Eran las 9:30 de la noche. Iván Eduardo Triana acababa de salir de clases de la universidad La Salle, en el centro de la ciudad, donde estudió bibliotecología. Caminaba hacia la carrera 10 y en medio de la oscuridad y soledad del sector se percató de que un habitante de calle lo seguía. Se asustó. Apresuró el paso. El extraño lo llamó por su nombre: “Iván”. El habitante de calle era Jairo Rodríguez, su mejor amigo de infancia, un niño de barrio con el que compartía sus tardes en medio de sueños y juegos.
Los amigos entablaron una corta conversación y al cabo de los minutos, Jairo, así como apareció, de la nada, también desapareció; se despidió de Iván, dio media vuelta y se perdió entre las calles oscuras del Centro de Bogotá. Triana no volvió a saber de su amigo.
Días antes de esta escena, en medio de una de sus clases, un profesor lanzó una pregunta al aire: “¿Ustedes cómo miden el éxito?”, la mayoría de estudiantes respondió que este se medía con tener dinero, casa, carro, un excelente empleo; Iván no respondió, sin saber por qué, “estaba inconforme con las respuestas de sus compañeros”.
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Estos dos hechos, la pregunta del profesor y ver a Jairo Rodríguez consumido por la indigencia y las drogas, fueron el clic que originó en Iván los cuestionamientos que lo llevaron a ser el fundador de la Biblioteca de la Creatividad, una iniciativa social que busca erradicar la pobreza mental de los niños de la localidad de Ciudad Bolívar.
[caption id="attachment_1017663" align="alignnone" width="1024"] Foto : Andrés Lozano[/caption]
Iván entendió que el éxito no se podía medir por las cosas materiales que se logran en la vida sino por la capacidad de impactar positivamente en el entorno, y luego se preguntó: “¿Qué le voy a dejar al mundo? ¿Qué voy a hacer por mi comunidad?”.
Los primeros pasos
Nueve años atrás, cuando Iván prestaba servicio militar había dictado clases en una escuela de Ciudad Bolívar. En la zona rural de Quiba. Sus cuestionamientos lo llevaron a volver al mismo sector y conocer en qué andaban los niños, ya hechos unos jóvenes, a quienes les había dado clases. Muchos eran consumidores de marihuana y bazuco, otros estaban en una vagancia sin retorno, sin sueños y sin esperanzas, y varias de las niñas, que no tenían más de 16 o 17 años, ya habían abortado un par de veces o tenían uno o dos hijos en medio de la pobreza. “Fue triste verlo”, dice Iván, quien ante la realidad se planteó hacer algo.
Al ser estudiante de bibiliotecología quiso utilizar su profesión para actuar. Habló con los directivos del colegio y pidió un espacio para crear una biblioteca. No era una tarea fácil. El tema libros es relacionado por los niños con estudio y aburrimiento. Su iniciativa era diferente.
El objetivo era crear un espacio en el que pudieran desarrollar su creatividad emprendedora y liderazgo con proyectos sociales, culturales, deportivos y otros que ellos mismos diseñaran. En pocas palabras, la biblioteca apoyaría y le daría guía a esas ideas que buscan un beneficio colectivo, que involucran, principalmente, a niños y jóvenes para alejarlos de las problemáticas sociales.
A la par que el proyecto cogía peso, Iván se graduó y consiguió un puesto bien pago en una constructora, donde trabajaba de lunes a viernes; el sábado y el domingo se lo dedicaba a su biblioteca.
[caption id="attachment_1017664" align="alignnone" width="1024"] Foto : Andrés Lozano[/caption]
Con algunos apoyos de privados Iván se fue del colegio y arrendó una pequeña casa, donde empezó de cero. Para llegar a la biblioteca desde el centro de Bogotá el trayecto, en promedio, toma una hora. Hay que subir una de las montañas de Ciudad Bolívar y atravesar los barrios de Lucero Bajo, Lucero Alto, Vista Hermosa, Brisas del Volador, Paraíso y empezar a tomar la carretera que lo lleva a la zona rural de la localidad, donde los habitantes, por el intenso frío que hace, visten de ruana, como en varios pueblos de Boyacá.
Mateo Rodríguez, Cristian Corchuelo y su hermano Brayan, de 16, 17 y 18 años, enseñan el lugar. Los tres llevan más nueve años en el proyecto. Fueron los primeros niños en hacer parte de él. Dicen que llegaron y se han mantenido porque sus ideas y sus proyectos de vida han sido apoyados por Iván, a quien consideran como su mejor amigo, su profesor y su segundo padre.
https://www.youtube.com/watch?v=qJFTi0GrrxM
Mateo propuso crear espacios para que los niños de la vereda tengan la oportunidad de practicar deportes y junto a Iván lo ha hecho realidad. Su proyecto se llama Love Sport, donde tienen más de 20 bicicletas, muchos balones y arcos. Crean campeonatos en donde invitan a los niños a jugar, alejándolos así de la calle, la vagancia y sobre todo, de las problemáticas sociales como las drogadicción.
