Como en un juego de niños, a los veinte años Norberto se convirtió en un dictador de la estética en Colombia. A los seis, sus primeras modelos de peluquería fueron las muñecas de su hermana Rosita, quien se molestaba por los cortes y peinados que Norberto les hacía sin su autorización. Luego las clientas eran de carne y hueso. Sus amigas del barrio, sin protestar, dejaban que las tijeras y su instinto definieran su nuevo look. Hoy sueña con volverlas a ver.
Norberto se resume en ego, vanidad y triunfo. Su pasión por las tijeras lo ha convertido en el todopoderoso de la estética en Colombia. Está vigente desde hace más de cuatro décadas, es la autoridad que sale en los medios para hablar de las últimas tendencias y el genio que, sin formación académica como estilista, recibe a diario entre quinientas y mil clientes al día en su peluquería, atendidas por más de doscientos estilistas. Cuando se le pregunta por el número de personas que van a buscarlo a diario baja la voz y comenta que eso no lo dice por seguridad. Asegura que su fama nunca se le va acabar, porque los peluqueros de su mismo nivel se han ido o se han muerto. Hoy tiene más de cien tijeras y asegura que por su experiencia puede cortar el pelo con los ojos cerrados.
En los años setenta llegó de Medellín a Bogotá en busca del éxito como peluquero. Tenía 19 años. Se dio a conocer porque en ocasiones maquillaba en el almacén Sears, con la marca de cosméticos Helena Rubinstein. Esa fue la primera vez que apareció en un anuncio del periódico El Tiempo. Allí conoció a Pilar Castaño, Gloria Valencia, Pacheco y Virginia Vallejo, sus primeros clientes famosos. Aprendió a maquillar al observar a profesionales y las fotografías de las revistas, aunque ya tenía la costumbre de pintarle la boca de rojo a su mamá.
En la peluquería de Norberto trabajan más de 200 estilistas.
Abrió su primera peluquería en la calle 49 con avenida Caracas con la ayuda de su hermana. La inversión fue de cinco mil pesos, dinero que ella le prestó y que él nunca le pagó. El lugar, con decoración inspirada en el mundo del cine, comenzó con seis peluqueros y terminó con veinte. Tenía una alfombra roja en la entrada, un par de candelabros y los colores que predominaban eran el blanco y el verde. El corte costaba 50 pesos. El mismo servicio en la actualidad cuesta más de 50.000 pesos en su peluquería. Pero Norberto no atiende a todo el mundo, prefiere distribuir los clientes a sus estilistas.
Quince años después se trasladó a la calle 100 con carrera 15, la inauguración tuvo como invitados a la farándula colombiana. Todos debían ir vestidos de negro. Fue el comienzo de su popularidad y excentricidad.
En 1994 Norberto abrió un palacete de estilo francés y español, con 1500 metros cuadrados de extensión. Fue remodelado por el arquitecto Carlos Mojica, decorado por Norberto y diseñado por Antonio, su pareja desde hace 34 años. En la apertura invitó a casi cuatro mil personas y la fiesta estuvo animada por Claudia de Colombia, Moisés Angulo y la orquesta de Lucho Bermúdez. El lugar que se construyó en dos años está diseñado para aprovechar la luz natural y las aguas lluvias. En 2003 el periódico El Tiempo publicó que invertiría 70 millones de pesos en publicidad, la remodelación de las salas, parqueaderos y modernización de los equipos.
El último piso es su casa, decorada con imágenes religiosas qué el mismo compra en los viajes al exterior. El resto del lugar es una especie de parque temático de la peluquería, con ambientes exclusivos para mujeres, niños y hombres, a quienes con el servicio de peluquería se les ofrece una cerveza.
Norberto admite que se hizo grande en compañía de un ingeniero industrial, nueve años menor que él. Antonio es su mejor amigo, socio y esposo. Se conocieron en Cali por casualidad, en casa de una amiga en común. Después de su primer encuentro salieron a un bar y desde ese día, a pesar de la distancia, comenzaron a verse y llamarse con frecuencia.
Entre sus clientes están personalidades de la farándula como Sara Corrales y hasta Virginia Vallejo visitó su peluquería.
En 1977 se fueron a vivir juntos y comenzaron a construir su imperio. Años después se casaron para hacerse un poco de publicidad y dejar los bienes a nombre de los dos. Juntos han recorrido el mundo. El país favorito de Norberto es Italia, porque le gustan mucho las imágenes religiosas, en especial, de la virgen María. Tal vez por eso a todas las empleadas de su peluquería, sin importar el nombre, les dice “María”. Aunque la pareja duerme en camas separadas es como una familia. Tienen cuatro perros french poodle que son tratados como sus hijos y que llama “ñiños”. Todos los días se les cambia de ropa y hasta les da besos en la trompa para consentirlos. La hermana de Norberto le regaló el primero hace treinta años.
Norberto es caprichoso, tiene su propio criterio de la estética y no le gusta que lo obliguen a atender gente “poco agraciada” según sus cánones. En ocasiones lo hace por diplomacia. Tal vez por eso siempre busca verse joven. En 1993 se publicó la noticia en El Tiempo de que había decidido cambiarse el look. Según la publicación se internó en una clínica para operarse el mentón, la nariz y los ojos. Además, se conoce que se operó los labios y que se inyecta bótox cada cuatro meses en promedio.
Es amante de la estética de los años cincuenta porque refleja naturalidad. Le gustan las cejas pobladas y el pelo ondulado. Pero odia los crespos. No trasnocha, toma vitaminas y su comida preferida son las ensaladas. Aunque no le hacen falta los postres. Va al gimnasio a ejercitarse. Siempre busca “vestirse bonito”. Tiene más de cincuenta corbatines, que para él siempre estarán de moda. Sus colores preferidos son el blanco y el negro, aunque a veces lo reemplaza por azul hortensia, o como él lo define, “azul de ñiño”.
“Norbertico”, o “Mono”, como le dicen de cariño, se ha hecho grande por su talento con las manos. Su reconocimiento lo ha posicionando como el peluquero colombiano con el emporio más sólido del país.