En marzo, cuando Odyscea Kian, una madre de Gainesville, Florida, comenzó a prevenirle a su hijo de 8 años, Roman, sobre un nuevo virus contagioso y potencialmente letal, él pareció tomarlo bien, al inicio.
Le dijo que la familia no viajaría a la casa de su abuelo en Miami para celebrar el año nuevo iraní, como solían hacerlo, porque podría contagiarse sin saberlo. No podría ir a la escuela ni ver a sus amigos, por quién sabe cuánto tiempo. Pero aún podía pasear por el vecindario en su bicicleta o nadar en la alberca de su patio.
Durante el primer y segundo mes, Roman no parecía tener problemas con vivir en una burbuja, pues se la pasaba horas sentado en la mesa del comedor escribiendo guiones para una película de animación foto a foto protagonizada por sus juguetes de “La guerra de las galaxias”.
Pero, a medida que pasaban los meses, parecía estar demasiado cómodo con la vida dentro de la burbuja.
“Ahora no quiere salir de las cuatro paredes de la casa”, dijo Kian, de 37 años. “Ni siquiera quiere salir al jardín. Si quiero que se meta a la alberca le tengo que rogar”.
“Mi hijo, que ya era un niño bastante introvertido antes del COVID-19, se ha vuelto un ermitaño”, agregó.
Después de más de medio año de estar prácticamente bajo arresto domiciliario, lo único que quieren algunos adultos es escapar al mundo y salir de sus cuatro paredes. Sin embargo, para algunos niños más pequeños, el asunto es un poco más complicado.
Ante un mundo de advertencias aciagas, mascarillas y parques acordonados con cinta amarilla, algunos anhelan la seguridad y familiaridad del hogar, al parecer con tanta desesperación que los padres han tenido que recurrir a ruegos, amenazas o sobornos para sacarlos de casa, y no siempre con éxito.
Además, los padres que esperan que el nuevo año escolar traiga consigo un regreso a la normalidad probablemente se verán decepcionados, pues muchas escuelas en Estados Unidos han adoptado medidas de distanciamiento social que son estrictas y quizá desconcertantes, además del uso de cubrebocas, para cuando los centros educativos vuelvan a abrir.
Por ejemplo, este mes el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, anunció que cerraría todas las escuelas, públicas y privadas, en nueve zonas postales de la ciudad que estaban presentando tasas altas de pruebas diagnósticas positivas.
El resultado ha sido una preocupación adicional en un mundo lleno de preocupaciones para los padres. Como si las eternas peleas por la adicción a las pantallas y el aprendizaje remoto no fueran suficientes, ahora algunos se preguntan si tendrán que criar a la Generación Agorafobia.
“Este fenómeno está muy generalizado”, dijo Nina Kaiser, psicóloga infantil en San Francisco cuyo equipo de nueve terapeutas se especializa en asuntos relacionados con la ansiedad.
“Hemos estado escuchando estas preocupaciones de familias en nuestro propio consultorio, y hemos hecho muchísimos seminarios web y consultas pediátricas, y en todos hay preguntas sobre niños que no quieren salir de casa y de qué manera sonsacarlos”, agregó.
¿Y cómo culparlos? “Desde hace meses, nuestro comportamiento ha enviado este mensaje de que el lugar más seguro es la casa”, señaló Kaiser, quien añadió que está lidiando con los mismos problemas con su hijo de 4 años. “Así que no es de sorprender que veamos una oposición por parte de los niños a salir de la zona segura”.
Incluso los adultos tienen dificultades para calibrar la seguridad relativa de cualquier salida, ¿cómo podemos esperar que lo haga un niño de 7 años?
“Para los niños más pequeños, es difícil hacer un análisis de riesgos”, dijo Golda S. Ginsburg, profesora de Psiquiatría en la Universidad de Connecticut. “Simplemente no tienen suficiente madurez cognitiva. Además, los niños con problemas de ansiedad sobrestiman el riesgo y subestiman sus habilidades para enfrentar los problemas”.
¿Esto es realmente agorafobia?
En muchos casos, esta renuencia a salir de casa que presentan los niños en realidad no cumple con la definición clínica de agorafobia, sostuvo Mary Alvord, psicóloga en Chevy Chase, Maryland, que trabaja con niños que lidian con problemas relacionados con la ansiedad.
Según la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, la agorafobia es un trastorno de ansiedad que consiste en el temor de estar en lugares de donde podría ser difícil huir, como una estación de metro llena o un tren subterráneo, lo cual en ocasiones lleva a una sensación de impotencia e incluso ataques de pánico.
