
Fácilmente, por mi culpa, nos pudieron haber matado a todos en ese restaurante. Mis ínfulas de mafioso, sin serlo, y acompañadas de madrasos y gritos, aunque dieron resultado, fueron una ofensa para el hombre que en ese momento respondía por la deuda. Si lo hubiera sabido, por nada del mundo, hubiera insultado de tal manera a uno de los cobradores personales de Pablo Escobar. Al final de la 'caliente' reunión el hombre dijo que el Cartel De Medellín nos pagaría la plata y así lo hicieron.
Cuando digo que trabajé para un temido narcotraficante en Colombia todos piensan que la vida que rodea a un capo es solo glamour, lujos, mujeres, dinero, una vida fácil. Y sí, algo de eso es verdad. Te sientes el rey del mundo, eres intocable y nunca te imaginas que llegue a su final, tampoco que entre los momentos de excesos haya muchos de angustia.
Era el año de 1986. Yo tenía 40 años y trabajaba como jefe de proyectos en una campaña del gobierno. Era un buen puesto. Pero llegó el momento en el que quería ganar más dinero y por esos días un amigo me llamó para ofrecerme trabajo en una empresa comercializadora. Hasta ahí llegó mi conocimiento de dicha empresa.
Mi amigo era un tipo extravagante. Casi todas las noches salía de rumba. Cuando pasaba de largo y llegaba amanecido a la oficina, con la ropa del día anterior, se quitaba la camisa y la tiraba a la basura. Su secretaria salía afanosa y le comprara una nueva en su almacén preferido.
Yo llevaba un buen tiempo trabajando en esa empresa. Me pusieron un buen sueldo pero mis funciones no eran específicas. Con regularidad me cambiaban de oficio. Yo soy ingeniero industrial y nada de lo que hacía tenía que ver con mi profesión.
Llegó el día en el que mi amigo, que era el gerente de la compañía, me confió una maleta repleta de dinero. Mi función fue contarlo y pagar algunos compromisos financieros. Al poco tiempo me encontraba manejando los ingresos y gastos de la empresa. Era todo un ejecutivo.
“Alístese que el patrón lo quiere conocer”, me dijo una tarde mi amigo al entrar a mi oficina. Nunca me habían hablado del dueño y yo tampoco pregunté quién era. Solo sabía que era un millonario que tenía muchas empresas en toda Colombia.
Sentados en la mesa uno de los restaurantes más exclusivos de Bogotá esperábamos a que el duro llegara. Los nervios se incrementaron cuando un hombre bajito que vestía ropa muy fina y un vistoso sombrero levantó la mano para saludar a mi amigo. Dos grandes anillos de oro adornaban su mano derecha y otros dos su mano izquierda.
De inmediato lo reconocí, era uno de los grandes empresarios del país y además era un reconocido narcotraficante.
– ¿Qué más? ¿Este es el hombre que me dice?- dijo el jefe prácticamente sin mirarme, con un acento campesino, golpeado, y una voz algo ronca.
– Sí patrón. Este es el muchacho. Es muy bueno y de confianza – les respondió mi amigo.
Clavó su mirada en mí y mientras alzaba su mano para extenderme su saludo dijo – me han hablado bien de usted –.
El patrón me empezó a probar manejando dinero. Cada vez me tocaba estar pendiente de más plata, tanta que uno ni alcanzaba a contarla.
Otra de mis funciones fue limpiar dinero. Tenía que inventarme ingresos y gastos bien justificados para legalizar la plata que manejaba el patrón en esa empresa. Era claro que era una empresa fachada del narcotráfico y que el dinero era sucio, pero no me importaba, me estaban pagando muy bien, podía derrochar toda la plata que quisiera.
Yo contrataba todo en sus eventos sociales y pagaba nómina a gente famosa. En una ocasión me tocó girarle un cheque a uno de los humoristas más importantes del país que trabajaba en Sábados Felices y se había presentado en un evento privado del jefe.
Trabajar con este capo me permitió conocer muchos de los secretos del jet set colombiano, de los que casi nadie habla. El patrón era fanático a las mujeres bellas. Estaba casado con una ex reina de belleza.
Con regularidad se iba para un hotel y llevaba con él a muchas de las modelos más famosas del momento, a quienes les pagaba por servicios sexuales. Reconocí entre sus mujeres de cama a una reconocida modelo que siempre ha negado ser prepago y que en realidad sí lo fue. Hoy es famosa, muy famosa.
En las fiestas entre narcos, cada capo competía por llevar el mejor show de entretenimiento. Había trago, mujeres y droga para el que quisiera. El Puma, Franco de Vita, y las orquestas como ‘Los Tupamaros’, o quien fuera el artista del momento, eran contratados. Lo sé porque yo estuve en varias de esas fiestas y hasta tengo fotos con algunos de ellos. Entre más lujosa la rumba, mucho mejor. Los recordatorios de estas reuniones eran joyas o figuritas de plata pura.
El patrón patrocinó a jóvenes cantantes; chicas muy bonitas que empezaron a sonar en la radio. Los duros también solían patrocinar a futuras reinas: vestidos, viajes y preparación, algunas de ellas llegaron a ser candidatas al concurso Nacional de la Belleza de Cartagena, pero esa inversión nunca fue gratis, casi siempre lo agradecían con maratónicas faenas sexuales.
Yo nunca tuve información de cómo se traficaba droga a otros países. Solo me encargué de manejar dinero y luego de cobrar la plata que le debían al patrón.
Cuando salí del restaurante en Medellín, después de cobrarle la plata al Cartel más grande que tuvo Colombia, todos los hombres que me acompañaban me miraban con asombro. Hasta ese momento supe que la persona a quien acababa de insultar era uno de los hombres de confianza de Pablo Escobar.
– ¿Por qué no me dijeron antes?- pregunté asustado.
– Porque usted estaba defendiendo la plata del patrón y a eso fue a lo que vinimos – me respondieron.
Las cosas no duran para siempre. De un momento a otro la fantasía se fue desvaneciendo. Comenzaron a seguir a mi jefe. Le incautaron propiedades en varios departamentos de Colombia. Las empresas fueron cerrando sus puertas.
Salí de trabajar de esa empresa. Con el dinero que había ganado me sostuve por un buen tiempo. Me puse paranoico. Cobrándole la plata a mi jefe me hice muchos enemigos. Temía por mi vida.
Durante casi un año viajando por todo el país. Solo esperaba que no me encontraran. Por los periódicos me enteré que habían extraditado al patrón. A varias de las personas con las que compartí trabajos los mataron.
El miedo me atrapó y el dinero con rapidez empezó a esfumarse. Empecé a llevar un bajo perfil. Me casé y tuve hijos. Mi familia sabe que tuve negocios turbios, pero nunca les he contado detalles. Me avergüenza, pues así no le haya hecho daño a nadie, eso creo, sé que lo que hice pudo terminar muy mal.
Del dinero de esa época no me queda nada. Perdí todo contacto con ese mundo. Aunque no volví a tener tanta plata y vivo como una persona común y corriente, por nada del mundo cambio la tranquilidad que tengo ahora después de haber sido el cobrador personal de uno de los capos más grandes de este país.
