Hablar del amor no habilita que se le defina. El amor es algo que sucede, no se analiza y mucho menos se controla. El lenguaje puede proyectarnos la leve ilusión de entendimiento, pero algunas palabras obstruyen el significado del verdadero misterio de esta emoción.
El amor se vive cuando se ama. Por eso, los amantes viven en el amor. Jamás lo entenderán, porque el amor los ha fundido y convertido en el amor mismo.
Sin embargo, el amor es una fuerza personal que anima todas las cosas, pues la vida pasa por mí, no soy yo el que pasa por la vida. Uno de los secretos del alma, es que desde su amorosa esencia me ayuda a renacer, comprender al otro, reconocer mis errores y reinventarme día a día. Cada deseo particular en la pareja complementa su unidad y de esta forma, se construye la intimidad.
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Así como debo inhalar el oxígeno para vivificar mi sangre, naturalmente, también debo exhalar el aire para liberarme de las toxinas que me hacen daño.
Con los enamorados ocurre lo mismo, se complementan desde una intención sanadora o una acción conflictiva, que sucede en diferentes tiempos según el estado anímico interior de cada uno. En la vida nada permanece estático. La existencia es dinámica. Si comprendiéramos esta premisa, la interrelación de la pareja maduraría y se sostendría en el tiempo.
El amor en esencia nunca nos hará daño. Es el ego y nuestra dualidad, la que nos hace sufrir y confundirnos. Esta dolorosa desarmonía, nos indica que estamos desconectados del verdadero amor.
Las fuerzas del amor
La pasión es un elemento poderoso para sentirnos vitales. No desde el concepto occidental de poder, que se utiliza con el fin de controlar al otro, sino por medio del concepto oriental del camino del Tao. Esta filosofía nos enseña a conocer y trasformar nuestros instintos para fortalecer la mente y la voluntad, logrando la superación de los deseos inútiles que son las causas de muchos de los sufrimientos humanos. También, este camino medio, nos da la opción de elegir permanecer juntos sin forzar la naturaleza del amor.
Conectarse integralmente al amor en pareja, implica la aceptación tanto del uno como del otro, experimentando y gozando del sexo, la recreación del erotismo junto con el complemento emocional positivo y negativo para construir un proyecto inteligente de vida juntos.
Sexo y amor son la eterna pregunta con respuestas similares desde todos los ángulos religiosos, románticos o científicos. En esencia, son la cara de una sola moneda: unificación y no división. Al intentar apartarlas, aparece la reprensión que abre las puertas a múltiples patologías mentales.
Desde nuestro inconsciente y para sobrevivir, pretendemos dividirnos de todas las cosas, sin entender antes, que es imposible separarnos de nosotros mismos.
El amor inocente y sin divisiones
La paz interior se produce cuando regresamos a la inocencia y como niños gozamos de nuestra naturaleza más profunda, que consiste en la capacidad de elegir sin prejuicios ni tabúes a quién nos entregamos y con quién compartimos nuestra intimidad.
Esa entrega libre y ese ¡Sí quiero! son espontáneos y proceden no sólo del inconsciente sino también de nuestra alma. Por eso, el amor en la pareja es uno de los enigmas más fascinantes del ser humano.
Más allá del simple “deseo sexual” masculino o la conquista del orgasmo femenino, existe otra maravillosa dimensión del amor llamada “el éxtasis” y para llegar a ese nivel de conciencia, es necesario experimentar el sexo, erradicar creencias, prejuicios y temores limitantes.
La energía sexual, los instintos y los sentimientos del corazón deben aprender a conocerse, a ser amigos, a sentirse cómodos y confiados dentro de cada cuerpo para producir la alquimia sagrada que los identifica con su propia divinidad. De esta manera, logran integrarse en un solo ser y sanar la herida ancestral de la división en la pareja.
Durante el “éxtasis” los amantes del amor trascienden el tiempo y el espacio. Al desnudar el alma, el ego se evapora, pues ambos están sin las defensas y las máscaras del miedo. Por fin pertenecen al universo, son parte del todo y trascienden su propia dualidad.
Recordemos que el peor pecado en la pareja es no ser felices. Venimos a la vida para conocer el amor y despertar nuestra conciencia plena. En mi opinión, estos valores integrales son mucho más importantes que el de volvernos influyentes en la sociedad o desear de forma compulsiva el poder, las riquezas materiales y el dominio sobre los demás.
Si reprimimos los instintos no aprenderemos a gestionar nuestras emociones. Por esta razón, es importante conocerlos y gestionar el dominio sobre nosotros mismos, pues sin este proceso no llegaremos a vivir el amor y tampoco experimentaremos la conexión con Dios.
Gran parte de nuestra energía vital se agota en busca de aprobación mutua, y por temor al abandono o al rechazo, terminamos actuando lo que no somos. Cuando la pareja aprende a comprender al otro, logra abandonar la competencia y el resentimiento que son los factores que dañan la armonía en común.
Las verdaderas historias de amor comienzan, cuando dejamos ser a la otra persona quien realmente es. El mayor acto de consideración con nosotros mismos es mirar qué cosas pueden cambiar para ofrecer un amor seguro y equilibrado. Una pareja sana, además del amor mutuo necesita sinceridad, humildad, paciencia, lealtad, paz, autoestima, pasión y sueños.
En realidad, el amor es simple y quizás por eso no lo entendemos. Las pequeñas cosas, son las que alimentan la convivencia y el amor. Por ejemplo, se encuentran en la tranquilidad de mirar juntos una película, caminar de la mano por la calle, escuchar sus historias, compartir los mismos o diferentes gustos y, sobre todo, desear estar juntos por encima de la compañía de otras personas.
El amor como esencia
Cuando menos lo pienses, donde menos lo esperes, con quien nunca imaginaste que sucedería, en cualquier ambiente y a cualquier día, el amor se nos revela con una certeza inesperada de que nos hemos enamorado.
El amor emerge desde la profundidad del alma, transformando las emociones de formas inimaginables. Y allí donde antes había dudas, surge una nueva claridad que nos invita a rendirnos para gozar del derecho de amar y ser amado.
Cuando intentamos analizar, negar o dominar el amor, paradójicamente, estamos más atados a seguir amando, pero de forma equivocada. A veces confundimos sexualidad, erotismo y pasión con el auténtico amor incondicional.
El amor maduro es un extenso proceso de cambio que se fortalece dentro del cambio. Es un mejoramiento continuo que nos conduce a dejar la ilusión de ser perfectos por la realidad de ser perfectibles. De esta forma, construimos una relación con nosotros mismos, ya que amar es vincularse y el relacionarse le da sentido a la existencia.
Recuerdo que estas ideas fueron ampliadas al grupo de profundización de teología, por nuestro querido profesor y amigo, el sacerdote Humberto Silva Silva (Q.E.P.D), quien también fue gestor de la Fundación Kairos:
“Para poder ser feliz y encontrar el amor, primero debes centrarte en ti mismo (para conocerte); segundo debes descentrarte en la pareja (para dar de ti); y finalmente, juntos deben centralizarse en Dios (para vivir en plenitud el amor)”.
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Los amantes del amor se honran a sí mismos. De manera natural aman, pues el miedo no habita en ellos y disfrutan de su sexualidad que proviene de Dios. El auténtico amor no está basado en la perfección. Por eso, pueden resistir las peores desilusiones que como humanos cometemos.
Amar no es condicionar. La libertad y la confianza son los elementos claves para conservar la pareja. Los amantes del amor no ocultan sus debilidades y falencias, pues saben que, desde esa verdad y sinceridad, siempre podrán renacer juntos.