Las guardianas del manglar en Tumaco, una voz de resistencia
En el corazón del Pacífico colombiano, en un rincón donde la naturaleza se muestra en todo su esplendor, encontramos a una mujer cuya vida está íntimamente ligada al manglar. Silvia, miembro de la Asociación Raíces del Manglar, se considera a sí misma una guardiana de estos ecosistemas vitales para la biodiversidad y la vida de las comunidades locales.
"Para mí, el manglar es vida", comienza Silvia, con una pasión que se siente en cada palabra. Describe el manglar como un ente soñador y emprendedor que inspira confianza y hermandad. Para esta mujer, cada visita al manglar es un ritual sagrado, un acto de respeto hacia un ser vivo que siente, llora y canta.
Antes de adentrarse en el manglar, Silvia y su comunidad realizan un sahumerio, un ritual de purificación que implica pedir permiso al manglar. "No podemos entrar así nomás," explica.
"El manglar necesita respeto, como todos. Hay que respetarlo, hay que pedirle permiso." Este acto es comparado por Silvia con el respeto que se debe tener hacia una persona, destacando la importancia de la armonía y el consentimiento.
Señales del manglar: Comunicación y protección
La conexión de Silvia con el manglar es tan profunda que ella y sus compañeros pueden interpretar las señales que el ecosistema les envía. Nos cuenta que si una planta se agacha o si una rama se mueve de una manera particular, el manglar está indicando que no es seguro entrar.
"Cuando el manglar dice no, es no y hay que respetarlo," enfatiza. Esta relación simbiótica demuestra un nivel de comunicación que va más allá de lo visible, una danza entre humanos y naturaleza que se basa en el entendimiento y el respeto mutuo.
Silvia describe el manglar como un lugar donde "topamos de todo". Desde la alegría y la comida crujiente que sustenta a sus familias hasta la diversidad de aves y otros animales, el manglar es un ecosistema rico y generoso. Ella y su comunidad recolectan conchas, un recurso vital que no solo provee alimento sino también ingresos económicos. "Antes lo hacíamos todos los días," dice Silvia, "pero queremos que nuestro manglar viva y que tenga vida para nuestros nietos."
La recolección de conchas se ha transformado con el tiempo. Lo que antes era un simple acto de subsistencia se ha convertido en una actividad económica que permite a las familias comprar otros alimentos y necesidades. Sin embargo, Silvia insiste en que el manglar debe ser respetado y cuidado para que pueda seguir brindando sus frutos a las futuras generaciones.
Video: Descubra la historia de Silvia, la guardiana del manglar:
Reforestación y conservación: Un compromiso a largo plazo
Uno de los aspectos más notables de la labor de Silvia y su comunidad es su compromiso con la reforestación del manglar. Nos cuenta cómo recolectan los vástagos del mangle rojo y los siembran en áreas deforestadas, creando senderos que permiten la entrada y salida segura para las actividades turísticas y de recolección. Este proceso no solo ayuda a restaurar el ecosistema, sino que también garantiza que el manglar siga siendo un recurso viable y sostenible.
"El mangle blanco, que es el que bota la flor, también lo replantamos en áreas deforestadas," añade Silvia. Este esfuerzo de reforestación es crucial para mantener la salud del manglar y asegurar que continúe siendo un refugio para la vida silvestre y una fuente de sustento para las comunidades humanas.
Silvia ha estado vinculada al manglar desde su niñez. Recuerda con nostalgia cómo, a los siete años, recolectaba conchas para intercambiarlas por plátanos, arroz y otros productos con sus vecinos. "Vivíamos felices," dice, rememorando una época en la que la economía local se basaba en el trueque y la cooperación comunitaria.
Hoy en día, la recolección de conchas sigue siendo una actividad central, aunque ahora también se vende para obtener ingresos monetarios. Silvia describe la emoción de encontrar una concha, comparándola con descubrir un tesoro. "Cuando se topa una concha, uno pega un grito de alegría," comparte, revelando la profunda conexión emocional que ella y su comunidad tienen con esta actividad.
Uno de los tesoros más valorados del manglar es la piangua, un tipo de concha que ha ganado fama por su calidad y sabor. Silvia nos explica que la piangua es una fuente significativa de ingresos para la comunidad, vendiéndose no solo en Tumaco sino también en ciudades como Pasto, Bogotá y Cali, e incluso en Ecuador.
"Todo el mundo quiere conocer este manglar y la piangua," dice con orgullo.
Un llamado a la conservación y el turismo responsable
Para finalizar, Silvia hace una invitación a todos los colombianos y al público internacional a visitar Tumaco, conocer el manglar y disfrutar de su rica gastronomía y biodiversidad.
"Los invitamos a conocer este paraíso y esta tierra," dice con una sonrisa, esperanzada en que la llegada de visitantes interesados en el turismo responsable pueda ayudar a proteger y conservar este valioso ecosistema.
Silvia y su comunidad son un ejemplo inspirador de cómo el respeto por la naturaleza y la adopción de prácticas sostenibles pueden generar bienestar y prosperidad para las generaciones presentes y futuras. En un mundo donde la conservación ambiental es cada vez más urgente, la voz de Silvia resuena como un llamado a la acción y a la esperanza.
Por: Andrés Romero Cuesta.