Cristian es líder de Sentido Guabal, una iniciativa productiva con la que hacen mermeladas y crepes de frutas. También son los encargados del desayuno y el almuerzo de las personas que les compran, a través de Internet, experiencias, como una visita guiada a la vereda, a la biblioteca y en la que les explican qué es lo que hacen desde la cima de la montaña.
[caption id="attachment_1017655" align="alignnone" width="1024"] Foto : Andrés Lozano[/caption]
Actualmente hay unos 20 niños vinculados a la Biblioteca de la creatividad mediante los proyectos que maneja, los cuales benefician indirectamente a más de 2000 personas de la vereda, incluyendo niños y adultos.
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Después de tener el aval del ‘profe’ Iván buscan una empresa que pueda patrocinarlos. Triana no pide donaciones para calmar hambre y sacar poblaciones de la pobreza. Él no quiere que les regalen nada, lo que pretende es que las empresas les abran puertas, los escuchen y respalden los emprendimientos de los jóvenes. “No somos una organización social que vende pobreza y lástima, a la empresa privada les llegamos con proyectos y acciones claras para la comunidad”, dice Iván, y recalca “ser socialmente responsable no es donar solo por el hecho de regalar cosas y calmar las necesidades; ser socialmente responsable es generar oportunidades”.
Todo por el todo
Hace tres años, cansado de madrugar a un trabajo que no lo llenaba y después de analizarlo y analizarlo y analizarlo, redactó la carta de renuncia y se metió de lleno a su Biblioteca de la Creatividad, un proyecto que no le daba sueldo, seguridad social, garantías económicas, pero que le llenaba su corazón. Y en aquel momento de su vida eso era suficiente, igual el saldo en el banco lo respaldaba.
Su preocupación llegó cuando las cesantías y los ahorros estaban llegando a su fin. Al ver que solo le quedaban unos 300 mil pesos para vivir y sobrevivir pensó en volver a un trabajo estable pero la perseverancia pudo más que el miedo y siguió adelante. Encontró manos amigas y enfrentó días oscuros. No tardaron en aparecer los apoyos que necesitaba para seguir adelante. Encontró empresas privadas que creyeron realmente en el proyecto y lo han acompañado. El saldo en su cuenta bancaria, aunque no es de muchos dígitos, ya no está en ceros.
Gracias a la biblioteca y al trabajo individual de los niños, cinco de ellos, que han estado vinculados al proyecto desde siempre, pudieron conocer España. El objetivo era recorrer el camino de Santiago de Compostela en bicicleta, unos 800 kilómetros, y lo lograron. Para poder viajar, cada uno de los aventureros tuvo que conseguir lo de su pasaporte y dinero para otros gastos, trabajaron, según lo narran, hasta cargando bultos de arena. La plata había que conseguirla y la consiguieron.
[caption id="attachment_1017653" align="alignnone" width="1024"] Foto : Andrés Lozano[/caption]
Hoy Iván y sus niños emprendedores tienen otra meta trazada, bastante ambiciosa, pero que ya se está haciendo realidad: construir La Biblioteca de la Creatividad en un terreno propio. Ya lo compraron. Es un campo de 800 metros cuadrados que queda ahí mismo en la vereda de Quiba. Un par de empresas privadas les creyó y pusieron dinero para ayudarles, lo que hizo falta para comprar el lote lo han conseguido con la venta de mermeladas, experiencias, pequeñas donaciones y la venta de ladrillitos de plástico que representan la construcción de las paredes; para incentivar la venta de estos ladrillitos, entregaron entre los compradores, a manera de rifa, tres grandes regalos: una camiseta autografiada de Nairo Quintana, otra camiseta firmada por Neymar y una guitarra de Andrés Cepeda. Gracias a estos tres productos se logró recoger una buena suma de dinero.
Son nueve años dedicado a esta iniciativa e Iván dice que aunque han habido varias puertas cerradas, muchos no como respuesta, fracasos y frustraciones, no se arrepiente ni un solo día de su vida de la decisión que tomó, así su abuelo le haya dicho que estaba loco al contarle que iba a renunciar a un trabajo estable para dedicarse a una biblioteca con la quería evitar que los jóvenes de Ciudad Bolívar cayeran en las drogas como su amigo de infancia Jairo Rodríguez.
La biblioteca que hace realidad los sueños en Ciudad Bolívar
Vie, 18/01/2019 - 14:04
Eran las 9:30 de la noche. Iván Eduardo Triana acababa de salir de clases de la universidad La Salle, en el centro de la ciudad, donde estudió bibliotecología. Caminaba hacia la carrera 10 y en med