Si pudiéramos enfocar nuestra energía vital en aprender a conocernos a nosotros mismos, comprenderíamos la importante relación energética que existe entre el cuerpo, las emociones y la mente, que bien entrenada con dedicación y compromiso, puede dar como resultado el gozar la existencia desde la libertad personal y la conciencia plena.
Esta facultad espiritual y emocional que todos nosotros poseemos, los budistas lo llaman el “sati” (claridad mental), es decir, la conciencia de los pensamientos y acciones que motivan a cada persona en su vida, brindándole atención y comprensión hacia aquellas cosas verdaderamente importantes en su realización interior.
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Hoy en día, esta práctica ha sido adoptada en occidente con el fin de aprender a gestionar diversas compulsiones, obsesiones y problemas relacionados con el manejo de la ansiedad y el moderno vacío existencial.
El doloroso camino del apego
Hay personas que viven por muchos años desde la conciencia básica y de acuerdo con la información proveniente de los sentidos naturales, los cuales les permiten interpretar el mundo a través del tacto, el olfato, la observación, el gusto y la escucha. Si alguna cosa está fuera de ese contexto, para ellos no existe.
Adoran el poder exterior, sólo viven para sus egos y las interacciones humanas no son de su interés, pues se sienten separados de la realidad sin vínculos afectivos.
Sus principales metas y objetivos están motivadas por el rendimiento laboral, el logro y las adquisiciones económicas. Critican y detestan los errores de los demás. Con sus comportamientos amenazantes intimidan a sus subalternos e incluso a sus seres queridos. No saben ser felices, pues creen que los sentimientos no producen ganancias, y, además, los vuelve vulnerables.
Por esta razón, rechazan dichas latencias pues sufren una especie de “alergia emocional” cuando pierden el control sobre las situaciones y las personas.
Llegan a creer que en la vida no existe la esperanza y que al destino lo rige solamente las leyes matemáticas de “causa y efecto”. Razón por la cual, reprimen sentimientos como la compasión y la empatía con sus semejantes. Se podría decir que este es el resultado de un camino poco trascendente y muy enfocado en lo material.
Los apegos afectivos terminan confinando a las víctimas de esta errada elección a vivir en cárceles emocionales, donde el disfraz de la apariencia disimula la profunda tristeza que habita en sus corazones.
Desapego: un nuevo camino sanador
Desde las enseñanzas budistas, el objetivo para alcanzar la felicidad interior es aprender el desapego, que es la causa junto con los deseos desbordados, del sufrimiento innecesario en la vida.
Nada en este mundo es permanente. Estamos en constante cambio, desde la salud a la enfermedad, desde la prosperidad económica a la pobreza, desde el amor y la sexualidad al abandono y el aburrimiento. Todo esto y más, afecta el flujo de la seguridad y la incertidumbre cuyo origen es el miedo inconsciente a morir.
Según el Buda, la liberación del sufrimiento ocurre cuando ponemos fin a nuestros apegos por las cosas materiales, superfluas y temporales de la existencia.
Sin embargo, los deseos y los apegos hacen parte de la vida misma, sin esa fuerza no podríamos realizar nuestra inspiración artística, triunfar en los negocios, emprender nuevos proyectos, amar e ilusionarse.
Somos lo que pensamos y deseamos. De ahí la importancia de buscar en lo posible el equilibrio interior y no las exageradas expectativas en ninguna área de nuestra vida, así como también, cultivar la capacidad de superación y resiliencia ante los desafíos y los problemas de la existencia.
El ejercicio del desapego
Cuando logramos identificar y aceptar nuestro “ego enfermo”, nos damos cuenta de que este estado de desequilibro mental es el culpable del sufrimiento personal y nos encadena a las enfermedades físicas, al igual que a las adicciones y dependencias afectivas.
Esta toma de conciencia habilita un cambio importante en nuestra calidad de vida para despertar a un nuevo nivel espiritual por encima de los sentidos conocidos, activando la intuición y el lenguaje del corazón para experimentar de forma plena el mundo material.
De esta manera, es posible sentir que una fuerza universal nos acompaña erradicando los pensamientos de soledad y desamparo que emergen en muchas de las circunstancias de la existencia.
Las motivaciones para el ejercicio del desapego son la paz interior, la conciliación, la libertad personal, la armonía, la serenidad, la compasión y la amabilidad hacia nosotros mismos y los demás.
La práctica de la oración y la meditación fortalecen y equilibran algunas enfermedades físicas y mentales. La vida y los planes están en manos de una inteligencia superior a nosotros mismos que actúa en el universo mucho más allá de la racionalidad de causa y efecto.
Por eso, al lograr desapegarnos dejamos de invertir nuestra energía emocional y mental en continuar alimentando sentimientos nocivos de venganza, odio, soberbia, manipulación, mentiras, envidia y deseos de combatir, controlar y ganarle a los demás.
Así renunciamos a la inútil necesidad de tener siempre la razón y transformamos estos sentimientos adversos en el amor hacia nosotros mismos, el cual se manifiesta en dar más que en recibir.
En la medida que damos amor y servicio a los demás, en esa medida recibimos una nueva y renovada energía positiva que nos convierte en soluciones y no en problemas para la sociedad.
