Un "Zar de la realidad" y "una comisión de la verdad" son las dos nuevas propuestas de los progresistas norteamericanos para reeducar a los compatriotas que no comparten sus ideas.
No han sido suficientes cuatro años de bombardeo propagandístico a través de los medios de comunicación "liberales", a través de universidades y estamentos culturales para combatir al demonio Trump. La derrota en las urnas no bastaba; la destrucción política de Donald Trump, perseguida por los demócratas y una minoría de legisladores republicanos, era el paso siguiente para eliminar algo más trascendente: la disidencia, la diversidad de opiniones y el derecho a mantener valores radicalmente diferentes a la doctrina "progresista".
Reportajes, declaraciones, supuestos hechos no comprobados –noticias falsas- alimentaron durante semanas la idea de que los disturbios del 6 de enero en el Capitolio de Washington DC respondían a un "golpe de Estado", una "insurrección" que para algunas voces fueron hechos comparables nada menos que al 11-S de 2001. Siguiendo este argumento, exmiembros de la CIA e historiadores oficiales –entre otros– defendían que los culpables del 6-E deberían ser tratados como miembros de Al Qaida.
Asaltantes del capitolio, como terroristas de Al Qaeda
Pero para adaptar el supuesto delito a la realidad norteamericana, el terrorismo islamista quizá no sea el mejor señuelo. Por eso, el último capitulo del agit-prop demócrata presenta a los asaltantes del Capitolio, hombres, mujeres, abuelos y abuelas, como un "ataque racista" obra de "supremacistas blancos".
Dentro de ese ambiente de paranoia incriminatoria contra su propio pueblo ("terrorismo doméstico") y en el convencimiento de la necesidad de "reeducar" a los disidentes, un periodista del diario portavoz del delirio antitrumpista y biblia de la progresía yanqui, el New York Times, sugiere a su nuevo líder indiscutible, Joe Biden, crear la figura del "zar de la realidad".
La figura del zar (derivación eslava del latín César) se utiliza en la prensa para indicar a un responsable con amplios poderes y autonomía para luchar contra un enemigo: el "zar antidroga", por ejemplo. Aplicado a "la realidad", sus defensores pretenden combatir, hay que imaginarse, no solo las noticias falsas, sino las ideas y teorías que no concuerdan con la realidad de los progresistas, con la realidad de los demócratas que, victoriosos en las urnas por cuatro años, pretenden uniformar las mentes de los refuzniks norteamericanos para la eternidad. Una vez curados de su desviación ideológica, los votantes de Trump apoyarán en masa al Partido Demócrata.
Injusticia racial y no social. Lucha de sexos, no de clases
A la idea del zar, que diferenciará lo que es real de lo que no lo es, –lo imaginario, supuestamente– se unen otras iniciativas, como la creación de "una comisión de la verdad". La congresista por California, Sara Jacobs, defiende el proyecto con el objetivo de "crear una narrativa común que avance sobre lo que queremos que sea nuestro país". Y, por supuesto, incluye el leit motiv de la progresía norteamericana: "La comisión debe rendir cuentas sobre la injusticia racial y la supremacía blanca en nuestro país". Sara Jakobs es blanca.
La nueva izquierda norteamericana no ha olvidado la injusticia, pero ahora la adjetiva de racial y olvida lo social. Es el resultado del abandono del votante obrero, de los trabajadores golpeados por la crisis del 2008, por la desindustrialización provocada por la globalización, y que no merecen ni ser recordados por unos representantes políticos demócratas que han sustituido las ideas de la izquierda tradicional por la guerra de identidades, la lucha de clases por la lucha de razas y la imposición ideológica de las minorías sexuales, todo en un paquete que ha de ser vendido bajo la etiqueta de lo políticamente correcto.
La izquierda universalista, también la no blanca, deberá someterse a los tribunales de la verdad si quieren ser rehabilitados. La cultura de la cancelación, o de la lapidación, o de la eliminación, ya es una verdadera realidad, como el "wokismo" (de woke, estar sensibilizado y siempre en alerta sobre "microagresiones" sexuales, raciales etc…).
