Estado Zombie: Juegos de Terror y Olvido

Jue, 23/08/2012 - 04:56
(…) Si el lenguaje del dolor es compartido, es posible aprender sobre las prácticas de interpretación del sufrimiento humano y su papel constitutivo en los procesos sociales.

(…) Si el lenguaje del dolor es compartido, es posible aprender sobre las prácticas de interpretación del sufrimiento humano y su papel constitutivo en los procesos sociales.

Byron Good.

Quise guardar un par de días antes de escribir algo nuevo, tratando de hacer un breve análisis de lo que podía observar en el medio social acerca de Estados alterados, Estados de conciencia y animosidad o frenesí emocional en el escenario público y social, más que nada, tratando de indagar sobre las diversas facetas que nos envuelven y que en un intento, por cierto no tan temprano en mi reflexión, ocurre que es posible determinar en nuestro entorno social, que alguien manifieste un sentimiento de rechazo ante algo que pueda indignar o molestarle, pero que al cabo de unos cuantos minutos pasajeros se transforme en un personaje mínimamente interesado en esa realidad en la que previamente había mostrado algún signo de interés. No siendo del todo mi interés en profundizar sobre los porqués de estos comportamientos sociales, ya que reflexionar sobre esta actitud colectiva me llevaría a plantear hipótesis en áreas del conocimiento sobre el parcelamiento de la realidad, que desvirtuarían el propósito de esta reflexión; quisiera, sin embargo tomar esta inquietud, producto de un virtual trabajo de campo para introducir un llamado de atención a una inquietud que simplemente no puede pasar inadvertida.  En días pasados se recordaban infames magnicidios, que impactaron a la sociedad Colombiana de finales de la década de los Ochenta y principios de los Noventa; de tal forma que me situé en el medio de lo que a través de las redes sociales y los medios masivos, ocurría con relación al recuerdo de estos actos e intentar hacer, no solo un mero juicio de valor, ni un mea culpa en nombre de la “patria”, pero si una especie de catarsis –en el sentido griego de la palabra - que pudiera de una u otra forma desbloquear la represión emotiva del dolor que me causa, el olvido. El propósito entonces de esta catarsis, al desbloquear dicha represión, pretende motivar un recuerdo ojala, de impacto duradero, para entender mejor estas emociones que me atraviesan, debido al dolor que esta sociedad, casi siempre me genera. Algunos pocos, muy pocos medios y en muy pocas hojas o en muy pocos minutos, se habló en estos días de los magnicidios de Jaime Garzón y Luis Carlos Galán Sarmiento, -una excepción fue la del periodista Daniel Coronell quien por Twitter, hizo un interesante ejercicio de recuperación simbólica de la memoria, teniendo en cuenta el medio y el tiempo usado en este ejercicio- sin embargo el impacto pudo aparentemente ser mucho mayor debido a la réplica por redes sociales, de homenajes y recordatorios, incluso resaltándose más el recuerdo de uno ellos más que del otro, quizás porque el humorista político tenía un ascendente más carismático y una impronta más popular que el segundo, sin pretender con ello, quitarle importancia a la memoria del asesinado candidato presidencial. Sin embargo, me cuestionaba al pasar de las horas, la ligereza con que suelen ir y venir homenajes en cada aniversario de sus muertes, sin que en la estructura social perdure no solo el recuerdo, sino la memoria del por qué de sus asesinatos y de cómo éstos definitivamente no nos atraviesan socialmente, simplemente porque en realidad no los padecimos como sociedad. Ahora, si esto ocurre con tan sólo dos personajes de la historia olvidada de la patria? que será de los millones de asesinados generados por la violencia del Estado y de los grupos armados?, de los fusilados (falsos positivos) durante la era Uribe,  o de los desplazados y marginados que en los campos y barrios mueren por adicciones igual de peores que la de las balas y el anonimato, tanto como por la indiferencia del hambre, de la inatención sanitaria, así como de un endeble sistema educativo, que no se permite desde hace unas cuantas generaciones que los sujetos que este recibe, piensen?! Esto, porque no se piensa en educación, ni en salud pública, ni en cuantos, ni porqué es que se desplaza diariamente o en quienes y porque mueren, y matan. Esto porque hubo un eficiente Estado que históricamente supo estructurar este Estado Zombie de terror, que hace que el olvido permee como si nada nuestro ser, pero también nuestra conciencia colectiva. Hacer catarsis de esta situación, permite liberarme entonces, de los juegos trágicos que me impone esta pésima representación teatral en la que los actores degenerados de esta paria Estatal han hecho durante tanto tiempo. Manifestar el éxito del Estado, es trágico y doloso, es el sufrimiento de millones que pasan y pasan con la careta de lo que impone la agenda mediática y reproduciendo lo que las instituciones del Estado quieren que se piense y quieren que se sienta: Indiferencia, bronca momentánea