. Sobre el salvoconducto Gran Bretaña afirma que no existe base legal que le obligue a otorgarlo.Se teme que ocurra lo sucedido con el cardenal húngaro József Mindszenty, quien permaneció asilado en la embajada de EE. UU. en Budapest desde 1956 hasta 1971, cuando finalmente fue liberado.
Por ahora se puede sentenciar que el planeta está en vilo por cuenta de unos polvos más malos que el ántrax.