Las dos caras de Mitt Romney

Mar, 30/10/2012 - 03:05
Romney no combatió en la Guerra de Vietnam por andar de misionero Mormón en Francia. Mitt Romey tiene dos caras. Una es la del ciudadano ejemplar, activo, trabajador como mandan los cánones calvinistas, apegado a su familia, y a Dios; la otra es la del capitalista sin escrúpulos, un negociante nato, vinculado con la recalcitrante derecha. Este es el candidato del partido Republicano que espera derrotar a Barak Obama este seis de Noviembre. Sin embargo, esta dualidad encontrada es la esencia misma del país que el hombre nacido hace 65 años en Detroit, pretende llevar de nuevo “al protagonismo mundial nuevamente” (CNN, 2012). Que es el mismo que ellos inventaron tras la victoria en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), triunfo que confirmó lo que ellos siempre habían pensado de sí mismos: que son los guías de la humanidad, una pauta política a seguir y la sociedad a imitar, no sólo en América o la Europa de la posguerra, sino en todo el mundo: la China populosa, las Islas de la Polinesia o la India y sus millares de deidades. Se trata del Destino Manifiesto: llevar la luz al mundo. Ser la economía más grande de un mundo en el que la inequidad es la regla, haber llegado a la luna al tiempo que exacerbaban la guerra atómica, considerarse los portavoces de la libertad individual al tiempo que la sacrifican en nombre de la seguridad, producir inmensas riquezas que vienen a parar en pocas manos, hombres y mujeres organizados, aplicados, poco dados a la desobediencia de pensar por sí mismos. Esas contradicciones son la esencia y la enfermedad de la sociedad estadounidense. Romney lleva 42 años de matrimonio con Ann, fruto de esta unión son seis y hijos y una decena de nietos Por eso Romney encaja perfectamente en el prototipo de tipo americano. Escribía Camilo Jiménez “la vida del candidato pareciera material para un documental sobre valores familiares y empresariales” y agrega “… Romney se ha negado a publicar su declaración de renta” (Credencial, 2012), aunque agobiado por los golpes de opinión y sus salidas en falso, tuvo que hacerlo a regañadientes hace unos días. Y esa es la clave para ir conociendo al candidato republicano: promesas de reivindicación histórica, y económica “yo sé mucho de economía”, asegura reiteradamente en los comerciales que llenan las pantallas de los televisores norteamericanos. Y hasta cierto punto es cierto. Pues si nos remitimos a su paso por Bain Capital, una firma privada de inversión de capital que estaba a punto de quebrar en los años ochenta, y que sacó adelante con su liderazgo como CEO, hasta “emplear a más de 25.000 personas a finales de 1999”, y convertirla en un emporio financiero de primera importancia en Wall Street, es indudable que hablamos de un hombre de hechos, de retos; como organizar los Juegos Olímpicos de Invierno de Salt Lake City en el 2002, para lo cual “organizó a 23.000 voluntarios y supervisó una movilización de seguridad sin precedentes solo meses antes del 11 de septiembre de 2001” (BBC, 2011). Juegos que son considerados como los mejor organizados en la historia de los Estados Unidos. Con el prestigio alcanzado como organizador de un evento público de esta envergadura se lanzó a la gobernación del Estado de Massachusetts en el 2003. Que ganó, gracias entre otras cosas, a la incompetencia de su oponente, la gobernadora en ejercicio Jane Swift. Al terminar su periodo (2007) había conseguido el suficiente capital político como para pensar en lanzarse como candidato en las primarias de partido Republicano, en medio de un escenario desolador: Obama había anunciado la muerte del enemigo número uno del país, Osama Bin Laden en mayo del 2011, lo que en teoría confirmaba su relección. Y la única alternativa viable para regresar a Washington era el Tea Party, liderado por la remilgada Sarah Palin. Sin mayores sobresaltos superó a los demás candidatos. Quienes encarnaban el paradigma del hombre republicano: desconfiado de la ciencia y la educación laica, como Rick Santorum, o apegado a la burocracia política, como Newt Gingrich, representante de Georgia durante veinte años. Ante ellos el talante conservador de Romney se desvanecía, además por su pasado mormón, que de joven lo llevó a “servir 30 meses en Francia como misionero de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días” (ABC, 2012). Lo que ha terminado por confinarlo en el incómodo punto medio de la ambigüedad: no convence a los conservadores, ni disuade a los liberales. Falta de determinación que se traslada a temas sensibles como los programas de Salud (el Obamacare), la reducción de impuestos a los más ricos, el reglamento para el aborto y los indocumentados. Clint Eastwodd y su especie de sketch con la silla vacía que representaba al presidente Obama, en la convención repúblicana en Tampa Pero ese no ha sido su único lastre. Lo caracteriza la imprudencia diplomática de George W. Bush, sus comentarios fuera de lugar al criticar la seguridad de los pasados Juegos de Londres, su apoyo abierto a Israel para preparar un ataque preventivo a Irán, el haber confundido a su formula Paul Ryan “como el futuro presidente de los americanos” (Semana, 2012), decir en una entrevista a CNN “no me preocupan los muy pobres”; o sus recientes polémicas declaraciones “en las que menosprecia a los votantes demócratas” (Semana, 2012). Errores que le podrían costar la Presidencia. Y que ha llevado a cientos de personas y organizaciones a recordarles a los votantes quién es en realidad el candidato Republicano. Quitarle la máscara de marido perfecto y padre -y abuelo- ejemplar, y dejar ver su otro rostro, la otra cara de la moneda. Este es Mitt Romney, cuya vida política se ha movido entre el azar y la apuesta ambiciosa, la imprudencia y la necedad, que disfraza de seguridad propia, para que retorne a la Casa Blanca los ideales conservadores, intolerantes y fanáticos, que no encarna, pero que pretende llevar como portaestandarte. Ni él mismo sabe a qué juega, solo quiere ganar. Su fórmula a la Vicepresidencia es Paul Ryan, quien representa el ala dura del partido.
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