Fernando Araújo ha tenido, en el mundo del periodismo y la escritura, varios nombres: "el caminante", "franja lunática"... yo le pondría otro: el interlocutor. Es, de hecho, ese sustantivo un adjetivo que describe con amplitud al cartagenero autor de 'Aunque me muera a la izquierda', novela en la que vive a través de una mujer joven de los años 80 la experiencia de servir en un grupo subversivo, siempre con la reflexión por delante, el poema, la frase.
Esperé varios años para volver a hablar con él y, ahora que lo pienso, me di cuenta de algo: lo vi más joven; también, quizá, más alegre. Pero en una alegría que da la placidez del escribir y, por qué no, la posibilidad de estar tranquilo, así sea por unos días. Esta vez, por fortuna, pude ver su biblioteca: clásicos y obras completas, sí, y algunos billetes y monedas sueltas, por si acaso. Pero en el comedor tenía un auténtico plato fuerte que ahora tengo en mi lista de pendientes: 'Ideas: historia intelectual de la humanidad', de Peter Watson.
Con entusiasmo me dio a entender que son ese tipo de obras las que valen la pena en todo el sentido de la expresión, las que sustentan conversaciones, las que ilustran. Las que refrescan, diría yo, con todo y las casi 1.500 páginas de extensión. ¿Pero no es acaso un libro largo la esperanza de que tendremos tiempo para leerlo, tiempo de vida?
Contrario a lo que muchos creerían, Araújo está cada vez más lejos del fanatismo. Su convicción en favor de valores revolucionarios no se ha convertido en un impedimento para el libre flujo de ideas (y de palabras). Reivindica la autocrítica y la permanente búsqueda intelectual como condiciones sine qua non para escribir.
Elogia la figura del "contradictor de oficio" y recuerda a Hegel con las tesis, antítesis y síntesis. ¿Por qué? Porque para que un hombre pueda ser hombre se tiene que cuestionar, abrir diálogos, así, casi siempre, las palabras se las lleve el viento.
"En estado de escribir", tituló 'el caminante' una de sus columnas y allí dio otra clave de lo que es escribir: estar despiertos. Hay que estar despiertos para notar las cosas y escribirlas, para interpretarlas, para redescubrirlas. Y en ese proceso hacer lo propio con uno mismo: escribirse, interpretarse, redescubrirse.
En esta entrevista, capítulo 18 de 'El Metalero de Kienyke', la audiencia descubrirá los argumentos más directos para escribir porque, ya lo verán, cualquiera puede escribir. Pues papel y lápiz se necesitan para plasmar lo que sale de adentro. Escribir es un propósito en sí mismo, más que la culminación de cualquier obra y solo depende de cada uno comenzar a hacerlo, pues si de calidad se trata ya la inteligencia artificial está produciendo textos en masa, muy buenos, pero siempre con la imposibilidad de llegar a la autenticidad de las vísceras.
"Me emociona descubrir algo, así sea en contra de mí", dijo Araújo, marcando otra frase para tatuar tanto como se pueda en la memoria y para siempre en este papel.