“En los años mil seiscientos, cuando el tirano mandó…”

Vie, 26/05/2017 - 04:29
Caminaba en las noches y no se veía,
él era la noche misma
con su sonrisa de luna.
(Poema “Mi Abuelo”. Rosa Chamorro, 2014)

Este pequeño poema que transcribo, uno de cuantos he escrito, e
Caminaba en las noches y no se veía, él era la noche misma con su sonrisa de luna. (Poema “Mi Abuelo”. Rosa Chamorro, 2014) Este pequeño poema que transcribo, uno de cuantos he escrito, es mi favorito, porque me recuerda de dónde vengo y quién soy. Mi abuelo era originario del Chocó y emigró a Sucre, en una época de gran estigmatización de la raza negra. Unos años después, Laureano Gómez, presidente de Colombia, afirmaba: “Otros primitivos pobladores de nuestro territorio fueron los africanos que los españoles trajeron para dominar con ellos la naturaleza áspera y huraña. El espíritu negro, rudimentario e informe, como que permanece en una perpetua infantilidad. La bruma de una eterna ilusión lo envuelve y el prodigioso don de mentir es la manifestación de esa falsa imagen de las cosas, de la ofuscación que le produce el espectáculo del mundo”. No podría afirmar que la colombiana es una sociedad racista en todo el sentido de la palabra, porque para ello se necesitaría que existieran normas y leyes que impusieran formas de discriminación, como existían en la Sudáfrica anterior a la presidencia de Mandela, o grupos armados de blancos para perseguir a los negros como en los Estados Unidos de la tenebrosa época del Ku Klux Klan. Pero es innegable que hay racismo en ciertos sectores de nuestra sociedad. Esto que dijo Laureano Gómez es muestra de una de las ideas racistas que aún circulan entre nuestros dirigentes, la de la supuesta ignorancia de los negros. Para muchos en Colombia -y sucede en todas las clases y niveles sociales- la piel negra es un estigma. Colombia es un país que todavía no integra al negro y al nativo. Los paros cívicos que adelantan los pobladores del Chocó, Buenaventura y Tumaco, donde la gran mayoría de la población es negra dejan al desnudo el trato discriminatorio que da el gobierno nacional a esas regiones; basta con examinar el pliego de peticiones de Buenaventura para darse cuenta de ello: entre las razones que aducen los porteños bonaverenses para su actual levantamiento cívico, señalan: el 64% de la población urbana y el 91% de la rural son consideradas pobres, la tasa de desempleo es del 62%, el empleo informal llega al 90.3%, el 50% de la población se reconoce como víctima del conflicto armado con 181.671 víctimas declaradas; pero además, el único hospital que tenía la ciudad, está en proceso de liquidación, no está garantizado el derecho fundamental al agua potable, no hay un sistema integral de alcantarillado, no hay un sistema de disposición final de basuras, hay déficit de aulas y de maestros, las aulas existentes amenazan ruina, no se protegen los derechos de los pescadores, y la lista de carencias y problemas de la población bonaverense es larga. Y a pesar de que en varias oportunidades el pueblo de esta ciudad se ha levantado a exigir soluciones y siempre se ha apaciguado mediante acuerdos con el gobierno nacional, que incluso se han plasmado en documentos CONPES que asignan recursos y trazan planes y proyectos de recuperación para el Puerto, todos se han incumplido y la situación sigue igual o peor. El Chocó sufre similares padecimientos, en muchos casos agravados por el hecho de la inexistencia de actividades industriales, o de otros renglones de la economía que revistan importancia o aporten significativamente al PIB de la región; mientras Buenaventura es el principal puerto del Pacífico y por allí transitan grandes cantidades de mercancías y se realizan negocios de gran envergadura, el Chocó sobrevive principalmente del empleo público. Según el DANE la pobreza del Chocó es seis veces la de Bogotá, lidera la pobreza extrema con el 50.2%, seguido de cerca por La Guajira, otra región que sufre la discriminación y el abandono por parte del gobierno central; esta última región, con una alta tasa de población indígena, sufre males similares, profundizados con la entrega de los recursos naturales a las grandes multinacionales mineras que han arrasado con la producción agropecuaria por la vía de exterminar paulatinamente las fuentes de agua, las que son usadas para las actividades extractivas, mientras la población muere de sed y desnutrición. Y ambos, Chocó y Guajira han realizado paros cívicos, culminados en acuerdos que no se cumplen. El actual movimiento de protesta del Chocó es para exigir cumplimiento de lo acordado en el paro cívico del año anterior. Y los pobladores de La Guajira, en el extremo norte Atlántico, organizan un nuevo paro cívico por razones similares a las de sus hermanos del Pacífico. La paciencia de los pueblos tiene límites. Hoy parece que buena parte de los colombianos está comenzando a llegar a esos límites. Están cansados de un sistema socio-económico que además de discriminar por razones étnicas, aplica políticas generalizadas de tributación excesiva contra la mayoría de la población, mientras niega a esas mismas mayorías sus derechos elementales, para complacer a los potentados extranjeros y nacionales que detentan el poder económico y se lucran con las desgracias del pueblo. El nuevo despertar de las poblaciones abandonadas, oprimidas e históricamente explotadas y discriminadas, pareciera estar indicando el camino que se debe recorrer para una segunda independencia. No en vano fueron los mineros negros de Negua (Chocó), los protagonistas de la primera rebelión de esclavos en Colombia (1688) contra los tributos, el hambre y los severos castigos infringidos por orden de la Corona española. Esos esclavos nos recuerdan la canción de Joe Arroyo cuyos primeros versos dan título a esta nota.
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