En 1673 se estrenó en París la primera obra teatral sobre la hipocondría: ‘El enfermo imaginario’. Su autor fue Jean Baptiste Poquelin, más conocido como Molière. La obra contaba la historia de Monsieur Argan, un hombre que constantemente padecía cierta enfermedad, causada por la ansiedad y la aprensión nerviosa. Aparentemente, presentaba todos los síntomas, por lo que consultaba todas las semanas a los galenos.
Desde entonces hasta nuestros días, la enfermedad de la hipocondría ha afectado a millones de personas en el mundo dejando de ser una obra de teatro divertida para abrir nuestra conciencia hacia la reflexión y preguntarnos: ¿qué es realmente la hipocondría? Y ¿cómo saber si soy un hipocondríaco?
En primer lugar, debemos tener en cuenta que, esta enfermedad se denomina a la luz de las investigaciones psicológicas y psiquiátricas como un “Trastorno Somatomorfo”. Con base en la etimología griega, el término soma significa cuerpo y morfo es forma, es decir, que ”toma forma corporal”, produciendo en el individuo una serie de síntomas físicos, derivados al parecer de enfermedades somáticas.
Lo que trae como consecuencia que, la persona se realice todo tipo de exámenes médicos, sin resultados que expliquen alguna de estas alteraciones. Por lo tanto, no existe un origen o razón física, que permita diagnosticar una enfermedad real.
Es importante diferenciar entre los siguientes conceptos: psicosomático y somatomorfos. La palabra psicosomático indica que un problema emocional y psicológico crea una dolencia física. Por ejemplo, una úlcera gástrica o una baja de defensas en el sistema inmunológico, son producto de conflictos emocionales y angustias reprimidas, que si no se solucionan a tiempo, hacen que el cuerpo reaccione a la ansiedad segregando más ácidos gástricos o adrenalina. En el momento de examinar la dolencia, esta puede ser tratada con medicamentos y una dieta balanceada.
Contrario al somatomorfo, en el que la persona experimenta dolor y síntomas reales de la úlcera estomacal, pero sin una aparente evidencia de úlcera. Igualmente, sucede con las defensas bajas. Si fuera una dolencia psicosomática, aparecería en los resultados de laboratorio, pero en el caso de los somatomorfos no hay ningún indicio concreto, y aun así la persona siente la misma debilidad y desgano, como si tuviese las defensas bajas
Los hipocondríacos conviven con el constante miedo de padecer alguna enfermedad grave, y sus pensamientos obsesivos les impiden hacer caso a la sugerencia de los médicos. De ahí que, frecuentemente consulten especialistas y se hagan los tratamientos posibles, desde los más absurdos hasta los más sofisticados.
En el fondo, ellos no creen en el resultado de sus pruebas, pues tienen el convencimiento de padecer una enfermedad como hepatitis o cáncer y creen que van a empeorar por un mal diagnóstico médico.
El somatomorfo se acostumbra a una especie de hipervigilancia corporal, a permanecer alerta frente a cualquier sensación física, fijando, exageradamente su atención en los latidos cardiacos, temperatura corporal o contracciones musculares, incluso consulta internet obsesivamente para explorar de primera mano sus males y de paso, justificar sus supuestas dolencias.
La repetición de este comportamiento va desgastando paulatinamente la calidad de vida de los hipocondríacos, volviéndola limitada y desesperanzadora tanto en lo personal como en lo laboral, afectando su entorno familiar y social.
La hipocondría puede estar relacionada con experiencias de enfermedades propias o de parientes, así como también, con acontecimientos estresantes y traumas emocionales como la muerte de alguien cercano, el despido laboral y el rompimiento de una relación sentimental. Si a esto se le suma una baja autoestima, puede agravar los síntomas, transformándose en un estado crónico, acompañado de ansiedad y depresión.
Cabe resaltar que la hipocondría puede presentarse a cualquier edad tanto en hombres como en mujeres. Afortunadamente, las probabilidades de recuperación son altas y tratamientos como la terapia psicoanalítica, la hipnosis clínica, la terapia sistémica familiar y la terapia de conducta son aplicables para muchos pacientes. Al igual que, la logoterapia, la meditación, la reprogramación mental y motivacional, entre otras opciones.
Finalmente, el miedo a desapegarse, la tardanza en madurar y crecer emocionalmente, así como también, la sobreprotección de los padres y la no aceptación de la muerte natural son circunstancias que pueden hacer germinar estos trastornos. Además, impiden la construcción cotidiana de la felicidad, dentro de un marco saludable, de equilibrio mental, desarrollo personal y amor propio.
Bibliografía:
- Saz, Ana Isabel: Diccionario de Psicología
- Allport, Gordon: Historia de la Psicología Social
- Enríquez, Susana: El Psicólogo en Casa