“Paraíso”, “corales”, “mar de siete colores”, son algunos de los epítetos más frecuentes cuando se habla de San Andrés; sus visitantes podrían confirmar que efectivamente esta isla reúne esos atributos y otros tantos más.
La disputa entre Colombia y Nicaragua por la soberanía de la isla y sus aguas circundantes, ha puesto a San Andrés en los últimos años en un lugar preponderante, de relevancia en los medios, pero que esconde un histórico abandono estatal.
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Se ha hablado de San Andrés, pero no de los sanandresanos, aunque Cristina Bendek, en diálogo con KienyKe.com, corrige y señala que este gentilicio es diverso. “No hay una única manera de ser sanandresano”, afirma.
En el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina conviven varias etnias, incluidos los raizales que guardan una fuerte relación cultural con islas aledañas como Jamaica, Barbados y Nicaragua, pero también los inmigrantes que arribaron a la isla desde el siglo XX considerados como sanandresanos. Incluso allí se habla creole, una lengua muy diferente a las de la Colombia continental, de origen caribeño que mezcla el inglés británico con lenguas africanas.
San Andrés y Providencia se encuentran geográficamente más cerca de Nicaragua que de Colombia, la costa del país centroamericano está solo a 110 kilómetros, mientras la costa colombiana más próxima está a 720. Esa misma lejanía la sienten muchos de los raizales.
En la noche del pasado miércoles 20 de abril, los isleños fueron sorprendidos con un despliegue militar. Muchos se asustaron, otros salieron de sus casas a contemplar los helicópteros que sobrevolaban sobre la isla, pero ninguno sabía de qué se trataba. Ese día arribó a la isla el presidente Iván Duque para recibir desde allí el nuevo fallo de La Haya y brindar unas declaraciones en defensa de la soberanía. Luego, se fue con la tranquilidad producto de saber que San Andrés y las aguas marítimas alrededor seguirán siendo colombianas, aunque los habitantes no se sientan como tal.
Cristina Bendek es enfática en afirmar que la relación entre el estado colombiano y la isla es “fallida” y “vertical”, en la que prima la imposición más allá del diálogo. “Es simplemente un ejercicio vacío y superficial de soberanía”, asegura.
“No se tiene mucho en cuenta el papel de la de la gente, el papel de los pueblos y sobre todo cuando son pueblos diversos”, agrega.
Escuche aquí la entrevista con Cristina Bendek:
Un Estado paranoico por las pérdidas territoriales
Según explica Bendek, el estado colombiano con San Andrés ha demostrado toda su paranoia luego de perder Panamá en 1903 y 25 años después cederle la Costa de la Mosquitia a Nicaragua tras la firma del Tratado Esguerra-Bárcenas con el que Colombia aseguró su soberanía sobre San Andrés, incluso aún contando con la disposición de los raizales para defender dicho territorio. Desde ese momento, algunas comunidades quedaron divididas entre el país centroamericano y Colombia.
“Tenemos muchísimos lazos y muchas herencias coloniales, y el Estado, por supuesto, eso no lo entendió en lo absoluto. De hecho desde ahí empezó la desintegración del Archipiélago, en ese momento cuando Colombia entrega la Mosquitia por una voluntad de dirimir posibles conflictos y de asegurarse efectivamente la soberanía incuestionable sobre el archipiélago como tal”.
La incapacidad del estado colombiano de crear vínculos directos con el pueblo raizal ha incidido en su abandono histórico. La Colombia continental ha intentado, a la fuerza, hispanizar a los criollos a costa de eliminar el creole en las escuelas. Asimismo, su historia, que no es la misma que la del estado colombiano centralista, se ha intentado borrar. Ni hablar de sus costumbres y las formas de comercio, antes atravesadas por el uso del dólar.
Pero eso no es lo más grave, lejos del paraíso que se les muestra a los turistas, según Bendek, la población raizal vive en condiciones sociales precarias: no tienen acceso a agua potable, padecen las consecuencias de un paupérrimo sistema de alcantarillado y control de residuos sólidos, la salud y la educación no cuentan con infraestructura acorde, los precios de los alimentos son elevados, entre otros.
Para la escritora, todas esas carencias que afrontan los raizales, no las padece el sector turístico, sobre todo, del norte de la isla. Los pueblos étnicos terminan siendo instrumentalizados solamente para el diseño de una defensa en la soberanía, pero otros ámbitos son sectores de tercera categoría en relación a los sectores comerciales turísticos.
“El colonialismo es tal que en el archipiélago las licitaciones para la administración de los servicios públicos se hace totalmente diferencial para el pueblo étnico raizal, sin la garantía del abastecimiento de agua para ellos, pero sí para los sectores turísticos y comerciales 24 horas, los siete días a la semana”, asegura la autora de Los Cristales de la Sal, una novela ambientada en la isla".
Del turismo se benefician unos pocos
El alto flujo de turistas a la isla no termina siendo beneficioso para los pobladores, incluso las enormes sumas recaudadas por el impuesto de 116.800 pesos que se les cobra a cada visitante, parece no verse por ningún lado, teniendo en cuenta que la isla recibe casi 3 mil viajeros diarios. Una cifra que en términos económicos debería estar favoreciendo la calidad de vida de los isleños, pero que por el contrario está superando la capacidad del territorio. Además, la política de puerto libre en la zona motivó la migración indiscriminada que terminó por desplazar de su propia tierra a los isleños.
Otra preocupación tiene que ver con los precios elevados de la canasta familiar a causa de los altos costos de distribución de los alimentos desde el continente hasta la isla, problema que para Cristina Bendek es crucial establecer mecanismos de cooperación con países vecinos.
“El Estado no se ha preocupado por cuestiones políticas de establecer mecanismos de cooperación entre el archipiélago y esas costas, no solamente de Panamá y Nicaragua, sino por ejemplo también Costa Rica y otros estados que podrían realmente hacer que la calidad de vida en las islas sea mucho mejor”.
Al parecer los raizales son vistos como colombianos cuando se habla de la disputa territorial con Nicaragua, pero dejan de serlo en otros ámbitos. Tal vez ver la colombianidad vacía, sin estimar la gran diversidad del territorio, es el error más grande del Estado para comprender las necesidades más preocupantes de la isla, algo que desde Bogotá es difícil de vislumbrar.
“Yo creo que el estado nunca va a entender el archipiélago; no creo que sea su vocación como Estado, y yo después de 200 años creo que es una guerra perdida”, puntualiza Cristina Bendek, ante el descontento constante de los raizales.