Somos lo que pensamos y sentimos
Por increíble que parezca, de nuestra actitud amorosa depende el equilibrio del planeta. Los campos de energía mental e intuitiva tienen interacciones con las vibraciones de cada persona con la que saludamos, conversamos y pensamos durante el día.
Una intención conciliadora y tolerante cambia las emisiones de partículas energéticas y tóxicas emanadas del miedo, las intenciones ocultas, la envidia, la ira y el estrés, debido a las preocupaciones y al apego por obtener bienes materiales y reconocimiento social a cualquier costo. Cada pensamiento causa un sentimiento, cada sentimiento una acción y cada acción un resultado que define el futuro.
Las enfermedades psicosomáticas también conocidas como enfermedades invisibles se producen por una hiperactividad cerebral debido a la ansiedad, la velocidad de la tecnología y los requerimientos sociales, que impiden momentos de sosiego y paz para con nosotros mismos, creando cortos circuitos internos que desequilibran nuestro interior.
Reflexionemos sobre las decisiones que tomamos día a día, pues debemos aprender a adueñarnos del espacio que existe entre el estímulo y la respuesta.
De este modo, no vamos a reaccionar en contra de nosotros mismos ni de los demás. Para eso, el universo nos dotó de inteligencia con el fin de aprender a través del ensayo y el error, logrando el bienestar personal y el mejoramiento continuo de toda la colectividad humana.
Renacer a otra forma de pensar
El monje budista zen, Thich Nhat Hanh, con 95 años y que antes de su muerte, ocurrida el pasado 22 de enero del 2022, mostró una vida admirable con mucha lucidez mental.
Además, es conocido en el mundo espiritual por sus ideas pacíficas que empezaron a difundirse durante la guerra de Vietnam. También fue fundador de la Universidad Budista Van Hanh y ejerció como profesor en la Universidad de Columbia y en la Universidad Sorbona. De igual manera, fue autor de más de cien libros en ingles, francés y vietnamita.
He seguido por años las enseñanzas de este gran maestro y he querido seleccionar para ustedes algunos fragmentos de sus pensamientos sobre la importancia de cultivar a tiempo el desapego, con el fin de alcanzar una vida simple con conciencia y ordenada.
“Es cierto que, si no tenemos poder, no podemos hacer nada. El dinero es un poder, pero sabemos que hay quienes tienen mucho dinero, que son ricos, y, sin embargo, sufren mucho de soledad, de depresión… fama; hay muchas estrellas de cine y muchos artistas que son muy famosos, pero si miramos en lo íntimo de sus vidas, veremos que sufren profundamente. Estos poderes son realmente poderes, pero podemos llegar a ser víctimas de ellos. Sin embargo, hay otra clase de poderes que nos hacen más fuertes.
El primer poder es el poder del desapego. Estamos apegados; estamos atados a un sinnúmero de cosas que nos quitan la libertad. Sabemos que ellas nos destruyen, nos impiden ser libres, pero no tenemos el valor suficiente como para separarnos de ellas.
En el desapego está la libertad. Muchos de nosotros estamos apegados a cosas que nos quitan fuerzas. Pensamos que no podríamos sobrevivir sin esas cosas, sin él, sin ella, sin tal cargo. Pero quizás eso sea precisamente el obstáculo para nuestra felicidad. ¿Cómo renunciar a ello? Necesitamos poder. Este es el primer poder necesario para llegar a ser libres.
El segundo poder consiste en perdonar y amar. Incluso si la persona no es amable, aún así podemos amarla, si somos capaces de ver su sufrimiento. Así nuestro amor crece, así nos hacemos más fuertes, con un amor sin fronteras, sin discriminación. Este es el verdadero amor; este es el amor de Dios, el amor del Buda. Necesitamos purificarnos para poder amar así. Este amor no excluye a nadie, lo abarca todo.
El tercer poder es el poder de la comprensión. Aquí ya no hay temor. Cuando comprendemos, ya no sentimos ira ni temor. Esto requiere de la meditación, de la contemplación. Al mirar profundamente, alcanzamos esa intuición, la visión del inter-ser, de la interconexión entre los seres. Este tipo de conocimiento suprime toda clase de discriminación y de separación.
Estas tres son energías muy poderosas. Si en nuestras comunidades hay individuos con estos poderes, ciertamente podemos hacer historia, pues podemos cambiar la historia”.
El desapego nos enseña que, así como existe un mundo material, también existe un maravilloso mundo espiritual. El mejor tratamiento para nuestras disfuncionalidades y desequilibrios proviene del despertar de la conciencia plena y el remedio se llama: “el perdón”.
Dos fuerzas muy poderosas compiten por dominar nuestra mente: el miedo y la fe. Más allá de los pensamientos, existe un centro espiritual que nunca enferma y tampoco se debilita, su fuente es el amor creador del universo que también habita en nosotros.
Para recuperar nuestra libertad, debemos tener la determinación de romper las distorsionadas secuencias de dominio, dinero, éxito, control y reconocimiento social, reemplazándola por una vida más simple y con sentido, logrando el bienestar y la paz interior como la recompensa de recuperar nuestro sano juicio. Ese tesoro del desapego en realidad no tiene precio.