“En realidad la agorafobia es el miedo a salir de casa solo, o de estar en lugares concurridos, pero debe haber un miedo intenso”, explicó Alvord, y añadió que es más común en adolescentes que en niños más jóvenes.
Si bien las fobias se pueden desarrollar si un niño cae en un patrón de evitar salir de casa y resistirse a hacerlo, las fobias específicas suelen surgir a raíz de un solo episodio negativo, por ejemplo, si una abeja te pica podría hacer que tengas miedo a salir.
Pero, sostuvo Alvord, “hay algunos niños que simplemente quieren quedarse en casa porque es muy cómodo. Para ellos, más que miedo es el camino fácil: ‘No, prefiero quedarme en casa, chatear con mis amigos y jugar videojuegos con ellos en línea’”.
Las comodidades del hogar
Después de cuatro meses de prácticamente estar confinada a un apartamento de dos recámaras en Brooklyn, Nueva York, Shruti Kapoor, quien dirige una organización sin fines de lucro para mujeres en India, notó que su hija de 4 años, Diya, había perdido todo deseo de salir de casa y al parecer prefería pasar el rato con sus papás.
“Cuando le preguntaba al respecto, decía que no tenía miedo, que solo estaba cómoda en casa”, dijo Kapoor de 42 años. “Pero hubo un punto muy claro en el que se rascaba el cuerpo o la cara, como si estuviera nerviosa o ansiosa. Yo creo que tenía que ver con estar encerrada y una falta de contacto con el mundo exterior”.
Esa también fue la experiencia de Adam Craniotes, de 48 años, editor de revistas en Nueva York.
Luego de una breve estadía en Connecticut durante la primavera, donde sus hijos Paul, de 13 años y Lola de 11, estuvieron felices saliendo a pasear al bosque o pescando cangrejos en la playa, regresaron en junio a la ciudad de Nueva York, donde sus hijos se enfrentaron a protocolos nuevos y alarmantes, por ejemplo, solo su madre, Liz Chen, podía tocar el botón del elevador, con guantes desechables de hule; no podían abrazar a su abuela al visitarla en su casa en la parte alta de Manhattan; y todos tenían que usar mascarillas, incluso en interiores.
“Era un dolor de cabeza hacer que Paul y Lola salieran del departamento para cualquier cosa”, dijo Craniotes de 48 años. “Estaban demasiado dispuestos a pasarse todo el día viendo Netflix y Disney+ y en FaceTime con sus amigos o, en el caso de Paul, jugando videojuegos en línea”.
¿Qué pueden hacer los padres para ayudar?
El soborno pareciera ser la única opción de algunos padres que han tenido dificultades para sacar a sus hijos de casa.
Para Maggie Van Ness, coordinadora sénior de proyectos en una compañía de zapatos para correr en Seattle, cualquier intento por hacer que sus hijas, de 10 y 6 años, salgan a respirar aire fresco (si es que lo hay, considerando los incendios forestales cercanos), se vuelve un ejercicio de negociación colectiva.
“Para ellas, la actitud es ‘¿cuál es el incentivo?, ¿cuál es la recompensa?’”, dijo Van Ness, de 46 años. “Para mi hija menor, ‘bocadillo’ es la palabra mágica: ¿Podemos ir a Starbucks por un pastelito? Pero ya agotamos todos los trucos. Ahora es más como: ‘Si tuviéramos un cachorro sí tendríamos ganas de salir a caminar’”.
El empujoncito, regaño o chantaje quizá valga la pena si los padres quieren acabar con el hábito que se están formando sus hijos de estar encerrados.
Después de todo, en teoría se podría desarrollar un trastorno de ansiedad si los niños caen de más en un patrón de evitar los exteriores”, afirmó Ginsburg. “Es importante identificar la causa de la ansiedad. Para algunos niños, el temor es la separación, algo podría pasarme a mí o a mis padres si salgo de casa”.
Sin importar cuál sea el miedo específico, “el tratamiento básico para los trastornos de ansiedad en realidad es hacer lo opuesto a lo que se está evitando”.
Poco a poco, pero de manera enfática, los padres deberían esforzarse lo más posible para que sus hijos salgan de casa, viajen “una y otra y otra vez, más y más lejos”, dijo Ginsburg. “Vamos a caminar a la esquina, ahora vamos a darle la vuelta a la manzana’. Y ya que enfrenten sus miedos, los padres deberían hablarlo: ‘¿Te divertiste? ¿Qué fue lo más positivo de salir?’ y sacarle provecho a la experiencia exitosa”.
Por: Alex Williams