Purgas y delirio en el New York Times
En este ambiente, las purgas ideológicas se multiplican entre las filas de los propios progresistas. Una de las últimas víctimas es una de las estrellas periodísticas del New York Times, el especialista en Ciencia, Donald McNeill. El reportero fue denunciado por utilizar la "N-word", es decir, referirse a una persona como "negro", en un viaje de estudios por Perú en 2019 con jóvenes universitarios. McNeill, que en un primer momento fue "perdonado" por su editor jefe, tuvo que abandonar el diario tras la carta firmada por 150 miembros del periódico que exigían su cabeza.
El New York Times es el mayor ejemplo de la furia inquisitorial del nuevo mundo progresista woke y defensor de la "cancel culture". Baris Weiss, contratada en 2017 para "ampliar el espectro ideológico" de la sección de opinión del rotativo, dimitió tras sufrir el constante acoso de sus colegas, descontentos con leer en las columnas del periódico opiniones diferentes a la ideología progresista oficial.
Weiss había sustituido en el mismo cargo a James Bennet, que pagó con su despido haber permitido publicar al senador republicano Tom Cotton un artículo en el que proponía recurrir al ejército para frenar los destrozos, saqueos e incendios que se produjeron tras la muerte de George Floyd a manos de varios policías.
Macartismo progre en la universidad
El "macartismo progresista" gangrena también desde hace tiempo los campus universitarios, el mundo de la cultura y el espectáculo. En 2017, el profesor Bret Weinstein, de 48 años, demócrata versión Bernie Sanders y declarado "profundamente progresista", fue obligado a abandonar la Universidad de Evergreen State por oponerse al llamado "día de la segregación racial" que impedía a los estudiantes blancos entrar en las instalaciones.
La intransigencia y el ánimo censor de una parte de la juventud universitaria norteamericana le costó la vida en julio pasado al profesor de criminología Mike Adams, de la Universidad de Carolina del Norte. Adams, de 57 años, ateo de izquierda cuando fue contratado, se convirtió al catolicismo tras conocer a un condenado a muerte; devino un conservador irónico y peleón.
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Escribió un tuit que pretendía ser una broma, pero no sabía que tocaba un punto de sensibilidad extrema. Oponiéndose al cierre de universidades por el covid, escribió: "no cerréis las facultades, o al menos, cerrad solo las no esenciales, como la de estudios feministas". Otra broma malinterpretada como hiriente para los negros le valió amenazas constantes y acoso telefónico. Prefirió matarse antes que pasar por un misógino y un racista.
La guerra cultural se cebó también en la escritora J. K. Rowling. La famosa autora de la saga Harry Potter osó manifestar que las personas que menstrúan son mujeres, lo que levantó la furia de los defensores de los transgénero.
Sobre el mismo asunto, la jauría purificadora cayó también sobre la publicación católica jesuita "Ignatius Press", que designó al nuevo secretario adjunto para la Salud, Rachel Levine, como "biológicamente hombre". Levin es una persona transgénero. Ignatous Presse fue castigada al silencio por Twitter.
Obama, ahora, se asusta
En julio de 2020, 153 escritores y periodistas norteamericanos denunciaron en la publicación "Harper"s Magazine "la intolerancia hacia opiniones opuestas, la moda de denunciar públicamente, la condena al ostracismo y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una moral ciega". Entre los firmantes, la escritora Margaret Atwood, el lingüista Noam Chomsky, la feminista Gloria Steinem o el músico Wynton Marsalis.
Hasta Barack Obama, al que algunos acusan de haber dado pie a la fiebre censora, reprueba ahora lo que él describe como "la idea de pureza; de estar siempre woke". Su sucesor demócrata, Joe Biden, de momento utiliza la ola del anatema moral. Según Bret Weinstein, el profesor purgado en la Universidad de Evergreen, "el equipo de Biden utilizará cínicamente la energía revolucionaria nacida en los campus, pero acabará por controlar el tigre woke". Eso, si se lo permite su vicepresidenta, Kamala Harris.