ante la violencia que se difunde, pero que no se siente; malestar e indignación por la corrupción generalizada de un legislativo permeado por la sangre de millones de víctimas, así como de generales y funcionarios que comparten dicho destino;  ansiedad cotidiana de lo que no se sabe que vendrá, pero que cree ciegamente que algo de ese devenir será positivo en el futuro mediato o inmediato, sin embargo, la consolidación de ese futuro incierto en realidad poco importa si dejamos no al azar, si a quienes se les sigue confiando ciegamente nuestros destinos. Porque esta estructura, ha sido muy bien diseñada y ha sabido alimentar muy bien a este animal sordo, mudo y que no ve ante sus ojos la gran bestia que lo aliena y lo mantiene postergado a vivir en esta situación. Ese alimento que recibimos, es la que nos ha brindado la escuela (no la educación), la propaganda positiva y la basura informativa de las corporaciones mediáticas, que no nos permite sentir dolor, ni nos permite interpretar el sufrimiento de millones que estando al lado nuestro, no los vemos, muchas veces porque nos enseñaron a que no teníamos que ver. Y no ver significa, que esos que nos han impuesto esa ración y dosis cotidiana, tienen muchas cosas por las cuales se hace importante, el enseñar a no ver, pero lo más importante quizás, a no tener una memoria para construirnos como pueblo. Finalmente, entendiendo la importancia de hacer catarsis. Que ocurrirá, una vez termine de leer estas palabras insurrectas? Es posible que esta exclusión cultural arraigada que nos margina de la posibilidad de construirnos como seres humanos, confiera un Estado de superación colectiva del dolor, de la víctima en que nos hemos transformado? Que supere a su vez un nosotros como víctimas y victimarios de una sociedad que contribuye a reproducir los miedos y la ideología del Estado de terror? Un amigo, recientemente me recomendaba la posibilidad de pensar sobre la realización de determinados rituales prohibidos; recomendación que me hiciera además de la lectura a Jacques Derrida y que éste hace sobre el ritual del encendido de las velas del shabbat que a escondidas y en secreto, hicieran exiliados portugueses durante la última diáspora judía; Este texto recuerda uno de los significados con los que se recordaba a los judíos, llamándolos entre otros: marranos. El texto justamente se llama, “Los últimos Marranos” y es el aporte que Derrida hiciera a Frederic Benner, en su libro: “Diaspora: Tierras natales del exilio”. Pensar en esta recomendación hecha por mi amigo, me obligaba a ser generoso con quien me hiciera entrar en trance de solemnidad, sobre todo cómo él mismo dijera, interpretando una escena intima de esos rituales prohibidos en que: “la solemnidad observada hacia su fe en los márgenes de la sociedad occidental, nos enseña que tal vez la pluralidad sin tolerancia, no es conveniente sostenerla, y la diferencia sin comprensión, sería mejor limitarla” esto quizás permitiría fundar una nueva intimidad “al borde, de los límites que fundan las diferencias”. Y pensaba, lo excelente que podría ser el apropiarnos de estos sentidos, para de esta forma romper con el individuo postrado, al margen justamente de las posibilidades de refundarse a sí mismo como especie, pero más allá de estos apropiados sentidos y recomendaciones, la obligación de la vida en sociedad y de la dependencia absoluta hacia el Estado, nos obliga también a pensar que la exigencia no es solo al Estado, como a nosotros mismos. Redefinir nuestra identidad colectiva, permitiría abolir la ideología de la sumisión y rompería las ataduras culturales que nos permean, muchas veces inconscientemente. Ahora, desde donde tiene que venir, la formación objetiva de una nueva independencia social? En mi simple opinión. De los grupos sociales subalternos, ya que las mentalidades y objetivos que de allí se derivan, pueden portarnos la conciencia necesaria para poder mirarnos a nosotros mismos como sujetos de dolor. Pero también –parafraseando a una reconocida antropóloga, Veena Das- como agentes de dignidad. De allí, que pensemos en la posibilidad de pensarnos marginalmente como pueblo y pensemos en construirnos a partir de otras palabras, de otros significantes, con otro lenguaje que nos lleve a otras prácticas y representaciones, que no reivindique a nuestros muertos con un retweet o un me gusta en las redes sociales únicamente, ya que éste al igual que el monumento, quedan vacios y no nos definen, quedando solo en el frenesí intestinal de las palomas que las visitan. Si lo vemos desde esta perspectiva, son memorias para el olvido. Si no, piensen en cuanto monumento conozcan, en cuanta calle que lleve los nombres de quienes fueron asesinados existen  y se darán cuenta, que hay algo que falta. Sí, la necesidad de hacer catarsis colectiva, romper con la estructura general de terror y de olvido y no permitir nunca más, que se envuelva nuestra conciencia en esta permanente y “sublime” noche. Un reto, en el que creo, podemos avanzar.
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